MI CAJA DE EMOCIONES

» Para Pepa, Modesta, María, Mª Carmen…
y para todas aquellas personas que han recalado en el maravilloso puerto de los libros»

De vez en cuando, en este mundo nuestro, ocurren cosas que te emocionan…Ya saben, aquello que decía el amigo Serrat, de que “…de vez en cuando, la vida nos besa en la boca”. La verdad, es que esto sucede poco, pero, a veces, pasa.
Hay ocasiones en las que la vida nos regala pequeños tesoros; tesoros que particularmente, me sirven para salvarme de los fantasmas de la desilusión, de la desesperanza y de tantos otros que, a nuestro pesar, nos pueblan.
Para estos casos, yo siempre tengo a mano, en el lugar donde escribo, una caja especial, que nunca, nunca, se llena. En ella, voy atesorando sonrisas que me encuentro por la calle; algunos ojos que me han mirado de una forma especial y que no logro, y no quiero, quitarme de encima; voces tan tiernas que necesito de ellas para seguir adelante; ciertas manos que me regalan caricias; el cuento de Lorenzo y Catalina que un día escuché contar a Amelia; unos olores muy especiales que quiso recuperar Elvira en un precioso relato; paisajes, libros…y todas y cada una de las emociones con las que me voy topando por el camino.
Guardo también una tarde de jueves, en el cole, con mis niños de Primer Ciclo de Animación a la Lectura. Aquella tarde, le tocaba a Lucía llevar a clase, para compartirlo con sus compañeros, su libro favorito: una preciosa edición para niños de Platero y yo, el entrañable burrito de Juan Ramón. No me había pasado nunca; pero aquella tarde, mientras Lucía leía con su vocecita infantil, era una delicia contemplar los ojos grandotes y las boquitas abiertas de mis veintidós niños, escuchando a su compañera con verdadera delectación. Siempre me emocionó la muerte de Platero, y volví a hacerlo cuando Lucía llegó a esta parte, y eso que yo ya sabía que Platero era un burrito con alma y sentimientos. Las lágrimas asomaban a mis ojos, al tiempo que noté en mi hombro la manita de Ángel y su vocecita diciéndome: “Seño, se llama igual que el burrito de mi abuelo”
Díganme si esto no merece ser guardado para siempre en mi caja insaciable de tesoros.
Hace unos pocos días, introduje en mi caja nuevos tesoros: las voces de María, Pepa, Modesta, Mª Carmen…, rindiendo su particular homenaje a Don Antonio Machado en los actos programados con motivo de la celebración del Día del Libro.
Me gustó escucharlas y compartir con ellas los progresos tan maravillosos que han hecho con la lectura. Sé que son lectoras incansables. No sé cómo explicarlo, pero fue… como volver a la infancia. Fue como escuchar de nuevo la voz de mi madre contándonos historias que había leído en los pocos libros a los que había tenido acceso, o escuchar a mi abuela leerme y cantarme la “Canción de los pajaritos de San Antonio”. Y me vi de nuevo sentada en el patio de la casa de la Calle Picadero, pidiendo machaconamente a la abuela que me la contara otra vez. Y la abuela, haciéndose de rogar un poquito y sin perder la sonrisa, meneaba la cabeza y volvía a coger aquel viejo devocionario que guardaba en el cesto de la costura y reanudaba para mí, nuevamente la cantinela:

Mientras que yo vaya a Misa,
Gran cuidado has de tener,
Mira que los pajaritos
Todo lo echan a perder:
Entran en el huerto,
Pican el sembrado;
Por eso, te encargo,
Que tengas cuidado…
Y yo no me cansaba, nunca, nunca de escuchar a la abuela, ni a mi madre contándonos una y otra vez ese cuento tan raro de las medias azules que nunca se acababa…
Me gustó y me emocionó escuchar a María, a Modesta, a Mª Carmen, a Pepa…
Hace unos días, me encontré con Pepa en la calle y se lo dije. Ella, muy modesta, le restó importancia: ¡Ay, hija, si yo soy de las que peor lee! No la crean, no es verdad; cuando lee, Pepa, tiene una voz que te envuelve y te hace abrir mucho los ojos, para no perder detalle. Me contó que su padre, les leía mucho cuando eran pequeñas; pero eran tiempos duros y no se encontraba el momento para ir a la escuela. Había que trabajar siendo muy niños. Me decía Pepa, que de todas formas, ella se las apañaba y que, cuando su novio, hoy su marido, se fue al servicio militar, ella le escribía, a su manera, como sabía, y que su novio la entendía perfectamente. También me contó que sirvió en Madrid, en casa de un señor importante y que ella, también a su manera, cogía y apuntaba los recados que le dejaban al teléfono para su amo; y que, al principio, le daba una vergüenza terrible darle aquellos papeles al señor, no fuera a ser que no los entendiera…Pero sí, el señor entendía perfectamente aquello que Pepa le anotaba en los papeles. Me dice, Pepa, con sus ojitos risueños, que tiene unas ganas locas de que aquel señor, que tan amable fue con ella, vea sus progresos; porque, ahora, hija- me dice-, …me estoy dedicando a leer y leer, porque ya ha trabajado una bastante…”
Sí, es verdad, Pepa, ya habéis trabajado bastante. Ahora tenéis por delante todo un futuro, que ha de ser hermoso y largo, para buscar en los libros, nuevas vidas, nuevas aventuras, nuevas emociones…la paz y la felicidad que proporcionan las historias que alguien ha escrito pensando en nosotros, los lectores; y sobre todo, en vosotras, que vais a los libros con el gesto emocionado, los ojos enormes y el ánimo bien dispuesto.
¡Qué alegría me dio escuchar a Pepa, contarme orgullosa y contenta que se había leído El cartero de Pablo Neruda y que iba a empezar con García Márquez!

Un beso enorme, Pepa, que sepas que para siempre tienes un lugar privilegiado en mi caja de emociones…y por supuesto, también Modesta, María, Mª Carmen…

Mª José Vergel Vega

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