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«El hundimiento» por Charo Alonso

Por fin la cosa no está monotemática, de la economía a la justicia pasando por el paro, menos mal que nos queda la guerra del PSOE convertida en una lucha entre niños y niñas para ver quién manda más en la clase. A mí la reivindicación del género como que me parece innecesaria a estas alturas del partido, pero habida cuenta de lo vergonzoso de la elección del candidato a las elecciones pasadas, a lo peor la nueva Carmen de aire andaluz y sus chicas tiene sobradas razones para tenerle tirria al aparato. Eso del poder siempre ha sido cosa de machos y si no que se lo digan al judicial… andan sus señorías muy alterados entre la astracanada de Camps ¿Se lo cree alguien eso de “no culpable”? ¡Y encima con faltas de ortografía!, la decepción colectiva que provocan sentencias como la de Marta del Castillo o el hilarante juicio de las escuchas a Garzón –perdonen, para el otro tema, el de las manos supuestamente “limpias”, sencillamente no tengo palabras ¡yo!- pues como que andamos todos riéndonos de la toga y de las puñetas. A mí que me denuncien, menos mal que Garzón se va a alzar como el gran Reformador, lo suyo será pasar a la historia como el señor de la balanza. Que reforme, que reforme, si ni los sindicatos ni la patronal son capaces de sentarse a trabajar… ¿Se sienten liberados de la responsabilidad de tener cinco millones y pico de parados? pues nada, que reformen otros, que para eso están en el gobierno con mayoría absoluta.

Si no fuera por la picaresca, la familia que apoya, la economía sumergida y otras lindezas propias de la idiosincrasia patria, íbamos aviados. Las cifras son pavorosas, pero no las de la EPA, sino las que todos conocemos, las que nos tocan de cerca, las que relata mi hermano el bombero forestal con una gracia que parece de Alcafrán. Resulta que mi dilecto pasa el verano encaramado en un helicóptero apagando fuegos forestales y el invierno tirando pinos para sanear el monte de la comunidad de Madrid –ya me los imagino encomendándose a Esperanza cada vez que cae uno-, pues bien, mi hermano ha desarrollado una nueva forma de contar las cifras del paro dependiendo del número de paisanos que se encuentran por el monte en mayor o menor grado de desocupación: está el evidente jubilado que se pasea inmune al frío de la sierra de Guadarrama, ese está abonado; está el parado que se hace el horario de salidas a correr con la evidente heroicidad de llenar su tiempo; está el que tiene chimenea en casa y anda por ahí buscando leña para ahorrarse el combustible y por último, los que se acercan a preguntar cómo se entra en los retenes… total, que los chicos de mi hermano se pasan la mañana que hace buen tiempo respondiendo al personal y no desbrozando que es lo suyo, hasta tal punto que el dilecto encargado –el mi hermano- está por poner una unidad de cháchara y colocar ahí a un miembro del retén a responder dudas del respetable mientras los otros trabajan y se hacen cruces para no atrapar a ningún paseante con la copa de un pino caído. Así está la cosa y uno, oyéndole, aparte de reírle el talento oral que nos caracteriza por mi casa –no va a ser todo malo, obviamente- se queda con ese poso de amargura que nos provoca lo inevitable. Estamos atrapados en una espiral de la que es imposible salir, como el hamster en una rueda: a mí me bajan el sueldo, me suben el IRPF y la caña me la tomo en mi casa, ergo, el del bar de abajo deja de contratar a su empleado. Es obvio, por eso no sé quién con no sé qué doctorado ha dicho que los recortes no son la solución porque frenan el consumo. Eso ya lo dije yo cuando me dieron la primera en toda la nómina y dejé lujos tales como la caña, el cafecito y salir a comer algo de cuando en vez. Justo, tiramos con la ropa de la temporada anterior y vemos las rebajas de refilón, que hasta que no lleguen los saldos está no saca la tarjeta… y encima, considérate privilegiado… en fin, que como siga así la cosa yo también me voy a preguntarle a mi hermano si hay sitio en un retén, a lo peor, hasta me ponen a atender al respetable público paseante. Árbol va, que no te pille debajo.
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