S.O.S.

De nuevo, tras el largo paréntesis navideño, hemos vuelto a clase.

El tema estrella de todas las asambleas escolares no puede ser otro que:  Y a ti: ¿Qué te han traído los Reyes?, cuando mejor sería preguntar, pues terminaríamos antes:  Y a ti: ¿Qué no te han traído los Reyes ?

De crisis, ya les digo yo, que nada de nada, a tenor de las largas listas de presentes que Sus Majestades han dejado a nuestros niños; y eso, que me consta que a algunos, se les olvidó dejarles el tentempié de rigor.

Pero los Reyes Magos siempre han sido muy considerados con todos sus súbditos y nada rencorosos, incluso con los que se saltan sus preceptos.

La primera vez que llegaron los Reyes a mi casa yo tenía sólo dos días de vida. Y a mis padres no debió darles tiempo de escribir la carta; pero, aún así, me dejaron al lado de la cuna un coche, que maldita la gracia que les hizo a mis abuelas: por aquel entonces, aquello de la coeducación no se estilaba nada.

Después, cuando adquirí la conciencia necesaria sobre las cosas, siempre he escrito carta a Sus Majestades de Oriente. Las cosas hay que hacerlas bien hechas, guardando y buscando la correcta justicia poética . Por eso, en su redacción utilizaba fórmulas rimbombantes,  oraciones condicionales,  verbos que expresaban un deseo ferviente pero siempre respetuoso…

Pero nunca exigiendo, como una carta que descubrí no hace mucho olvidada en un cajón, en la que mi hija exigía le trajesen lo que pedía, porque según ella se había portado muy bien y como había cumplido su parte,  se creía con todo el derecho de demandar su recompensa ante sus Reales Majestades, ahí es nada.

Después, no tuvo los suficientes arrestos para enviar la carta…por algo sería. Quizá cuestión de gramática.

Y así no vamos bien. Los Reyes están hartos de pequeños déspotas que no tienen el menor pudor en perderles el respeto y de padres que no repasamos lo que escriben nuestros hijos.

Pero también hay niños que tienen buen conforme, y piensan, no sé si con total convencimiento, que no se puede tener todo en este mundo, porque hay otros semejantes que también esperan su premio como nieve de diciembre.

Yo era de esas que tenía buen conforme, y no solía disgustarme si no me traían todas las cosas de mi lista. Claro, que yo tenía la suerte de vivir en el campo y me bastaba con correr con mis amigos al salir del cole…y jugar a las casitas, a guardias y ladrones, a pistoleros con pistolas de pura piedra. Aún guardo en el brazo una herida de guerra de rodar por la montaña escapando de algún forajido.

Nunca tuve una consola, ni tan siquiera un juguete electrónico, ni cincuentamil cosas a las que aprietas un botón y se te revoluciona la adrenalina que es una cosa.

Ahora, por lo visto, el Monopoly viene con tarjetas de crédito y un cajero que expulsa billetes a tutiplén. Dicen los afortunados niños a los que los Reyes han dejado uno de éstos, que sientes un subidón tal que, de verdad crees que eres millonario.

Contra la crisis, ya saben, monopolys locos con cajero y a meter la tarjeta como posesos.

Y pensar que yo me conformaba, y disfrutaba, con construir castillos interminables, vistiendo a muñecas del montón, rellenitas, y no  barbis anoréxicas que se ven obligadas a estar siempre divinas de la muerte, no las vaya a dejar plantadas el Kent de turno.

Apreciábamos las cosas porque nos costaba esfuerzo y paciencia conseguirlas…y las cuidábamos: ¡Vaya si las cuidábamos!, ¡Por la cuenta que nos traía! Si no lo hacíamos, los Reyes Magos no tenían ninguna pereza en darse una vueltecita por tu casa y en cuanto veían que estabas dormida…¡zas!, te quedabas sin ese juguete por el que darías todas las rebanadas de pan con tulicrem que ibas a comerte de merendilla , o incluso, y esto sí que era duro, aquellos besos tan dulces del Yoni.

Y entonces no había teléfonos que, ahora, en cuanto no nos gusta el percal, les decimos a los niños:¡Mira, Pepito, que tengo línea directa con los Reyes y están aquí “ipso facto”!

Y Pepito te mira y te suelta tan fresco, para que te quede claro que ha entendido el latinajo: ¡Tú es que lo flipas, eso no te lo crees ni tú!

Y como lo del teléfono no cuela, para acallar nuestra conciencia y aligerarla de ese sentimiento de culpa que nos sofoca al ver la casa empantanada de juguetes que Pepito ya ni mira, decidimos pasar al plan B, o sea, charla solidaria, porque, por supuesto, rebosamos de espíritu navideño:
–Mira, Pepito, cuida las cositas que hay muchos niños que no tienen la suerte que tú.

Pepito, a todo esto, ni te escucha, pensando ya en lo que te va a pedir para su cumple, qué es lo que debe traerle el Ratoncito Pérez cuando se le caiga su enésimo diente, cuánto vas a apoquinar si  aprueba las mates…y suma y sigue…

Y lo peor de todo es, que ambos sabéis, que los Reyes Magos no van a darse una vueltecita por tu casa para poneros las pilas a tí y a Pepito.

Mª José Vergel Vega