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MEMORIA DE LOS MUERTOS

Los que aún necesitamos devolver la dignidad a nuestros seres queridos, a los que nunca lograrán arrancar de nuestra memoria; necesitamos que la justicia sea justa, y que deje al Juez Baltasar Garzón continuar con su trabajo, digno y decente, para cerrar de una buena vez nuestras heridas.
El artículo que a continuación reproduzco fue publicado en el año 2008 en la Revista EL TELAR de la Asociación Cultural de Torrejoncillo. Sirva, en esta ocasión, para desde este Blog y desde esta sección en la que colaboro, dejar constancia de mi apoyo, personal, al Juez Baltasar Garzón; así como a su esfuerzo incansable por reparar la memoria de los muertos a los que, parece ser, algunos no están por la labor de que dejen de habitar el silencio frío de las cunetas.

A la memoria de Don Francisco Moreno Vidal, Alcalde Socialista-Republicano de Torrejoncillo, en los aciagos momentos en que estalló la Guerra Civil en España; y a la memoria de todos, los que como él, fueron asesinados y condenados a un olvido injusto.

¡Qué sería de los hombres sin memoria!: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, que dijo Jorge Luis Borges, bastante mejor que yo pueda expresarlo ahora. Y es que, en realidad, reconstruir la historia es tarea ardua; tanto como recomponer trozo a trozo un espejo roto.
Necesitamos tener memoria de todo cuanto hacemos, y de todo lo que otros hicieron antes que nosotros. A través de ella, nos reafirmamos en el mundo; tenemos conciencia de lo que somos, de lo que fuimos y de ,lo que seremos en un futuro. Atesoramos en ella nuestros recuerdos: los buenos, los malos y los regulares. Necesitamos guardar en la memoria a los que por unas u otras circunstancias dejaron ya este mundo tan loco que habitamos. Sólo así, los sentimos cercanos, como si aún no hubieran terminado de marcharse. Necesitamos guardar sus cuerpos, o el recuerdo de ellos en un lugar concreto. Hay quien cree que poniéndoles una lápida salvaguardan sus memorias. Y es así como los recuerdan; porque su recuerdo, lejos de causar un dolor sin cura, los reconforta.
Somos conscientes de que no vamos a regresarlos a la vida tal y como nosotros, los vivos, la concebimos; pero también lo somos, de que los tenemos ahí, dispuestos a escucharnos cada vez que las circunstancias nos muestran este mundo menos habitable.
Pero, ¿acaso no recordamos a aquellos familiares o conocidos que no sabemos dónde de encuentran a ciencia cierta sus cuerpos? ¿Es necesario saber dónde se hallan unos pocos huesos para guardar memoria de ellos?
Querido, Don Francisco, a mí nada de esto me hace falta. Yo llegué a su recuerdo a través de los recuerdos de mi abuela, tu hermana, y a través de tus palabras, recogidas en los libros apolillados de este archivo al que una y otra vez vuelvo buscando lo que fuiste, y lo que aún hoy sigues siendo. Tu memoria está a salvo.
Pero entiendo que hay quien necesita saber dónde están los cuerpos de sus familiares asesinados de la manera más cruel por uno u otro bando, que es cosa que no importa, o que no debería importar, para ser más exactos.
Todos somos conscientes de que son muchos los muertos hacinados unos sobre otros en la más insospechada cuneta. Entiendo que haya quien necesite recuperarlos para recuperar su memoria, o para hacerla más sólida.
Necesitamos hablar con nuestros muertos y quien así lo desee, pueda hacerlo en un lugar digno; hay quien piensa que las cunetas no son los lugares más apropiados para las confidencias.
Y para hacer que todo esto sea posible, se aprueba la Ley 52/2007 de 26 de Diciembre, por la que se reconocen y amplían los derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil o la Dictadura. El espíritu que guía a esta Ley no es otro que el de “…reconciliación y concordia, y de respeto al pluralismo y a la defensa pacífica de todas las ideas”.
Dicha Ley quiere que se conozca la historia tal y como fue, no como nos la han querido contar, según sus intereses, uno y otro bando.
Para esta norma, tanta importancia tiene la historia como la intrahistoria; concepto éste, el de intrahistoria, imprescindible, a mi parecer, para que aquella no se desmorone. Porque, querido Don Francisco, a la hora de reconstruir de forma nítida la historia de aquellos tiempos, es importante reconstruir y dar a conocer las historias personales, entre las que se encuentra la tuya. Será por ello que la Ley habla de Memoria histórica y democrática, pero también de Memoria personal y familiar.
Recoge diversos preceptos que atienden a la demanda de quienes: “…ignoran el paradero de sus familiares, algunos en fosas comunes…”; facilitándoles “…las tareas de localización, y, en su caso, identificación de los desaparecidos, como una última prueba de respeto hacia ellos” . Y como la Ley así lo refleja, debemos respetar a quienes buscan los cuerpos de sus seres queridos. Son muchos los que hablan de que desenterrar ahora a los muertos de la guerra, muertos concretos, porque hay que entender que para muchas familias esos muertos tienen nombres y apellidos, aunque estén sepultados en las cunetas, es reabrir viejas heridas.
