
La Ruta de la Seda
Recientemente, he tenido la oportunidad, y desde luego, la suerte, de poder viajar al País del Sol Naciente, así que, en calidad de “corresponsal asiático” de TTN, paso a detallar brevemente mis impresiones sobre la cultura y el ambiente general de la sociedad nipona.
Para empezar, mucha gente piensa que Japón es un país extraño, con comida extraña y gente más extraña aún. Pues bien, tengo que decir que tienen razón. Viajar a Japón es lo más parecido a visitar otro planeta que probablemente cualquier español puede hacer, quizá con la excepción de Pedro Duque. En general, los japoneses ven su vida dominada por el trabajo, por la fidelidad y sumisión a sus jefes y a su empresa, y por las posibilidades de ascenso. Utilizando este concepto como base, pueden explicarse prácticamente todas las demás características de la mente nipona. Los japoneses necesitan, por tanto, una vía de escape definida, clara y diaria al estrés que supone su trabajo y, al igual que todas las demás cosas de su vida, tienen este ocio perfectamente compartimentado en tiempo y espacio: un momento y un lugar para ir de copas con los compañeros (una actividad diaria para la mayoría de los trabajadores), un momento y un lugar para cantar en el karaoke (una necesidad para los mismos) e incluso diversas actividades sexualmente directas o indirectas (y a veces de dudosa moralidad) que rellenan los escaparates de las zonas de ocio en la grandes ciudades como Tokyo u Osaka. Pero eso se aplica sobre todo a los hombres. En una sociedad en la que la diferencia sexual es todavía muy importante, las mujeres conjuran su estrés maquillándose, remaquillándose y volviéndose a maquillar; detrás de kilométricas pestañas, sus ojos pasan el tiempo que no están trabajando buscando ropa de marca en los miles y miles de tiendas que abarrotan los núcleos comerciales de las ciudades, siempre a la última, y tanto es así, que aparecen a los ojos de un europeo como personas extrañas, cubiertas de arriba abajo por medias y guantes largos negros en pleno verano (y os aseguro que hace mucho calor) y recubiertas de encajes y vestidos extraños que incluyen trajes de doncella, de colegiala ¡o incluso pijamas!
Por otro lado, los japoneses son personas con una ética intachable, de tal forma que es prácticamente imposible verlos cometiendo el más mínimo acto de descortesía o mala educación; las calles están impecables, a pesar de que casi no hay papeleras, y la gente camina tranquila con el bolso abierto, o incluso dejan el móvil a la vista y se quedan dormidos en el metro (otra actividad muy japonesa); además la organización de cualquier trabajo, hasta el más sencillo, es envidiablemente perfeccionista, así que en eso realmente tenemos mucho que aprender de ellos.
En resumen, como siempre, no hay nada como viajar para comprender mejor este extraño mundo y para saber apreciar en su justa medida lo bueno y lo malo de nuestro hogar. Y además, a modo de maravillosa propina, hice una nueva amiga en la maraña metropolitana de Tokyo, ¡una amiga torrejoncillana, casi nada!