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Las mariposas de Rilke

Amanece. Aún con el calorcito de las sábanas pegado al cuerpo, pienso, con una sonrisa, que es la mañana de Reyes. Me desperezo poquito a poco y rezo, como cada mañana, mi particular oración del náufrago. Pienso en lo hermoso que estará el campo esta mañana fría de Enero, salpicado de lágrimas de rocío.

Me levanto , estoy impaciente por ver si los Magos han hecho bien su trabajo.

Doy una vuelta por la casa. Todo parece en orden, ¿a ver si los Reyes se han olvidado pasar por aquí? De algún rincón  sale Manolita abriendo la boca descomunalmente; me mira, y parece decirme que a ver si me estiro y le ofrezco un desayuno gourmet que para eso hoy es fiesta.

Dejo que sea Julita, que aparece con el pelo revuelto y el paso cansino, quien le sirva su paté favorito de trucha y salmón, manjar divino para una mañana tan especial; al menos para un gato.

Las dejo que se las entiendan y recuerdo que aún no he entrado en el salón. La puerta está cerrada; buena señal, pienso…y la abro lentamente,  como cuando era niña.

A tenor de lo que veo, los Magos no se han olvidado de hacer escala en mi casa. Hay distintos apartados, montañitas de papel de colores perfectamente colocadas por nombres. Los vasos de leche están vacíos, el roscón terminado; del cubo de agua han dado buena cuenta los camellos. Mi primer impulso, fue abalanzarme sobre la montaña que llevaba mi nombre y comprobar si la promesa que me había hecho Baltasar se había hecho realidad. Pero me contuve y dejé que fuera Julia quien corriera , ya más espabilada, hacia los regalos que , como se había portado bien, le habían dejado en un rinconcito que decía:”Para Julia”.

Al verla tan entusiasmada, no pude resistir   coger de mi montaña un paquete chiquito que,  por las dimensiones, supuse debía ser un libro y le dije a Julita que iba a ver qué era,  para entretener la espera mientras el resto de la casa despertaba.

Mentiría si dijera que lo desenvolví despacito, la verdad es que rasgué el papel de colores sin compasión,¡ con lo que a Julita le gusta coleccionar en su caja de galletas los envoltorios de las cosas! Le pedí perdón con la mirada y ella me miró con ese gesto tan suyo de decir perdónala señor porque es como una niña. ¡Es tan linda Julita!

Y era un libro de alguien conocido: La mirada del cóndor de Mario Lourtau. Leo degustando cada verso y a la vez me pongo a filosofar, que es uno de mis pasatiempos favoritos. Cuando Julita está cerca siempre filosofo para dentro, si lo hiciera en voz alta lo mismo me regalaba un bono para terapia.

Los versos de Mario me hicieron pensar y escribir cosas que espero que jamás lleguen a manos de Julia; cosas como que si la Bella existe es porque también existe la Bestia; que si hay luz  es porque ésta es engullida por la sombra y la sombra sabe que será luz de nuevo, que si soy humana  es porque un animal vive dentro de mí…

Dejo el libro, con cuidado, sobre la mesa, pensando tal vez en que no despierte el animal que hay en mí; cierro los ojos por ver si el alma refrena sus ímpetus y me digo:

¡Ostras, Mario, es que esto es muy fuerte!

Los versos de “La mirada del cóndor” atraviesan mis vísceras todas y siento que no quiero que se acaben los versos, que quiero quedarme en ese reino de hermosura que este poeta cercano labra con sus palabras.

Los ojos se me llenan de agua. He mirado de reojo a Julita, que es más lista que el hambre y no me extrañaría que se hubiera colado en mis pensamientos. Prueba de que no andaba yo tan errada es que, enfrascada como estaba en desenvolver sus regalos, ha detenido un momento en mí su mirada y me ha soltado con los brazos en jarra:

-¡Otra vez no te han traído los Reyes lo que les habías pedido!

-No, Julita, esta vez los de Oriente han dado en el clavo.

Vuelvo a coger el libro y leo para Julia el poema que Mario dedica a las mariposas; escojo estos versos porque, en mi vida y en la suya, siempre han estado presentes estos insectos. Julita sabe perfectamente que si alguna vez los fantasmas regresan, es porque las mariposas siguen ahí y a nosotras,  no siempre nos regalan versos de Rilke.

Mª José Vergel Vega

 

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