«El Yoni»

Una niña de ocho años en vacaciones,  tiene derecho a algo más que a visitas aburridas y a lecturas divertidas burlando las advertencias de la abuela de que no subiera sola al desván. Una niña de ocho años tiene el derecho y el deber de jugar hasta reventar con sus amigos.

Yo me consideraba una tipa con suerte, porque todos los niños de aquella calle luminosa de Samara querían jugar conmigo; cosa que no me ocurría cuando regresaba al pueblo, pues quitando a Lina y Tolo, a los que dominaba a mi antojo, los demás huían de mí como alma que lleva el diablo, y no me preguntéis por qué , pues ni yo misma me lo explico.

No sabría deciros quienes eran mis mejores amigos; aunque yo, con quien mejor me entendía era con el Yoni.

El Yoni era el niño más guapo, más rubio y más canalla que yo había conocido nunca; aunque maldito el caso que me hacía.

A Yoni le gustaba Susi porque era más atrevida que yo, porque lo que es a guapa , la tal Susi, no me igualaba;  ni siquiera los domingos ,que daba risa cómo salía con el pelo lleno de lacitos diminutos, que no le pegaban nada. Pero a lanzada sí que me ganaba, no en vano se había ganado el apelativo de “La Reina de los Peligros”, porque no había lío en el que no se metiera.

A la abuela Julia no le hacían mucha gracia aquellos niños, pero como se llevaba muy bien con sus madres, no le quedaba otra que dejarme ir con ellos, si no quería pecar de estirada.

Una tarde, mientras esperábamos en casa de la abuela a que llegara Susi y, aprovechando que mi abuela había salido a la frutería, pues va el Yoni y me dice que le enseñe las bragas…sí, sí, como acaban de leer.

Os juro que me quedé petrificada, con un calor que me subía hasta los mofletes y el Yoni que me miraba con un descaro que para qué…Yo no sabía dónde meterme, lo primero que se me ocurrió fue salir corriendo y pedir ayuda a la abuela, pero como yo quería parecerme a la Susi en lo lanzada, pues fui y se las enseñé, pero sólo un poquito eh, cosa de la que aún me arrepiento. Porque ipso facto , el Yoni lo cacareó a los cuatro vientos y claro, llegó a oídos de la abuela, ni os imagináis el rapapolvo que me echó cuando me tuvo delante.

La abuela Julia me dijo que esas cosas no las hacían las niñas decentes, que rezara al Niño Jesús para que no se lo contara a mi madre, que ya veríamos si no era el último verano que pasaba con ella…

–¡Por lo pronto, vas a estar toda la semana sin salir a jugar con ese Yoni y esa Susi de las narices!, me dijo encendida de ira.

Jamás la había visto así, y la única reacción que tuve fue echarme a llorar como la niña de ocho años que era, y echando más mocos que en la vida, hipando y vuelta a hipar, le repetía a la abuela Julia: ¡que sólo ha sido un poquito, abuelaaaa!, pero la abuela ya ni me miraba.

Pasé la semana evitando en lo que podía a la abuela por temor a que volviera con sus reproches y también por vergüenza, porque me había quedado claro que yo a sus ojos era una niña indecente y de lo peor. Ya me imaginaba yo de mano en mano como la “farsa monea”, copla con la que me torturaba aquellos días la abuela, como aquellas mujeres malas de las que había oído hablar a los mayores, y todo por haberle enseñado las bragas, un poquito de nada, al malcriado del Yoni.

Yo no quería ser una perdida, y aquellos días me volví de un llorón insoportable; hasta que consideré que ya había derramado lágrimas suficientes por aquel sandokán rubio y, me juré a mí misma,  que me las pagaría en cuanto la abuela me levantara el castigo…Palabra de Julia.

Mª José Vergel Vega