Eficacia Vs Eficiencia

Corren tiempos de desesperación e incertidumbre laboral frente a lo que nos deparará el futuro inmediato, agravado por el lastre que se viene arrastrando a lo largo de los últimos años. Pero el castigo no queda ahí, casi cada día a nuestro desayuno le acompaña alguna medida de ajuste por parte del gobierno de turno, recorte, subida de impuestos, etc. Esta forma de hacer política es relativamente sencilla, ¡tampoco se lo íbamos a poner tan difícil a los políticos de hoy!, si en los presupuestos hay un déficit de 20, impuestos por valor de 20 y listo.

Resultaría original y agradecido si alguien empezara a manejar e incluir con rigor, sobre todo en la administración pública, los conceptos de eficacia y eficiencia a la hora de llevar a cabo los mencionados ajustes. Para ello, conviene quedar bien definido cada uno de estos términos, y no utilizarlos como propaganda que vende rigor en las actuaciones políticas, sobre todo cuando tenemos muy reciente el valor que tienen las promesas políticas (electorales).

Existen varias acepciones e interpretaciones sobre estos términos pero, las más extendidas, vienen a relacionar la eficacia con el nivel de consecución de metas y objetivos, es decir, la eficacia hace referencia a la capacidad que se tiene para lograr lo que se propone, sin importar el costo o el uso de recursos. Un ejemplo de eficacia se podría situar en el compromiso que un ayuntamiento adquiere con sus ciudadanos de convertir las calles mugrientas de suciedad, en calles limpias en el periodo de un año. Si lo consigue, ha cumplido la meta, ha sido eficaz.

La eficiencia, sin embargo, se entiende como el grado en que se cumplen los objetivos de una iniciativa utilizando los recursos adecuados, con la relación óptima entre el trabajo desarrollado, el tiempo invertido, la inversión realizada y el resultado logrado. Siguiendo con el ejemplo anterior y para este caso, dicho ayuntamiento sería eficiente si además de adecentar las calles en el periodo propuesto, lo consigue utilizando cuatro operarios en lugar de ocho o utilizando los ocho operarios pero consiguiendo el objetivo en siete meses. Así, además de haber sido eficaces, se habría sido eficiente.

Como reflexión ante esta exposición cabría reclamar, en términos generales, se pusiera de manifiesto estos conceptos en la gestión pública, ya que se ha de optimizar el buen uso que se da al dinero público, y no “recortar” con el único fin de “ajustar” para que el verdadero perjudicado sea el ciudadano y no tanto el funcionario de turno, que si bien es verdad que éste se ve perjudicado, es el ciudadano como figura principal de la gestión pública el que sufre las medidas. Como ejercicio práctico valdría valorar qué repercusión tendría si se recortan maestros, policías, administrativos, etc., ¿quién lo sufriría de verdad? Ahí va mi respuesta: los alumnos, los ciudadanos de bien, los usuarios…

Óscar Laso Grande