Caballero de los Sueños
Para celebrar un año más el cumpleaños de los libros, les escribí este Caballero de los Sueños a mis alumnos de Primer Ciclo de Fomento de la Lectura, con él quiero felicitar a todos los lectores que día a día visitan esta página que forma parte ya de nuestras vidas.
En un lugar de la Mancha,
cuyo nombre no recuerdo,
vivían un tal Don Quijote
y un tal Sancho, su escudero.
Al hidalgo le gustaba
leer todo el santo día,
no le cabían en casa
los Libros de Caballería.
Entre el Ama y la Sobrina
le dijeron de esta guisa:
que aquella insana costumbre
el seso le sorbería.
Con todos aquellos libros
encendieron una hoguera,
mientras al pobre Quijano
se le iba la sesera.
Adarga y yelmo buscó,
se colocó una armadura
y así salió de su aldea
a vivir mil aventuras.
Prometióle al escudero,
que si él bien le servía,
una ínsula bien hermosa
con el tiempo le daría.
Y allá se fueron los dos
mientras cantaban los grillos,
con la noche a las espaldas,
recorriendo los caminos.
El de la Triste Figura
quiso armarse caballero,
junto al pozo de una venta,
lo acompaña su escudero.
Como todo caballero,
se desplaza en un corcel,
que lo llaman Rocinante
y es tan flaco como él.
Sancho Panza va en el rucio,
un burrito bonachón,
que camina despacito
por no dar un tropezón.
El insigne caballero
enfermó pronto de amor,
por una moza muy guapa
que cuidaba con primor.
Se llamaba Dulcinea
porque dulce la veía,
y el de la Triste Figura
por sus huesos se moría.
Vivieron nuestros amigos
hazañas harto famosas,
que buscaron por el mundo,
como quien no quiere la cosa.
Confundió el buen caballero
los molinos con gigantes,
lo avisaba el escudero,
mas no pudo echarle el guante.
¡Deténgase, mi señor,
que no son sino molinos,
que algún sabio encantador
le ha trastornado el sentido!
Para el asombro de Sancho,
su amo no escarmentaba,
confundió con un ejército
un rebaño que pasaba.
¡Ay, mi señor, pare quieto,
que su cerebro le engaña!
¿No ve usted que son ovejas
que van hacia las montañas?
En el suelo, malherido,
ha quedado el caballero;
a sus pies, el fiel de Sancho,
cuidándole con esmero.
¡Ay, mi señor Don Quijote,
ganas me dan de volver
al lado de mi Teresa
y no volverme a mover!
Templa esos ánimos, Sancho,
y deja de lamentarte
que no existen malandrines
capaces de liquidarme.
Las lágrimas le caían
al bueno del escudero,
al ver magullado al amo
a la luz de los luceros.
Y bajo un manto de estrellas
los dos se quedan dormidos,
soñando en hacer justicia
en un mundo malherido.
Las hazañas del de la Mancha
y de Sancho su escudero,
las escribió un tal Cervantes
y las lee el mundo entero.
Entre duelos y quebrantos
fueron pasando los días,
y jamás vio el escudero
la ínsula prometida.
Don Quijote estaba viejo
y su escudero cansado,
así emprendieron regreso
a su tranquilo poblado.
La Sobrina y el buen Ama,
y hasta el Cura y el Barbero,
velaban allí en su cama
al cansado caballero.
En un rincón de aquel cuarto
las viejas armas dormían,
pensando en aquellos tiempos
que en el mundo combatían.
No digáis que estaba loco
porque no cejó en su empeño
de conseguir que en el mundo
se hagan realidad los sueños.
Y hasta aquí este homenaje
al andante caballero,
que de un lugar de la Mancha
dio ejemplo al mundo entero.
Si a ustedes les ha gustado,
aplaudan a estos juglares
que llevamos la poesía
por toditos los lugares.
Mª José Vergel Vega