Permítame, querido Don Francisco, que llegados a este punto haga una matización de índole lingüística. Vamos a ver, cuando se vuelve a abrir algo (eso es lo que significa reabrir), es porque previamente estaba cerrado. Bien, yo me pregunto: ¿Es posible reabrir heridas que, desde el punto de vista de otros familiares que aún buscan a sus muertos, nunca se han cerrado? No se puede obviar que hay muchos muertos a los que se ha querido echar encima la pesada losa del olvido. El que quiera buscarlos y llevarlos a lugares más “dignos”, está en su derecho, y nadie tiene por qué llevarse las manos a la cabeza y empezar con alharacas y golpes de pecho. ¡ Ya no se respeta ni lo más sagrado, adónde vamos a ir a parar! Iremos a parar donde haga falta, para devolver la dignidad y el respeto a quienes fueron despojados impunemente de ellos. Tienen derecho a buscarlos, pues la Ley los ampara, y llevarlos a cada cual con los suyos; sólo si respetamos este derecho, se cerrarán esas heridas de las que tanto se habla y que tan incómodas resultan a algunos:
No es tarea del legislador implantar una determinada memoria colectiva. Pero sí es deber del legislador, y cometido de la Ley, reparar a las víctimas, consagrar y proteger, con el máximo rigor normativo, el derecho a la memoria personal y familiar como expresión de plena ciudadanía democrática, fomentar los valores constitucionales y promover el conocimiento y la reflexión sobre nuestro pasado, para evitar que se repitan situaciones de intolerancia y violación de derechos como las entonces vividas”
Razones bien claritas y de Perogrullo las que esgrime la Ley, como usted puede ver.
Como ves, querido Don Francisco, la memoria es la verdadera protagonista de esta Ley: memoria individual, colectiva, democrática, histórica, intrahistórica, emocional…
El hombre no es nada sin memoria. Decía Montaigne, que era persona íntegra e inteligente como usted, que “El que no esté seguro de su memoria debe abstenerse de mentir”, fíjese hasta que punto nos condiciona. ¡Qué terrible no tener memoria de las cosas y de los hombres! La memoria nos hace revivir las cosas; por eso la historia echa mano de ella como fiel escudero; para así, a través de aquella, ayudarnos a conocer el pasado, valorándolo y respetándolo en su justa medida, y desagraviar a los que han sido, por unos u otros motivos, agraviados.
Esta utilización de la memoria al servicio de la historia con esos determinados fines es completamente digna pero, querido Don Francisco, la cosa cambia cuando de todo eso que pasó y que tú conoces mejor que nadie, se echa mano de la memoria con fines morbosos, convirtiendo tu muerte y las muertes de tantos como tú, en bochornosos espectáculos circenses. Yo no quiero, como usted tampoco lo querrá, que la memoria de nuestros muertos se convierta en eso. Y para evitar estos espectáculos está también esta Ley.
No quiero que después de tanta palabrería se me escape quedar muy clarito cuál es mi postura ante el tema que nos ocupa. Lo digo, sobre todo, por los suspicaces, que bien sabe usted que los hay. Mi postura no es otra que la del respeto a la Ley. Pienso que para recordar a alguien no es necesario tenerlo localizado en un lugar concreto, ya sea cuneta, barranco o nicho de cementerio.
El recuerdo de los muertos, a mi entender, se acomoda dentro de nosotros mismos y es ahí donde, a mi parecer, siempre permanecerá a salvo. Por eso, entiendo y respeto, que los familiares del poeta García Lorca, deseen que su cuerpo continúe en el Barranco de Víznar, cuya tierra lo acogió el día en que injustamente, como bien sabes, fue asesinado. Respeto su postura pues, la memoria de Federico vive con ellos, desde el mismo momento de su muerte, como la tuya con nosotros.
Quede claro que no quiero causar berrinches ni molestar a los que piensen de manera diferente. Si toco este tema es fundamentalmente por tres razones: porque el tema lo he vivido en primera persona desde muy pequeña; en segundo lugar, porque soy una apasionada buscadora de datos de la historia de esa época; y la tercera de las razones es porque ni se imaginan las ganas que tenía de contar todas las cosas que, acerca de este tema, me bullían por dentro. Bien sabe usted lo trilladitas que mis ojos tienen sus actas de pleno y sus discursos, y que más de una vez se me ha caído alguna lágrima al ver su firma plasmada en esos documentos, e imaginármelo en el Salón de Sesiones velando por los intereses de su pueblo. Y precisamente en esas estaba el día 24 de Julio de 1936 cuando el famoso Capitán Corbín Ondarza, lo destituyó a usted con toda su corporación. Al ínclito Capitán de Carabineros le pusieron calles en todos los pueblos, en los que existían y en los que no; en cambio, a usted quisieron borrarlo de un plumazo, negando a su familia incluso el derecho a llorarle, a preguntar por usted, a recordarlo. Quisieron borrar su memoria:

