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Don Fernando » El Mutilado»

Os dejo un miércoles más esas cositas de Julia. ¡¡Buen provecho!!

Al lado de aquella cómoda, donde guardaba Doña Panta sus redondos y rancios tesoros; y que seguro escondía más de un secreto, estaba siempre Don Fernando. Nunca se movía de allí, era el sitio , el único sitio tal vez, que le habían asignado a aquel ser en el mundo.

Don Fernando era el hijo enfermo de Doña Panta, Coronel de un tal Ejército Nacional, y que había sido mutilado luchando al lado de Franco en la Guerra Civil.

_Abuela, ¿quién es Franco?

Y la abuela Julia movía la cabeza señalándome el cuadro de un señor vestido de soldado y con muchas medallas; por lo que yo deduje que sería tan importante como los santos ante los que Doña Panta y la abuela se santiguaban una y otra vez. Yo lo bauticé como “San Franquito de Aquí”, aunque jamás se lo dije a la abuela, por si me daba de propina un pellizco de los que escocían.

Don Fernando hablaba poco y sonreía menos. Se pasaba los días sentado en una silla de ruedas porque le faltaba una pierna, o al menos, eso es lo que me dijo la abuela, porque yo nunca llegué a vérselas, tapadas siempre con una manta horrorosa de cuadros rojos y azules, llena de agujeritos, que a saber por cuantos frentes se habría arrastrado. Llevaba siempre las manos cruzadas sobre el vientre, que se adivinada orondo, y estaba siempre muy tieso, como correspondía al soldado que un día fue.

Yo, cuando no miraba las telarañas del techo, miraba a Don Fernando; más que nada, por si alguna vez se quitaba de encima la manta de cuadros y dejaba al descubierto su pierna cortada, porque Don Fernando era un héroe de guerra, el primero y el único que yo vería jamás de los jamases.

No sé si os he dicho alguna vez que yo llevaba muy mal  las  visitas domingueras a aquella extraña familia; pero, según la abuela eran necesarias, pues les debíamos mucho.

Por lo visto, aquel Don Fernando de Argote y Villaescusa, que así se llamaba el “Mutilado”, le había tomado gran afecto a mi abuelo y lo había convertido, nada menos, que en su asistente personal en los tiempos de aquella guerra que era una de las conversaciones estrella en aquella siniestra casa, ahí es nada.

Y, mira tú por dónde, en aquellas visitas me enteré que el abuelo, lo único que hizo en la guerra, fue limpiar los zapatos al coronel y cepillarle los uniformes, porque incluso para hacer la guerra uno ha de estar impecable. ¡Y luego dicen que la guerra es dura! Otra de las cosas que hacía el abuelo para ganarse aquel pan negro de la guerra, era leerle al Coronel Mutilado fragmentos de El Quijote, de Echegaray, los Álvarez Quintero…hasta que el Coronel se quedaba dormido como un bendito, cansado el pobre de planear estrategias;  estrategias que, aquí entre nosotros,  no le sirvieron para conservar su pierna. En fin, que nunca he llegado yo a cogerle el punto a  esto de la guerra.

Yo miraba mucho al pobre de Don Fernando, he de confesar que no le quitaba ojo, y él ni se inmutaba. A veces me daba por pensar que lo de las piernas y lo del héroe de guerra era un cuento chino; porque por mucho que me esforzara, yo más que como un héroe de guerra,  lo veía como un fracasado. Para darse cuenta de ello, sólo había que reparar en esa cara tan mustia que se gastaba. Si fuera un auténtico héroe de guerra tendría otra pose, estaría sacando pecho y contando batallitas, digo yo. Claro que, qué sabe una niña inocente de lo que fue la guerra y de lo que es un héroe de guerra, me advertía la abuela cuando intuía que la imaginación se me estaba desbocando.

No quiero que penséis que yo odiaba a Don Fernando. Hubiera dado la mitad de mis golosinas por arrancarle una sonrisa, palabra de Julia.

Al terminar la visita, como era lo propio de una niña decente y educada, la abuela me obligaba siempre a darle un beso a Don Fernando. En aquellos momentos, yo contenía la respiración, y cuando notaba que la abuela estaba a punto de darme un empujoncito,  cerraba los ojos y besaba la mejilla de cera del Coronel.

Siempre  me parecía estar besando a un muerto. Al salir a la calle, sin que me viera la abuela, me restregaba con el pañuelo todo lo fuerte que podía para quitarme de los labios aquel sabor azufrado y corría como alma a la que busca el diablo  para librarme de aquella terrible sensación de frío.

 

Mª José Vergel Vega

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3 Comments

  1. sin maas

    hacia delante, libertad de expresión!!. o que quieres que pasen por el comité de censura los artículos de pepa?.

  2. hacia delante

    FRANCO FRANCO Y FRANCO… NO EXISTE NADA MÁS PARA TI PEPA¿?

  3. uno pai

    genial!!! como todo lo que escribes

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