
UNA DE LAÑADORES Y QUINCALLEROS
Parece ser, que estas dos profesiones eran de carácter nómada, y que al igual que los afiladores gallegos, desarrollaban su actividad, recorriendo los pueblos, ofreciendo sus servicios, en la misma puerta del domicilio del que demandaba sus trabajos.
Hablaba yo de economías de supervivencia, y es que en los años de la posguerra civil española las economías, (sobre todo las de las familias más humildes) no podían permitirse el lujo de cambiar la cacerola, el plato de china, la cántara, las tinajas para agua, la palangana que se descascarillaba, o el orinal blanco de china, con la facilidad con que lo hacemos hoy. Todos estos objetos de uso domestico y cotidiano, gozaban de larga vida, a pesar de los múltiples parches y remiendos que acumulaban con el paso de los años, gracias a estos desaparecidos oficios: los lañadores y los quincalleros.
LOS LAÑADORES
Provistos de una lata en la que llevaban unas ascuas de carbón, y los soldares de hierro siempre calientes, y colgado del hombro una caja de madera con todo lo necesaria para esta actividad, estaño, limas, piedra redonda para ser empleadas como pequeño yunque, martillos, y caja con algún que otro pequeño remache que en ocasiones había que poner.
Esta actividad se realizaba en la calle, los vecinos acudían con sus cacharros cuando escuchaban su voceo: “lañadoooooor… se arreglan pucheeeeroooos y peeeeeroooooles…”
Ni que decir tiene que éste es uno de los múltiples oficios que ya desaparecieron y que se desarrollaba de forma nómada, recorriendo los pueblos, intentando ganar alguna peseta, pues el cobro por echar un laña nunca pasaba de unos céntimo, o como mucho de una perra chica (cinco céntimos)…pensad por unos momentos cuantos cacharros se tenían que arreglar, para ganar un euro de nuestros días. Pero lo tal vez lo más curioso, es que para echar un laña había que tener habilidad, limar lo justo, y poner el estaño justo de temperatura, para que pegase bien y esta reparación aguantase… y aguantaba, siempre hasta la próxima vez.
Esta actividad era más compleja que la de los lañadores, pues la diversidad de metales que manejaban, requería de mayores conocimientos de la metalurgia y la calderería. La reparación de cubos y barreños de chapa la realizaban de muy diversas formas, soldando con estaño, si no eran muy grandes los agujeros, o colocando trozos de chapa con remaches, cuando lógicamente el agujero era mayor, y posterior soldadura con estaño. Pero no sólo reparaban los cacharros metálicos, incluso los platos de porcelana, tapas de soperas, fuentes de china (porcelana de baja calidad) se reparaban con grapas que cortaban a medida y que colocaban en pequeños agujeros que realizaban a lo largo de la fractura, para luego taparlos con una pasta que permitía volverlos nuevamente impermeables y que no se saliesen.
Al igual que los lañadores las cantidades cobradas por estas reparaciones, eran de unos pocos céntimos, y permitían que ciertos utensilios se continuasen empleando, eso sí, con un remiendo que seguramente no hacía demasiado bonito o decorativo, pero no estaban las cosas como tirar, y de esta manera en una economía de supervivencia, unos contentos por el arreglo, y otros por esos pocos céntimos ganados que tanta falta hacían.