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La cofradía de San Andrés

La cofradía de San Andrés

Para este dichoso mes que entra con los Santos y sale con san Andrés he tardado en concretar el tema. Tenía claro que iba a estar relacionado con una de las tres antiguas Cofradías ligadas a este undécimo período del año y en un principio opté por la de las Benditas Ánimas por considerarla más a tono con el ambiente luctuoso, florido y camposantero de la primera parte del mes. Cuando ya llevaba redactada parte del trabajo, surgieron nuevas obligaciones, de la misma índole que la presente, y tuve que abandonar lo emprendido. Cuando me incorporé, Noviembre agonizaba y me pareció más procedente centrar este estudio en la Cofradía de san Andrés, ya más cercana. Dejemos para otra ocasión a las Ánimas del purgatorio y al que fue durante muchos años mi vecino en el barrio de la Carrera, san Saturnino, el martirizado obispo de Toulouse.

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Pues sí. San Andrés, el olvidado patrón parroquial, también tuvo su Cofradía. Y debió ser de las más antiguas. Si nos atenemos al artículo 27 de sus Ordenanzas, habría que hablar de su existencia, al menos, desde 1577: “Otrosí acordaron y mandaron en el cabildo que se hizo en veinticinco días del mes de julio de mil y quinientos y setenta y siete que todas las cofradías que se formen en este lugar tengan entre todas ellas seis ollas buenas. En esta manera que la cofradía general tenga a nuestra costa tres ollas y las otras tres tengan la cofradía de los santos mártires san Fabián y san Sebastián y la del señor san Pedro de la Hinojosa” Por tanto, la de san Pedro, que en una publicación de hace un año la situamos, anterior a 1588, podemos, por ahora, datarla también antes de 1577.

La rotura de la parte superior de la primera página del legajo (nº 44 del Archivo Diocesano de Cáceres, referente a nuestra Parroquia) impide conocer la fecha de redacción de las Ordenanzas, si es que allí figuraba, así como sus primeros cinco artículos donde podrían ir indicados los fines de la Cofradía. No hay que aventurarse mucho para asegurar que serían idénticos a los de las demás: buscar en la vida terrenal, bajo el amparo de un santo protector, una especie de seguro eficaz para una feliz eternidad, sin olvidarse, claro está, de honrar, venerar y festejar a su intercesor, en este caso, a san Andrés. El tema del paso de una vida a la otra figura en los dos primeros artículos conservados, el seis y el siete. En el primero, y luego en otros, se habla de los entierros. Para esta misión la Cofradía tenía que disponer de buenas azadas: “Item ordenamos y mandamos que cuando una persona falleciere que los nuestros cofrades tengan las azadas muy bien *enstadas” y aderezadas para hacer las sepulturas y que, si así no las tuvieren y se *desenstaren vaya en pena de 12 mrs….”.

Si necesarias eran las azadas para enterrar el cuerpo, también lo eran las hachas para alumbrar el alma. Debían ser portadas por los diputados de la Cofradía en los entierros de los hermanos e igualmente en misas, vigilias, procesiones u otros oficios divinos: “… y que los nuestros priostes sean obligados a tener unas buenas hachas de cera para los oficios divinos que se dijeren en la cofradía y para los entierros de los hermanos difuntos de la cofradía, pena de que, si no las hubieren, pague cada prioste una libra de cera…” Muy especial atención se prestaba lógicamente a la misa que se celebraba en la festividad del santo bajo cuya advocación figuraba la Hermandad: “Otrosí acordaron y mandaron en el cabildo que se hizo en el año de mil y quinientos y noventa y siete años a veinticinco días del mes de julio de dicho año que, pues esta nuestra cofradía era fundada a honor y reverencia del bienaventurado señor san Andrés a quien la iglesia de este lugar tiene por patrón y abogado, se dijere en su día una misa por un capellán y que por ella se le pague al tal capellán dos reales y que asimismo se haga una procesión en dicho día. Por ella se pague veinticuatro maravedíes, y al sacristán, de misa y procesión diez y seis maravedíes. Y que la misa se haga haciendo copia de sacerdotes este día, la cual sea por los hermanos y difuntos. Y que se haga señal de misa con una campana…”

El órgano supremo de la Cofradía era el Cabildo. A él correspondía tomar los acuerdos y decisiones, aprobar las cuentas y la entrada de nuevos cofrades. Solía reunirse una vez al año y debía ser el día de Santiago, tal como estaba ordenado. En tal fecha, y a toque de campana (“a señal de campana tañida”), los cofrades debían juntarse a la puerta de la iglesia parroquial y allí celebrar su cabildo, presidido por el alcalde de la Cofradía y dos diputados, electos los tres cada año. El primer cabildo del que se conserva el acta tuvo lugar, no precisamente un día de Santiago, pero cerca, el 30 de julio de 1651: “En el lugar de Torrejoncillo en treinta días del mes de julio de mil y seiscientos y cincuenta y uno habiendo hecho señal a campana tañida según que lo tenemos dispuesto y por costumbre para hacer cabildo de la cofradía de señor san Andrés se juntaron y congregaron a la puerta de la iglesia parroquial de este lugar los hermanos siguientes: Primeramente Pedro Martín Bermejo y Diego Manibardo, diputados, el Licenciado Díaz, Luis Díaz ,bajo, Lucas Gil, Juan Martín Moreno, Francisco Santos… y ordenaron y mandaron que los oficios divinos se hagan como de costumbre y se guarden los mandatos … y que los oficios divinos se pague al Sr. Cura lo acostumbrado… y nombraron para el buen gobierno de la cofradía por alcalde a Diego Gil, viejo, y diputados Melchor Díaz y Francisco Ramos y lo firman los que supieron” El contenido de los cabildos posteriores es similar al que hemos expuesto. A veces sólo cambia el año y los nombres de alcalde y diputados propuestos para el año siguiente.

