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Moustaki o la luz de Alejandría

Moustaki o la luz de Alejandría

“Je déclare l´état de bonheur permanent…(Déclaration, Moustaki)

moustaki

G. Moustaki. CEDIDA

Dicen que Alejandro Magno tuvo un sueño, en el que se le aparecía un anciano de blancos cabellos que le recitaba insistente unos versos de “La Odisea”:

“Hay a continuación una isla en el mar turbulento, delante de Egipto, que llaman Faros…”

Cuando despertó, Alejandro fue a esa isla que aparecía en su sueño. Mandó traer harina para enmarcar el enclave de la futura ciudad. Dibujó un círculo en forma de manto macedonio. No bien hubo terminado, cuando llegaron unos grandes pájaros que se comieron toda la harina. Cuando vio lo que estaba ocurriendo, Alejandro se turbó, porque pensó que aquello era un mal augurio. Pero, Aristandro, el vidente que lo acompañaba, le advirtió que el proceder de los pájaros pronosticaba que la ciudad sería rica y próspera y podría nutrir a hombres de todas las razas.

 

Cada vez que escucho las notas y los versos de Le Métèque, cobra vida esta hermosa leyenda.

Se me ha muerto Moustaki, aquel judío errante de Alejandría que cantaba en francés, en aquella lengua hermosa que más de una vez deseé que fuera la mía.

Se me ha muerto aquel Yussef de barba en flor, con quien más de una primeriza universitaria, que éramos en aquellos tiempos, hubiéramos querido tener algo, siquiera fuera que te cantara al oído, con su facha de extranjero,  los versos de Le Métèque.

¡Éramos tan jóvenes en aquellos ochenta! ¡Y tan locos! Tan locos éramos,  que creíamos en los sueños y en el amor , capaces de redimir al mundo de su ponzoña de siglos. Quién más, quién menos, estábamos enamorados de amores, muchas veces platónicos, que tenían, por ejemplo, los ojos azules de Paul Newman, o los de aquel otro guapísimo y grandote Rock Hudson, que nos miraba, pícaro, desde alguna de las paredes desconchadas del comedor de un piso de estudiantes …

Quién más , quién menos, maldecíamos a aquel otro amor más real cuya figura aparecía en aquella foto tomada un día luminoso en un parque cuyo nombre ya no recuerdo. En el pie de aquella foto, había escritas unas palabras que, lo que son las cosas, jamás he olvidado: “Lembras-te dos nossos projetos?»

¡Claro que me acuerdo de aquellos proyectos! Y de los que vinieron después ;  unos que se perdieron en el tiempo y otros que, incluso con la que está cayendo, aún  intentamos llevar a cabo. Proyectos que nos permiten caminar hacia nuestros sueños, hacia la utopía que sigue en el horizonte…porque “el hombre desciende de los sueños”, de sus pasos, de las huellas que sus zapatos van dejando, de los caminos que camina…

Te escuchamos tanto, querido Yussef, tomando las cañas en el “Amador” cuando salíamos de la facultad, que hoy te extraño especialmente. A ti que te llamaron “viajero de verso libre y comprometido. Hombre dulce y diferente, lleno de talento que dijo Juliette Gréco. A ti que fuiste ciudadano del mundo, maestro de mil oficios: vendedor de libros a domicilio, pintor de domingo, abuelo por horas muertas, filósofo de café; músico errante que unió la luz deslumbrante de Alejandría con otra luz más íntima, la de París. Bohemio en motocicleta que pasó la vida de una lado a otro, uniendo Oriente y Occidente. Alguien le preguntó una vez que por qué ese no parar quieto; el músico de barba gris y mirada soñadora dijo:

 ¡…qué sé yo…será la sensación de no encontrar el equilibrio en movimiento , la precipitada urgencia para escapar del peso de la edad, de la rutina, de la proyección…el deseo de escuchar ciertos sonidos, de comer ciertas frutas, de amar a ciertas mujeres. La perpetua liberación como solía decir André Bréton, el principio de la Libertad…de ma liberté…

Querido Yussef, nos has dejado un poco huérfanos. Hay quien dice que no podías hacer otra cosa que marcharte en medio de esta amargura en la que entre unos y otros nos tienen instalados. Ya sé que nos quedan tu luz, tus versos, tu música…No me tomes en cuenta si estos días tengo la sensación de ser “ une dame petite…très petite”, al escucharte cantar , “quelques couplés” a aquella “longue dame brune” a la que tantas envidiábamos.

El mundo anda algo más perdido sin ti, nada queda de aquella ciudad que fundó el Magno Alejandro, aquella que los pájaros vaticinaron como la tierra de la abundancia, donde todos pudiéramos vivir felices y libres. ¡Ay! Los jardines con maneras de paraíso quedaron anclados a un tiempo luminoso en el que corríamos al son del viento y no pensábamos que alguna vez llegaría el futuro;  un futuro  con muy mala baba, en el que hay flores que mueren esperando el rocío y en el que buscamos con urgencia labios para morder la sinrazón.

Y recordando aquel “ jardin qu’on appelait la terre… una mujer de edad incierta sigue guardando tu legado. Esa mujer declara en sueños, cada noche, el estado de revolución permanente al abrigo de la luz de los ojos dulces  de aquel músico que vino de Alejandría y que una tarde, pudo ser de Junio, le cantó al oído que aún era tiempo de vivir.

Esa mujer con sonrisa de gioconda se atreve, como mínimo, a exigiros que cada uno se esfuerce  por cumplir sus sueños. A poco que soñemos, cada uno la ración que nos corresponde, y que en verdad amemos al prójimo como a nosotros mismos, vendrá un día en que recibamos a un ejército de coleccionistas de estrellas dispuestos a resembrar la tierra y entonces, será “temps de vivre”, tiempo de vivir, de ser libres… d’être libres, surtout.

Mª José Vergel Vega

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