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Caminos de Noviembre

Caminos de Noviembre
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» Un buen caminante no deja huellas»
Lao-Tsé

Los domingos son días sagrados para andar caminos. Se precisa muy poco para ser caminantes; basta con echarse la mochila a la espalda, en la que habremos puesto alguna cosilla  que llevarse a la boca para reponer fuerzas.

Eres tú y el camino, en perfecta comunión el uno con el otro. Andar sin otra meta que disfrutar de lo andado, buscando tan sólo el reposo del guerrero a tanto problema como nos acarrea el día a día.

Villa del Arco fue el destino elegido por nuestros pasos este domingo de noviembre arropado por la niebla.

Las nubes nos acompañaron durante  el empinado  trayecto  a los cincuenta caminantes que salimos de Cañaveral. Cincuenta,  y dos más, porque se unieron a nosotros Leopoldo y Domingo, cañaveraliegos amables donde los haya, que tuvieron a bien acompañar en la tarea de guía a Elías Rodríguez, nuestro Elías “Caminante”, como cariñosamente lo llamamos en la Asociación de Amas de Casa .

Nuestros ojos contemplan risueños el estallido del amarillo y el verde del “paniquesillo” o del “pinpájaro” como lo llaman en Cañaveral. Íbamos admirando, absortos, la belleza del paisaje y no nos cansábamos de repetir lo bien que le estaba sentando al campo este otoño.

Casi sin darnos cuenta, encontramos a Villa del Arco sumergida en la niebla. La vieja aldea  nos recibe quieta y dormida, rezumando paz por todos sus rincones. Hemos penetrado en otro mundo, o al menos una tiene la impresión de que “El Arquillo” es un lugar fuera de éste que habitamos.

El alma se serena y uno encuentra la pócima mágica que hará más llevaderos sus pesares.

Agua, cielo y tierra en una comunión perfecta, armonía de todas sus potencias.

El viejo álamo herido,  titán que suplica prisionero del tiempo, es marco obligado para nuestras fotos, que después se nos antojarán tomadas en otros lugares más al norte; pero sólo tendremos que pellizcarnos para saber que están aquí a nuestro lado y que hemos de aprender a valorar en su justa medida.

Villa del Arco es lugar para convocar a las musas y evadirse del mundo ruidoso y mezquino que nos rodea. Haberlas haylas y llegan puntuales haciendo aflorar las historias del pasado: las veces que se han bañado en el estanque , a los pies de la iglesia, Leopoldo y Domingo y luego volvían corriendo al pueblo… y de los ahogados en el Pozo de la Bóveda…y de las estrellas que se ven con tanta nitidez en las noches de verano…

Se me pasa por la cabeza que el próximo agosto he de venir aquí a buscar Perseidas que llenen de luz nuestros sueños.

Este domingo de noviembre ha puesto paz en nuestras almas y nos ha llenado el cuerpo de una energía que hemos ido perdiendo a lo largo de días llenos de dificultades y que a veces nos hacen perder el norte.

La Iglesia de Villa del Arco está guardada por ángeles blancos y, aunque invisibles, una siente su presencia.

Hay alas de ángeles protegiendo  estos parajes. Siempre he tenido la impresión  de que, para una aldea tan pequeña,  es demasiado majestuosa, imponente,  la silueta de este templo. Quizá los ángeles que la guardan pretenden darnos a entender que allí estamos protegidos contra la vorágine que nos amenaza, contra tanta sinrazón y tantas vidas a punto de la zozobra.

Los ángeles y la “Maristela”, la Virgen de la Asunción, serena y hermosa, llena con su dulzura  el retablo central de la iglesia que por dentro es toda sobriedad y sencillez.

El tiempo se detiene para el caminante que llega buscando sosiego a Villa del Arco. Las viandas que traíamos guardadas reponen el cuerpo del cansancio del camino.

Hemos de volver, regresar cada uno a sus asuntos. Y emprendemos el camino de regreso rodeados de granados, olivos, naranjos y limoneros. A los labios de Leopoldo llega esta sencilla canción:

Cañaveral de las Limas,

Arquillo de los Limones,

en las Casas picaraza

y en Holguera barrigones.

Y saboreando las últimas notas de la cancioncilla , con el rumor del agua de fondo, descendemos en fila india la estrecha vereda que nos conducirá de nuevo a Cañaveral. Con Pepa, a sus años, dándonos una lección magistral de cómo caminar por el campo, y la perrita Nora que iba feliz de la mano de Nerea  porque  juro por todos los duendes del otoño que esta vez no se quejó ni un poquito.

Y de Cañaveral de las Limas, después de la encerrona que  a esta aprendiz de caminante le hicieron esas gentes maravillosas de Cañaveral Radio, regresamos a Torrejoncillo, a reponer fuerzas con el pincho estupendo  que nos preparó Gema, pues también hay que darle gusto al cuerpo, y más aún si está cansado.

Y después cada uno a su pan de cada día.

Mientras camino hacia mi casa, recuerdo por un instante el estanque de Villa del Arco, en el que se bañaban Domingo y Leopoldo y en el que seguro ya se han detenido las ondas que hace un rato hacían Inma , Idaira y Hugo, tirando piedrecitas.

Me marcho sonriendo porque llevo guardas en la mochila un poco de la calma que Villa del Arco nos presta porque  nunca se sabe cuando van a llegar los naufragios.

Mª José Vergel Vega

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