Habiendo llegado a conocimiento de esta Alcaldía de que en su casa hay un número muy elevado de personas a enterarse seguramente de la situación en que se encuentra su esposo con motivo de su detención por las autoridades militares, y teniendo éstas ordenado el que no se permitan reuniones ni manifestaciones de ninguna índole, le requiero por la presente para que sin excusa ni pretexto alguno ordene que su casa sea despejada de personas quedando solamente la familia, pues de no hacerlo así, procederé inmediatamente a dar cumplimiento de todo cuanto se me tiene ordenado, disolviendo por la fuerza, y encarcelando a todos los que no obedezcan poniéndolos a disposición de las Autoridades Militares.
De quedar enterada de la presente, espero firmará su duplicado para que conste la notificación.
Dios guarde a usted muchos años
Torrejoncillo 31 de Agosto de 1936

La carta la firma el Alcalde de Torrejoncillo, Don Francisco Ramos, y está dirigida a su esposa, Doña María Hernández Martín. El duplicado al que alude, lo firmó su hija, Francisca Moreno.
Mi abuela, su hermana de usted, se fue de este mundo sin saber dónde habría ido a parar su cuerpo, recordándolo cada día de su vida. Ella murió esperando que un día se hiciera justicia y fuera reparada la memoria de su hermano tan querido; que su nombre y el de otros tantos, apareciesen limpios, despojados de toda invisibilidad. Tan dignos son esos nombres como los que aparecen impresos, aún hoy, en las fachadas de muchas iglesias, entre ellas la de nuestro pueblo, con el rótulo de “Caídos por Dios y por España”. ¿Por quiénes cayeron los que no aparecen en esas lápidas? Por la sinrazón, la rabia y la violación pura y dura de los derechos humanos.
Queremos que se digan alto y claro sus nombres y apellidos; que se digan alto y claro sus hechos; los hechos verdaderos, no los que otros inventaron para lavar sus conciencias por los crímenes que habían cometido. Nuestros muertos, esos que no convenía que figuraran en ningún sitio, no son mitos inventados, sino seres de carne y hueso que tienen una historia que contar, historia que ellos mismos construyeron. La historia se construye con los hechos de los hombres, de todos los hombres; los que figuran en las lápidas de caídos , y los que quisieron silenciar dándolos al olvido de las cunetas.
Me llegan las voces de aquellos que piensan que la memoria histórica sólo puede construirse echando al olvido el pasado. Me niego a olvidar. Quiero recordar, tengo derecho a recordar. Levantando memoria de lo que realmente pasó es como podemos construir un futuro verdadero; un futuro a salvo de rencores y de miedos, fundado sobe los pilares fuertes de la democracia y el respeto hacia los que piensan diferente, sea por la causa que fuere.
No se puede vivir con miedo. No se puede hablar aún hoy con miedo de lo que pasó durante los tres años que duró la Guerra Civil, ni de lo que pasó durante los cuarenta largos años posteriores. Y porque al fin algunos hemos desterrado el miedo, nos atrevemos a decir que lo que realmente queremos es cerrar nuestras heridas y devolverles a ellos, a nuestros muertos, la dignidad y el respeto que les negaron. Sólo eso.

Mª José Vergel Vega

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3 Comments

  1. Pepa

    Buenos días, Diego:
    Soy Mª José Vergel, la autora de este artículo.
    No hay problema, yo te facilito esa fotografía.
    Saludos 

  2. Diego Merin Moraga

    Por favor necesitaria una fotografía de la lápida dedicada a los caidos por dios y por España que estaba en la torre derecha de la parroquia de San Andres y que se aprecien bien los nombres de las personas a las que hace referencia, es para un futuro trabajo sobre la guerra civil.
    Enviar al email Diego_merinmoraga@hotmail.com

  3. Margot García

    Hola Mª José, soy nieta de Francisco García Beltrán (de Holguera), fusilado junta Donoso Pantaleón Ramos (de Portaje).  He investigado mucho este tema.
    ¿Puedes contactarme a mi mail por favor?
    margot22garcia@hotmail.com

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