La línea de la vida

La línea de la vida

Con el último libro de María Dueñas en las manos se quedó dormida en el sillón abatible del salón. Rara vez perdona la siesta y le gusta hacerlo así, con el ronroneo de las palabras que guardan los ejemplares que con tanto mimo colecciona en su “pequeña-gran” biblioteca, como ella la llama. Es el preludio del mayor placer del día, el que reserva cada tarde a lectura, a evadirse del mundo que le rodea e imbuirse en las historias apasionantes y apasionadas que los distintos autores le ofrecen. Esa tarde al despertar, de forma lenta, fue abriendo los ojos y a medida que iban pasando esos primeros segundos, se daba cuenta que le habían arrancado de un sueño que, esta vez sí, recordaba con total nitidez.

En esa escasa media hora de descanso había pasado su vida por delante, pero no la real, sino la otra, la que pudo haber sido, pero no fue fruto de las decisiones que inevitablemente en algunos momentos claves de nuestro paso por este mundo, nos toca tomar.

Tita cuenta con setenta y tres primaveras y, después de una carrera profesional como maestra llena de vicisitudes, ahora disfruta de una jubilación plena, ya que la salud se lo permite – con algún achaque que otro, propios de la edad – le dice su médico, al cual ella quiere creer.

Su primera gran diatriba fue decidir si seguía estudiando o no. En la escuela era la mejor de la clase y D. Ceferino, su maestro, estaba empeñado en que continuase con estudios superiores, era una apuesta segura y así se lo hizo saber a la madre en contadas ocasiones, cada vez que había una oportunidad. En casa no lo tenían tan claro, de hecho, se lo empezaron a plantear cuando el maestro comenzó con aquella cantinela. La familia de Tita trabajaba como medieros en una finca de diez hectáreas de D. Atanasio, dueño y señor de la mayoría de las tierras que rodeaban el pueblo. Los años que sonreía la suerte y el tiempo acompañaba, les daba de comer holgadamente, pero en temporadas de sequía o tormentas inesperadas, sudaban la gota gorda para pasar el año. El destino de Tita, una vez acabara su etapa escolar, estaba marcado, ayudar en la casa y si sobraba tiempo, en la parcela.

La influencia de D. Ceferino sobre la madre provocó que ésta sacara su mejor catálogo de artimañas para, al menos, hacer que el padre se plantease la posibilidad de que Tita pudiera continuar estudiando. No obstante, el cabeza de familia le dejó claro que, si por él fuera, su voto se decantaba por quedarse en casa. Su madre en cambio, le abrió las puertas de par en par para que, si era lo que en realidad deseaba, siguiera con los estudios, ya se apretarían ellos el cinturón todo lo que fuese necesario.

A pesar de que estaban pasando por un año muy difícil en lo económico, dado que una plaga de insectos había atacado parte de la cosecha, Tita decidió seguir los consejos de su maestro e intentar seguir formándose. Eso pasó en realidad, pero aquella tarde en su sueño, la decisión había sido la contraria y apostó por quedarse en casa, pues su familia la necesitaba en ese momento más que nunca.

Las jornadas comenzaron a ser eternas, de sol a sol, primero la casa: comidas, limpieza, ropa, compras… y después de comer, con sus padres a la finca, que había mucha tarea y su aportación era esencial, cada vez más. Así un día y otro hasta que llegaba el domingo. El domingo era maravilloso, porque era el día que paseaba con Román, un chico dos años mayor que ella y que conocía de toda la vida, pero que nunca había mirado con los ojos con los que lo hacía ahora. Una de esas tardes, Román la tomó de la mano y se desviaron del camino por el que paseaban, apoyó su espalda sobre un árbol y la besó apasionadamente. Román era todo lo que necesita en ese momento, la recompensa a su sacrificio, el fin ante todas las adversidades cotidianas. Román fue un bonito sueño aquella tarde, nunca la habían besado así.

Pero los sueños, sueños son y Tita, con el paso del tiempo logró superar el bachillerato con solvencia y se marchó a la ciudad a estudiar magisterio. Los padres pudieron, a duras penas, pagarle una pensión en la que compartía habitación con María, una chica un año mayor que ella que estudiaba Biología. La vida de estudiantes solas, en la ciudad, sin el control familiar fue maravillosa. En ningún momento exenta de responsabilidad, estudiaron mucho, pero también había tiempo para la diversión con amigos y compañeros de estudios.

