La última diva
Cuando el día ocho de abril escuché la noticia no podía creer que la última gran diva del cine español hubiera fallecido. Como en su cuplé Fumando espero, vivió fumándose la vida, entre calada y calada de sus puros habanos; Sara Montiel se fumó la vida en un soplo. Se fue rápido y de puntillas.
Y lo he sentido. Porque Sara Montiel era un mito al que admirábamos desde adolescentes; junto con mis amigas, tratábamos de imitarla cantando como ella con voz grave y sensual al juntábamos los domingos en casa de mi amiga Conchi para echar comedias, cantar y hacer números circenses.
Oímos hablar de El último cuplé algunos años después de su estreno en Madrid; cuando el film llegó al pueblo pudimos verlo gracias a que nos coló Rosy, una hija del dueño, en el cine España. Tuvimos que permanecer agachadas en un palco hasta que se apagaron las luces y comenzó el NO-DO porque la película no era tolerada para menores.
Tuve la suerte de conocer a Sara Montiel en persona cuando Jesús Hermida me invitó a su programa y Sara era la artista invitada. Conversé con ella y le conté cuánto la admirábamos desde niñas y cómo nos aprendimos todas sus canciones.
De puertas para fuera era Saritísima, la gran diva. Se creó un personaje y hubo un tiempo que intentó engolar la voz, como también hizo Dalí, pero cuando se despojaba de su traje de diva, era castiza y muy humana y moderna.
La figura de Sara es conocida por muchas generaciones de españoles ya que después de dejar el cine en 1976, al parecer por no estar de acuerdo con el destape, ha actuado en programas de televisión, cuando no aireado su vida personal, y ha estado trabajando casi hasta el final de sus días.
Nació pobre pero luchó contra su destino y triunfó. Supo surgir de la nada, de la gran miseria donde nació y se crió. Analfabeta, pero, ávida de cambiar su destino y obtener conocimientos, su tesón hizo que se rodeara de intelectuales y personas de prestigio (Severo Ochoa, Miguel Mihura, León Felipe que la enseñó a leer cuando ya tenía 21 años…)
Triunfó en Méjico, y en Estados Unidos se rindieron a su belleza. Banderas no ha sido el primero en triunfar en Hollywood: décadas antes lo hizo ella, la primera española, al lado de los grandes ídolos de entonces.
Barroca y sensual, reconocida actriz y cantante, nunca quiso ser ejemplo de nada, fue un símbolo del cine español y desempolvó un género muerto: el cuplé. Quizá, como ella misma se quejaba, era demasiado bella, tenía demasiado glamur y derrochaba sensualidad para darle papeles dramáticos que la encumbraran como actriz, su fotogenia y sus curvas eran suficientes para lograr éxitos de taquilla.
Los hombres la admiraban y deseaban y las mujeres sentían simpatías por ella porque encarnaba lo que todas desearían ser: bella, atractiva, desinhibida…
Nos lega sus películas, sus canciones, su actitud positiva y humorística ante la vida. La verdad, he sentido su muerte.
Le han rendido un homenaje en la Plaza Mayor de Madrid y habrá más, porque Sara era la reina del género que la hizo inmortal.
Seguro que, desde hace un mes, hasta san Pedro ha aprendido a cantar cuplés.
Rosa López Casero