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La lengua bañada

No soy muy amigo de refranes y sentencias populares. Aunque hay quien dice que esconden más sabiduría que los libros de los filósofos, yo pienso que, en general, son un zarrapastroso muestrario de lugares comunes y clisés más o menos graciosos y que, si alguna vez aciertan, no suele ser a causa de su calidad, sino de su cantidad. Y es que, al haber tantos y tan diversos, es raro no encontrar alguno que diga lo que pretendemos, a pesar de que, igualmente, haya otro diga lo contrario. Me vienen a la memoria “Al que madruga Dios le ayuda” y “No por mucho madrugar amanece más temprano”. Hale, lector, áteme usted a ese madrugador por el rabo.

Pero, a veces, hasta los refranes aciertan. Me parece que ha sido en uno de esos pequeños azulejos que hay colgados en algunos bares, y que contienen frases como “Hoy no se fía. Mañana sí”, donde he leído uno que no quiere venirme al caletre en su tenor literal, pero que venía a decir algo parecido a: “Hoy es un hermoso día, pero verás como viene alguien y lo jode”. Bueno, pues hoy era un hermoso día. Es jueves tarde y apenas me queda un rato de trabajo mañana para comenzar el fin de semana. Además, anoche escribí una letrilla rimada, que no me atrevo a llamar poema, porque albergo la íntima convicción de que, de poeta, sólo poseo lo que decía poseer Cervantes, o sea, “los dones que no quiso darme el cielo”, pero que, quizá por eso mismo, porque sé que no me ha llamado Dios por ese camino, me tenía hoy feliz, ufano y pagado de mí mismo.

Pero ha llegado la noticia y lo ha jodido. Ya sé que podría decir fastidiado, estropeado, frustrado, torcido, malogrado, deslucido, arruinado, destrozado, truncado, menoscabado, agriado, pervertido, ajado, deslustrado, amargado, marchitado, trastornado, desbaratado y no sé cuantos “ados” e “idos” más, y ahorrarme el taco, pero creo que ninguno tiene la fuerza expresiva de un cervantino “jodido”. Lo mismo pensaba don Miguel de Unamuno, que nos dejó aquellos versos toscos y como hechos a martillazos, o sea, muy unamunianos, que decían, si no me falla la memoria, porque tampoco tengo yo ahora ganas de levantarme a mirarlo:

“Acepciones corrientes del arroyo
son las que el pueblo premia.”

Así que así estoy: jodido. Más que jodido: furioso. Más que furioso: indignado. Más que indignado: colérico, iracundo, frenético, sañudo y violento. Por decirlo con otro verso, esta vez mucho más lírico y más terrible, que Miguel Hernández escribió mientras se moría de tisis y de cárcel: “Tengo la lengua en corazón bañada”.

No me hagas mucho caso, lector, porque tengo la lengua en corazón bañada desde que he escuchado que “El Cuco”, uno de los implicados en el asesinato de Marta del Castillo, va a estar en la calle dentro de poco más de un año. Uno de los tipos que llevan veinte meses riéndose de la policía, carcajeándose de los jueces, ridiculizando al Estado, desternillándose de un país indignado, descoyuntándose de una sociedad escandalizada y, sobre todo, haciendo mofa, befa y escarnio de una familia destrozada a la que una panda de hijosdelagranputa, así, con todas las letras, no quiere conceder el mísero consuelo de un humilde lugar en el que poder inhumar con dignidad a una hija tan temprana y salvajemente inmolada, de una sencilla tumba ante la que poder llorarla, de una elemental lápida en la que poder colocar un ramo de flores frescas el primero de noviembre, de una escueta inscripción ante la que poder, quizás, rezar una oración por su alma adolescente.

No me hagas mucho caso, lector. Estoy escribiendo con la entraña, con los higadillos, con la asadura y con el intestino, y esto suele llevar a decir cosas de las que luego arrepentirse. Me acuerdo de la escena inicial de “El Padrino”. Amerigo Bonasera le pide justicia a Vito Corleone, “El Padrino”, porque el juez ha absuelto a dos jóvenes que desfiguraron irreversiblemente a su hija. Don Corleone le espeta “El juez hizo justicia”, y Bonasera, compungido, responde: “Les hizo justicia a ellos, pero no a mí”. Sé que no es un buen ejemplo pero, a veces, yo, que soy un sencillo estudiante de Derecho a tiempo parcial, y no de los más aprovechados, pienso que con nuestro Derecho Penal pasa lo mismo. Está creado para hacer justicia a los verdugos y no a las víctimas. Vale que vivimos en un Estado garantista; vale que hasta los más inicuos criminales deben ver respetados todos sus derechos y todas las garantías procesales; vale que los menores deben ser objeto de especial protección; vale que las penas deben estar orientadas a la reeducación y a la reinserción; vale que todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad. Todo perfecto y precioso. Pero también los ciudadanos de bien tienen derecho a que se proteja su vida, su libertad, su seguridad y la de sus hijos, y tener a “El Cuco” de patitas en la calle después de tres años de internamiento, de los que ya ha cumplido casi dos en unos “pisos tutelados” – se me llevan los demonios cuando recuerdo lo de los “pisos tutelados”, porque me suena a campamento de verano – es una grave amenaza para los derechos de la mayoría de los ciudadanos

