Carta a un Ministro desnortado
Mi querido Sr. Wert:
Le escribo estas cuatro letras, para decirle que de las personas que últimamente han entrado en mi vida, usted ocupa un lugar importante. No es que yo lo haya querido así, no se me vaya usted a hacer ilusiones, y albergar falsas esperanzas de que le escriba tiernas palabras en este mi Cuaderno de Hadas que, entre unos y otros, me están estropeando.
Mi querido Ministro, siempre me he preguntado qué tiene que hacer uno para dar con sus huesos en un Ministerio. A mí, particularmente, palabrita de Julia, no me gustaría estar en su pellejo. Siempre me figuré que los que han llegado donde usted lo ha hecho, tendrían institutriz o “institutrizo” particular, pero, no como Mary Poppins, qué va, aburridos como Rotenmeyer, y que le repetían una y otra vez aquello tan cansino y poco moderno, de los niños con los niños y las niñas con las niñas. ¡Anda que pasar estas penurias y no poder disfrutar de la vida porque una panda de desarrapados que creemos en la educación pública, igualitaria, gratuita, etc, etc…, demagogos de las narices, le hagamos revolverse en su confortable sillón!
Que le noto a usted mustio , como sin ganas de nada, y me digo, claro Julita, a este señor le falta la luz que tú mamaste en la escuela pública, donde las maestras eran más parecidas a la institutriz del paraguas que a aquella otra con cara de cuervo y siempre de luto; aquella escuela donde nos coeducaban y nos trataban a todos por igual. La misma importancia tenía el libro de texto que el libro de la vida, que es lo lógico y lo normal para que después pueda llenársenos la boca hablando de valores.
En aquel tiempo luminoso en el que yo iba a la escuela, las maestras que tuve, jamás me adoctrinaron, ni me dijeron que yo valía más o menos que mis compañeros; por el contrario, me hicieron ver que mis sueños son todo lo que poseo para ser feliz, por eso siempre los llevo en mi maleta, vaya donde vaya, y me pongan las trabas que me pongan.
Nunca me pusieron unas orejas de burro (ni reales ni imaginarias), ni a mí ni a mis compañeros. Nos respetaron nuestros ritmos de aprendizaje y tuvieron una paciencia infinita. Ellas siempre me llamaron por mi nombre, jamás me identificaron con un número, que es lo que usted tiene entre ceja y ceja. Jamás dividieron una clase en torpes y listos. Nunca me hicieron sentir tonta si sacaba un cinco o no llegaba y ni se me pasó por la cabeza ser la más lista cuando alguna vez rocé el diez de la gloria .
¿Sabe qué es lo que yo creo? Que ha tenido usted muy mala suerte, Sr. Ministro. ¡Usted no ha tenido jamás unas maestras como las mías! ¡Si las hubiese tenido no nos estaría sirviendo en bandeja las barbaridades con las que pretende hacernos comulgar!
¡Qué bien le ha quedado a usted y a su “equipazo”, eso que dice la LOMCE: “Todos los alumnos tienen un sueño, todas las personas jóvenes tienen talento”.
¿De verdad lo cree así? ¿Qué pintan entonces esos números con que usted los está estigmatizando, si de lo que se trata realmente es de facilitar los medios para que esos sueños se cumplan?
Los números nada tienen que ver con los sueños. Yo, al menos, nunca soñé con números. Si alguna vez lo hubiera hecho me hubiera preocupado y hubiera salido como una centella a la consulta del psicólogo. Para los sueños, mi querido Sr. Wert, han de existir otros baremos, que ni a usted ni a su “equipazo” les interesa utilizar.
¿Sabe usted en lo que yo creo que consiste su trabajo? Se lo voy a decir clarito: usted se estruja los sesos para hacernos, a golpe de leyes y medidas brillantísimas, la vida cada vez más cuesta arriba. Pregúntele usted a los jóvenes, esos mismos que tienen SUEÑOS y TALENTO, a los que va a hacer tragar el acíbar de la LOMCE, si piensan que en este país nuestro todos van a tener las mismas oportunidades, y si sienten que su esfuerzo se verá recompensado de alguna manera.
No sé si no se atreve a preguntarlo o si le trae al pairo lo que piensen esos jóvenes a los que les está poniendo el futuro más repinado que cuesta de mi pueblo. Los seres humanos, Sr. Ministro de mis entretelas, tenemos corazón y cabeza, y ambos han de estar conectados, si no, vamos de culo. Hay que educar y gobernar con co-razón , que diría un experto, José Mª Toro, al que invito que usted lea con interés y después legisle con conocimiento de causa.
En este país nuestro, que ya ni reconozco, sólo los que funcionan a base de “sobres”, saben del cierto cumplimiento de sus sueños; a los demás buenas dosis de pesadillas, de insomnios.
Mi querido Sr. Ministro, que yo lo que quiero decirle , con mis palabras llanas y sencillas, es que estoy muy triste, que me cuesta comer, dormir, emocionarme, sonreír, subirme al mundo y no tener una continua sensación de vértigo, mirar con dulces ojos aquello que me hace sentir bien…
Mire, Sr Ministro, que yo lo único que le pido a usted, sin enfadarme, que dice mi madre que me pongo muy fea, es que me devuelva mi derecho a soñar y la esperanza de que esos sueños, que soñaré si usted me deja, se cumplan algún día. Usted no se preocupe, que yo sabré ponerle empeño.
De sobra sé que usted no va a tener en cuenta a alguien como yo, que escribe cosas tan raras como éstas en un Cuaderno de Hadas que me trajeron los Reyes Magos. Pero, ándese con ojo, porque Mary Poppins aparece cuando menos se la espera y, en un descuido, se planta en su despacho, le suelta un supercalifragilístico y de un golpe de paraguas, lo manda a usted al País de Nunca Jamás, con Peter Pan, a ver si encuentra sus sueños , que anda usted muy desnortado, y como yo soy así, no puedo hacer otra cosa que preocuparme por usted.
Sin más que decirle, por el momento, se despide de usted, Julia, ese ser dulce de edad incierta, que necesita seguir creyendo en las hadas.
Reciba usted un abrazo normalito.
Julita, la del Cuaderno de Hadas.
Mª José Vergel Vega.
Bien dicho Julia.