
EL RINCÓN LITERARIO
APRENDIZ DE POETA Recuerdo que José Hierro, en una de las entrevistas que concedió a Televisión Española se atrevió a decirle al interlocutor que ¡Por Dios! a él no le llamaran poeta, que los verdaderos poetas habían sido Juan Ramón, Aleixandre, Cernuda… y otros… pero que él no. A mí, que ya había leído su Libro de las Alucinaciones, me hizo gracia la humildad con que despachaba su condición de poeta para rebajarse a la altura de todos los mortales y mostrar con sus palabras la enorme humanidad que atesoraba. Sucedía todo esto cuando mi edad aún se debatía entre una adolescencia interminable y una madurez que aún dudo haber alcanzado. En medio de este indescifrable trayecto, unas cuantas chicas complacientes a las que dediqué mis primeros piropos, muchas salidas nocturnas que se prolongaban hasta el amanecer acompañado de un lazarillo imaginario que solo pretendía trastabillarme, y el erróneo lugar que ocupan aquellos que se sienten inmortales cuando aún no sobrepasan la veintena. Si bien por aquel entonces yo aún no había aprendido a empuñar una pluma y todas las batallas contra el folio en blanco olían a derrota, mi interés por escribir relatos breves y poemas surgió como de la nada y paulatinamente fue en aumento. Pronto logré hilar mis primeros versos, algunos cuentos que casi nunca llegaba a concluir, miles de ideas huérfanas de padre que parecían...
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