Lobos
Seguro que hemos escuchado alguna vez el planteamiento filosófico de dónde venimos, hacia dónde nos dirigimos, quiénes somos…
¿Nos hemos parado a pensar seriamente en ello?
A tenor de los ejemplos que vemos cada día, a servidora le da la impresión de que lo tomamos por un mero “dicho”, sobre el que pasamos sin volver la cabeza ni sentarnos un rato a reflexionar, que viene de perlas muchas veces.
Nos quejamos de que vamos perdiendo por el camino valores que, no hace tanto, eran sagrados y que ,ahora, si a alguno nos da por seguirlos y, lo que es peor, mostrarlos, nos cascan la nariz de “payasos” y se ríen en nuestra cara de tamaña ñoñería.
Vamos mal y nos lo vienen avisando hace tiempo. Y les pediría por favor que dejáramos a un lado la crisis sacrosanta, a la que terminaremos por elevar a los altares de la culpabilidad el día menos pensado. Si somos así de desalmados, de poco profundos, es por la crisis puñetera y recalcitrante, dicen algunos, cosa con la que no puedo estar más en desacuerdo.
Cada cual debe tener un proyecto de vida, o al menos un escorzo del mismo- quiero dejar bien claro que en este artículo voy a obviar los términos económicos y me voy a ceñir a lo moral- y tratar de adornar ese proyecto con valores que cada vez nos son más necesarios: amor, tolerancia, respeto, coherencia, paz…
Si esto no es así, estaremos condenados a ser una manada de lobos que no tendrá escrúpulos en llevarse por delante a cuantos corderos e incluso otros lobos, encuentren a su paso; porque cuando uno huele el sendero de la sangre, no se detiene ante nada ni ante nadie.
Se lleva el aullar de placer por dejar a los demás en el camino, caiga quien caiga y se a el precio el que fuere: bendita competitividad que muy pronto será, a las claras, una asignatura más en nuestros currículos.
¿Pensamos alguna vez en el que tenemos al lado como nuestro igual? ¿Por qué echamos por tierra sus logros? ¿Por qué no lo abrazamos en sus fracasos?
¿Por qué en los planes educativos, en esas leyes que se van sucediendo y que hacen que cada vez estemos peor educados, no se plantea de una buena y necesaria vez, de manera muy seria, el huir de ser mejor que el que tengo al lado en términos materiales e inculcar que lo que vale, que la cera que nos alumbra en el camino es ser iguales en valores, en ver al otro y tratarlo como si fuera yo mismo?
Huyamos de la licantropía en la mayor amplitud del término, pero sobre todo de la licantropía moral, porque está pariendo demasiados mosntruos.
“A rey muerto, rey puesto”. Somos déspotas con nuestros semejantes, con esos a los que sonreímos con cara de hienas, y a los que en cuanto no nos sirven para nuestros empeños, no tenemos el más ligero pudor en enseñarles nuestras fauces para asestarles, impunemente, nuestra dentellada mortal.
A veces, más de las que quisiera, me siento rodeada de un ejército de “hombres de hojalata”, lobunos y tiranos, y confieso que tengo mucho miedo.
Reclamo desde estos cuadernos, que nos empeñemos en limpiar nuestra sociedad de la insensibilidad lobuna que nos rodea, porque ya está bien de tirar al monte. Dediquémonos a ser personas que necesitan de los demás para encontrar su lugar en el mundo.
Somos personas, cada uno con nuestra máscara individual, pero también “animales sociables” que ya apuntara Aristóteles; porque somos YO y NOSOTROS y, entre ambos pronombres, ha de existir una sintonía que los complete mutuamente pues, al fin y al cabo, remiten a la misma persona.
Lo bueno que YO hago por el NOSOTROS lo hago por mí mismo; de igual manera, el daño que YO infrinjo sobre el NOSOTROS, se vuelve como un boomerang contra el YO.
Hemos de prestar atención a los asuntos del alma o terminaremos convertidos eh hombres de hojalata a los que adorne una asepsia total de sentimientos; y de ahí al monte, sólo hay un paso.
Mª José Vergel Vega