Ávalon
“May it be when darkness fall/ your heart will be true” (Enya)
Era uno de estos días en los que una decide estirar la tarde de Enero lejos del vuelo frío de los cormoranes, y se lanza a buscar una isla como Ávalon, donde dicen que los manzanos dan sabrosas frutas y las nueve reinas hadas que lo habitan pueden hacer que suceda, incluso, lo que no te atreves a imaginar.
Villa del Arco surgió pequeña y remota al final de una carretera estrecha y serpenteante.
Allí las piedras guardan secretos y dan cobijo, palabra de Julia, a duendes , hadas y otros seres pequeños ,que suelen pasar desapercibidos ante nuestros ojos de humanos limitados.
En Villa del Arco huele a matanza, a lumbre, a chacina curándose en los sobrados con las heladas generosas de estos días, al estiércol de los animales que conviven con el hombre.
Villa del Arco huele a otro tiempo.
En los poyos de piedra, los buhoneros pueden tender sus penas al sol y las penas se orean y el hatillo se hace más llevadero.
Por lugares como éste es preciso caminar despacio, intentando sorprender el vuelo descuidado de los gorriones, y el correr apresurado de un duendecillo despistado al que el viento ladrón le ha arrebatado su sombrero.
Justo allí, detrás de la cancela, se extiende un reino donde la hierba es siempre verde como promesa de esperanza. Allí la vida transcurre feliz al tempo lento y cadencioso del agua que canta en los regatos.
Piedra, hierba, ramas secas; leña aromática ,madre del fuego, olivos…sombras que bailan una hipnótica danza.
En aquel reino habita un viejo álamo, Señor Eterno de estas tierras, que encierra la esencia de la Sabiduría.
¡Quizá aquí habiten los búhos que han de velar el sueño de Carla!
Hemos de subir a buscarlos allá donde las campanas quedaron mudas y la luna contempla desde lo alto nombres grabados en la corteza de los árboles donde ahora se posa tu mano.
Si cerramos los ojos, es posible escuchar al hada de la tarde que canta tan bonito: podría ser que una estrella vespertina/pose su luz sobre ti…
Paseamos tan cerca del cielo, que la luna, dama de altas barandas y amante eterna de los poetas, nos sonríe y sigue estirando la tarde de Enero.
La espadaña de la vieja iglesia es un ángel a punto de emprender su viaje hacia el infinito.
Abro los ojos, miro hacia el horizonte y pienso que el mundo está bien hecho, y que mi corazón le será fiel a este lugar incluso cuando el ocaso nos traiga el estremecimiento de la noche.
En verdad os digo que en Villa del Arco, la vida va más allá de la vida. Por algo las manos dejan escapar mariposas. Somos tierra y cielo, sueño de eternidad.
Todo es posible en este lugar.
Un viejo sabio, envuelto en bruma, contempla el movimiento de los astros. Satisfecho por cumplir un día más su tarea ,se sienta a esperar el declinar de la tarde. Lleva los pies cansados. Espera que los pájaros del atardecer laman sus heridas.
Hilos de nubes van cegando el tibio sol de Enero, y yo sigo preguntándome quién alimenta de luz a este fanal inacabable de esta tarde que se está haciendo eterna.
El viejo sabio de los pies cansados, aliviadas sus heridas, anuncia que pronto será la hora de los Búhos, que vendrá el tiempo oscuro en que los gamusinos prendan de los árboles y pompas de colores caerán del cielo para posarse suavemente sobre un lecho de hierba y agua.
Entre las brumas de Ávalon, Morgana, la hechicera nacida del mar, vela el último sueño de Arturo…
Ahora sí, el fanal de la tarde se va apagando. Se oye un batir de alas: el Ángel de la espadaña ha subido al cielo.
Mª José Vergel Vega