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Si queréis pecis, muchachas!!

Si queréis pecis, muchachas!!

Foto Museo de Cáceres

Hace unos días, nuestro compañero Miguel Ángel Lorenzo, encontró una publicación en Facebook del Museo de Cáceres, en la que hacía referencia a uno de los oficios más antiguos a los que se ha dedicado el hombre: la pesca. En dicha publicación se nombrara a Torrejoncillo, como una de las poblaciones en las que esta ocupación tuvo especial importancia.

En dicha publicación se hablaba de cómo a lo largo del siglo XX, aquellos que nos precedieron, encontraron en la pesca un medio, normalmente complementario, para remediar un poquito  la precaria economía de aquellos años. Decimos complementario, porque normalmente salían a pescar una vez daban de mano en  las interminables tareas del campo. 

En el hermoso paraje de La Sauceda, en el término municipal de Torrejoncillo, casi la totalidad de los colonos se dedicaban a la pesca como segunda actividad. Bogas, barbos, anguilas, carpas, tencas…pescados variopintos tremendamente apreciados por nuestros vecinos.

Quien más, quien menos, tenía una barquita varada en la orilla del Alagón, con la que salían a faenas de anochecida o antes de despuntar el sol. Barquitas triangulares, hechas artesanalmente, que se deslizaban al compás de un remar silencioso, condición importante para no espantar a la pesca. Desde ella, puestos en pie y haciendo equilibrios casi imposibles para no caer al agua, echaban los trasmallos, redes artesanas que, a buen seguro habían sido remendadas por las manos pacientes de las mujeres.

Normalmente, los trasmallos, los dejaban echados durante toda la noche, y de amanecida volvían a recogerlos. Una hermosura de peces tapizaba el suelo de la modesta embarcación, si la noche se había dado bien.

Pero no sólo se practicaba este modo de captura. Había una modalidad muy curiosa para la que se necesitaba ser más sigiloso que el mismo silencio y manejar las manos con la máxima destreza: la pesca «a maneo». Podríamos definir esta suerte de pesca como un mano a mano entre el pescador y el pez. 

Recuerdo haber acompañado alguna vez a mi abuelo. Me dejaba montada en la barca y desde allí admiraba su saber hacer, buceando a pelo, sin bombonas de oxígeno, ni tubos de respirar. Con lo que sus pulmones podían aguantar , se sumergía durante minutos y emergía con las mejores capturas, aquellos barbos (machus), los más cotizados para hacer un buen «moji e pecis», delicioso manjar , que hoy es raro  ver en nuestras mesas. Con las capturas más menudas se hacían unos «escabechis» que quitaban las penas acompañados por un buen chato de vino.

Y recién pescados, los del trasmallo y los del maneo, aquellos colonos-pescadores,  los acomodaban en los serones de la burra, y  ponían rumbo al pueblo a vocear sus tesoros, con aquello de «si queréis pecis, muchachas» para   sacarles unas perrinas y, de paso, hacer felices a los paladares más exigentes. 

Oficios del pasado que deberíamos no olvidar, porque forman parte de nuestra intrahistoria y de la historia de los lugares que habitamos. Oficios sostenibles que, sin duda, supieron cuidar de nuestro planeta.

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