Una noche de fiesta las dos amigas llegaron tarde y tras el correspondiente rapapolvo de la casera, se metieron en la habitación y sin esperarlo, sin pensarlo… se entregaron la una a la otra, se amaron sin ningún complejo. A la mañana siguiente se levantaron y tanto una como la otra evitaron el tema, en realidad evitaron cualquier conversación entre ellas más allá de unos correctos buenos días. La vida siguió más o menos igual entre ellas, aquella noche es como si la hubieran borrado de su memoria, pero no pasó lo mismo en la cabeza de Tita, que a medida que pasaba el tiempo se comportaba como un volcán a punto de estallar. ¿Se había enamorado de María? ¿Cómo podía pasarle eso a ella, si las mujeres nunca le habían atraído? Lo que era una certeza absoluta es que aquella noche había sido una de las mejores que había vivido.

Los últimos días del curso María rompió el hielo y se abrió en canal ante Tita. Le dijo sin tapujos que la quería y que estaba dispuesta a empezar con ella una relación de pareja en secreto. Nadie más tendría por qué saberlo y aquí llegó el segundo gran dilema de su vida. A principios de los años setenta en España, y en cualquier parte del mundo, dar este paso no era nada fácil. Hacía caso a su corazón, que en aquellos momentos quería estar junto a María o a su cabeza y los miles de argumentos que la sociedad le imponía.

La decisión de Tita se inclinó por la segunda de las opciones, posiblemente la más fácil para todos menos para ella y aquel inicio de verano se despidió de María entre lágrimas. Lo mejor para la dos era tomar caminos separados y a partir de entonces no volvieron a coincidir, salvo un par de veces o tres en las que zanjaron el encuentro con conversaciones insustanciales.

Pero aquella tarde, en su sueño en el salón, el camino tomado había sido el contrario y el curso siguiente María y ella volvieron a la pensión y comenzaron una vida en pareja secreta, existían dos mundos, el exterior a la habitación y uno interior donde se abría un mar secreto de pasión, afinidad, comprensión… y en él, su isla desierta.

Pero los sueños, sueños son y la vida continuó irremediablemente su camino. Tita se graduó con sobresaliente en magisterio y no tardó en comenzar a trabajar. El primer lugar en el que lo hizo fue en un pueblecito de una zona de serranía, aunque no tardó en conseguir plaza en la ciudad. Allí conoció a Germán, el hombre de su vida, con el que decidió compartirla y formar una familia. La primera de sus hijas fue Flor, una niña morena con pecas en la cara y mucho carácter desde que nació y el segundo… el segundo embarazo fue un suplicio desde el principio. El malestar de Tita fue en aumento y cada día, cada hora que pasaba se convertía en un martirio. La situación se llegó a tensar tanto que acabó en el hospital ingresada. Después de aplicarle una amniocentosis, le diagnosticaron un embarazo con síndrome de down y riesgo para su salud física. Aquí llegó la tercera decisión complicada de su vida, continuar con el embarazo o abortar, durante la década de los ochenta, el aborto fue despenalizado bajo tres supuestos específicos y ella cumplía una de ellos.

Con lágrimas en los ojos y abrazada a Germán decidieron no tenerlo e intentarlo de nuevo pasado un tiempo, pero aquella determinación la dejó destrozada psicológicamente, tanto que aún duda si ha llegado a recuperarse.

Aquella tarde en su sillón, en esa siesta pudo tocar los piececitos de su hijo acurrucado en su seno, dormido, inocente, inofensivo…

Pero los sueños, sueños son…

La vida, nuestra vida está llena de situaciones que nos llegan fruto de azar, del destino o como queramos llamarlo, no depende de nosotros y tenemos que afrontarlas cuando aparecen, pero otras tantas son fruto de nuestras decisiones. El camino escogido podría haber sido otro, posiblemente muy distinto, pero ha sido este, en el que nos encontramos hoy.

Me fastidia, porque hasta aquí, en algo tan trascendental, están presentes las matemáticas. Nuestra vida se puede simplificar en un árbol de probabilidades. Este podría ser un esquema muy simplificado del camino seguido por Tita.

En él hemos asignado 1/2 a la probabilidad de cada decisión dicotómica que tomó y así cada uno de los caminos que hubiera escogido tendrían una octava parte de ocurrir.

Espero y deseo que hayáis disfrutado del camino que habéis pintado a lo largo de los años, aunque ya os adelanto que ya estaba escrito en la palma de vuestras manos.

 

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