
Mi caja de galletas…
Para Galy, porque se lo merece, y punto. Siempre es bueno tener a mano una caja, una no sabe las cosas que ha de ir guardando en ella; ya sabéis de los caprichos de la vida… No hace falta una caja lujosa, forrada de terciopelo y salpicada de piedras preciosas; ni siquiera ha de tener vuestra caja esa bailarina tan tiesa que da vueltas y vueltas al compás del “Paraelisa” de Beethoven. Nos vale con una caja sencilla; pero, eso sí, condición indispensable, es que, a ser posible, no tenga fondo, porque las cajas convencionales tienen el defectillo de que se llenan enseguida. ¡Claro que, una debe saber qué cosas puede meter en esa caja! Yo hace tiempo, me decidí por una sencilla caja de galletas, redonda, con la tapadera de lata, ya un poquito oxidada, y adornada con un paisaje idílico. Es en ella donde guardo todo lo que de especial me regala la vida. ¡Mi caja de recuerdos hoy huele a mantequilla! Una caja de recuerdos no puede abrirse de cualquier manera, por mucho que sea una sencilla caja de galletas, a la que nunca hayamos oído levantar la voz. Una caja de galletas con olor a mantequilla, hay que apretarla fuertemente contra el corazón, porque ha de ser el calor de nuestra sangre lo que despierte a los recuerdos que, suelen estar…un poquito perezosos. Después…la abrimos...
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