Eran deberes de los cofrades asistir a los entierros de los otros hermanos, acompañar a los enfermos, recoger a cualquier pobre que muriere a una legua del lugar, pagar la cuota de entrada que correspondiere y la anual de una libra de cera, no reñir ni decir palabras injuriosas en los cabildos y aceptar las decisiones tomadas en ellos. Las posibles disconformidades eran resueltas por los doce cofrades de mayor edad.

Tras las primeras actas de cabildos conservadas se exponían las cuentas. En años posteriores ya no fueron presentadas de forma tan continua ni metódica, pero sí claras. Estaban divididas en “Cargos” (Ingresos) y “Datas” (Gastos). Los ingresos se reducían normalmente a las cuotas por ingresos de nuevos hermanos y a las limosnas. Las datas o gastos abarcaban más conceptos: Misas (misas de la Cofradía, misas y vigilias por los hermanos difuntos, misa y procesión del día de san Andrés), vestuario (se pagaba una pequeña cantidad por las ropas que portaban los sacerdotes en la misa y procesión del día del santo), derechos del sacristán, de alcalde y diputados, y de escribano y cura (por asistir a la presentación de las cuentas). Estos conceptos de ingresos y gastos son casi siempre idénticos en los sucesivos balances.

Cuando sí se alteraban, y mucho, era en los años que la Cofradía organizaba una comida. Son numerosos los artículos de las Ordenanzas previstos para cuando esto sucediere. El artículo 18 dice “Que cuando en cabildo se mandare comer sean el alcalde y los oficiales de ella los encargados de matar la carne que les pareciere ser bastante y traigan el vino que convenga Que por ello se dé a los oficiales el menudo de la una vaca y por traer la leña les den un real y medio y no más”. Estaba previsto que “si se mandare comer, se coma el domingo en adelante pasado el día de Nuestra Señora de Agosto porque se van muchos a la feria de la Fuente Santa”. Menos mal que este festejo se celebraba sólo de vez en cuando y no de forma anual, porque es sorprendente la cantidad de comida y bebida consumidas en el ágape. Es ahora cuando podemos comprender lo de aquellas seis ollas citadas al comienzo de este escrito. Veamos algunos pormenores, no todos, referentes al año 1663:

5 reales que se gastaron en agua para las ollas, 10 reales y 20 mrs. por traer el vino, 300 reales del coste de un novillo, 638 reales del coste de dos vacas, 19 reales y medio de trece cargas de leña, 305 reales de 30 arrobas de vino, 5 reales de dos libras de lomo… más gastos de personal. Se rebajaron estos gastos con la venta de dos vientres, tres pieles y algo de carne que se vendió. Pueden comprobarse alguno de estos datos en el siguiente escaneo de la cuenta original:

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Eso sí, se tenía un detalle con los hermanos ausentes y se obligaba a sus mujeres a ir a por la comida que correspondía a su cónyuge. Tampoco faltaba el obsequio a los pobres e imagino que aquí lo de “hermanos” implica un contexto mayor que el de cofrade, aunque sólo sea por el hecho de no ir a comer con la Cofradía: “Que cuando la cofradía se comiere que los hermanos pobres que se mandare que se les dé de comer por amor de Dios, se les lleve la comida a sus casas y no vengan a comer con los hermanos. Y se dé también para la comida una libra de carne, una libra de pan y un cuartillo de vino”.

El legajo incluye, al principio, una relación de cofrades año por año y más adelante otra de hermanas viudas hasta 1741. Desde 1764 no tengo noticias del devenir de esta Cofradía. No dudo que en un futuro puedan aparecer más datos, aunque por hoy, creo que ya hay bastante.

No puedo ocultar lo que ha venido a mi mente cuando estoy a punto de finalizar este escrito. Esa sorna innata que llevamos consigo los nacidos en esta tierra me ha llevado a pensar que San Pedro, el buen Casillas de la puerta celestial, al ver entrar por ella a estos hermanos, por una parte tan píos, puros y santos, y por otra tan orondos, lustrosos y bien comidos, no habrá tenido más remedio que pensar: “Éstos son de la Cofradía de mi hermano”.

Antonio Alviz Serrano

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1 Comment

  1. pepa

    Gracias, Don Antonio, querido maestro, por hacernos disfrutar con estas cosas de nuestra historia. Es verdad que comían mucho estos hermanos, pero oiga usted, ¡es que tenían que poder con la azada!
    Abrazos.

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