En los candados que cerraban las rejas de las cárceles medievales genovesas estaba escrita la palabra “libertas”. Se pretendía simbolizar con ello que los candados eran un instrumento necesario para proteger la libertad del ciudadano. Y aquí hago una puntualización totalmente innecesaria para lectores de inteligencia media, a los que pido disculpas, y destinada al tonto con balcones a la calle que habrá querido leer que yo pretendo volver a las frías mazmorras medievales y al pan y agua. “No es esto”, que diría Ortega. De lo que se trata es de combatir de algún modo esa flagrante sensación de impunidad que tiene escandalizada a la sociedad – afortunadamente la sociedad todavía se escandaliza. De lo contrario, yo diría que nuestra sociedad está gravemente enferma –

¿Cómo? No me pregunten a mí, que soy un modesto aprendiz de Leyes, y será como pedir brevas al zoquete. Pero intuyo que hasta los intonsos en la ciencia jurídica sospechan que algo falla en nuestro Código Penal. Y en nuestra Ley del Menor.

Decía Tomás de Aquino, y mantienen algunos iusnaturalistas, que el Derecho que no es justo, no es auténtico Derecho. Defendiendo o enfrentándose a esta tesis he leído yo algunos densos volúmenes, que me han dejado con la cabeza caliente y los pies fríos, probablemente porque intentan dar una respuesta unívoca a unas disquisiciones que, como casi todas las filosóficas, tienen múltiples soluciones formalmente válidas. Pero algo de verdad debe de haber en este pensamiento cuando, incluso la gente menos leída y menos escribida, tenemos una idea, aunque sea vaga e imprecisa, como la libélula de la sonatina de Rubén, sobre lo que es justo. Y lo de “El Cuco” no es justo, y no digo más. Voy a intentar, con otro verso de Miguel Hernández ir “de mi corazón a mis asuntos”, asuntos que, espero, serán más felices.

JONÁS F. LEÓN.

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6 Comments

  1. Merche Mirand

    Jonas, qué bien has expresado lo que la mayoría de los españoles sentimos. Nadie quiere mazmorras ni trabajos forzados, pero me temo que en España nos hemos ido por Ley – que no por Justicia- al otro extremo, y parece que en la mayoría de juicios, vemos perder siempre a los mismos, a la víctima, al pobre y al trabajador. ¡ y con que chulería van los culpables a los Tribunales! ¡Como los intocables! Y tú lo has dicho: no hablamos de  hurtos, ni de marihuana…. hablamos » de matar». De adolescentes somos un poco tontoletes, lo que no nos impide distinguir el bien del mal. ¡ Qué poco cuesta una vida, la de una adolescente también, a la que le quedaba un mundo por vivir! ¡y con semejante ensañamiento y burla!
    Saludos!!

  2. jonasfleon

    Querido Flis: No te voy a negar que lo que dices está lleno de buen sentido y de razones. Sé que este es un tema muy complicado y que es difícil encontrar el término medio.
      Cuco ha sido condenado por encubrimiento, por lo que no es un problema de presunción de inocencia, sino de la legislación penal, que contiene unas penas irrisorias para los delitos cometidos por menores.
       Estamos hablando de un asesinato, Flis, no de un robo a una gasolinera o de trapichear con un poco de hierba. Un joven de 16 años está según la legislación lo suficientemente formado como para decidir libremente, por ejemplo, si quiere abortar y sin embargo, parece que no lo es para saber que matar o colaborar en un  asesinato está mal. No me negarás que resulta una paradoja.
       En cuanto a lo del populismo, mira, no he tenido nunca problemas en defender ideas que sé que son minoritarias entre los lectores de esta página, y nunca me he preocupado por ello, por lo que en cuanto a esto no creo tener que demostrar nada.
        Dices que piense en si mi hijo lo hubiera hecho. Es imposible ponerse en esta situación porque las vísceras son muy poderosas. En frío pienso que lo ue sentiría sería un dolor muy agudo, el dolor de mi fracaso como padre.
        En cualquier caso convengo contigo en que no se debe proceder a una reforma legal cuando la calle está caliente por un caso de este tipo. Las leyes deben ser serenamente meditadas y no dictadas al calor de un suceso.
     Un saludo.

  3. Flis

    Mira Jonás, a ver si sale esto en las televisiones populistas.

  4. Flis

    En cuanto a las condenas de los menores de edad, hemos de reconocer que muchos jóvenes no tienen o no teníamos formada la personalidad a esa edad. Edad en la que se está continuamente en el filo de la vida, sin saber hacia dónde nos encaminaremos y en el borde de caer en no se sabe muy bien dónde. Y cualquier decisión, cualquier hecho, te determina para los restos irreversiblemente. Cierro con las entrañas otra vez: piensa en tu hijo como posible «Cuco».
    (No es mi estilo este de hacer referencia a lo personal, pero convendrás conmigo que todo lo que ha rodeado al caso Marta del Castillo viene dado porque la gente ha hecho hija suya a esta pobre chica).

  5. Flis

    Jonás, hablemos de entrañas. Imagina que es tu hijo el «Cuco» de turno en una de las mil salvajadas que se cometen en cualquier sociedad. Pero que, en contra de la opinión pública, que aclama su culpabilidad, la verdad es que se le ha trincado como cabeza de turco o chivo expiatorio (no digo que este sea el caso de Marta del Castillo). Las leyes tienen que garantizar la inocencia hasta que no se esté lo más seguro posible de su culpabilidad con pruebas claras y contundentes.
    Que se cuela alguna injusticia… sí. Pero es el precio que hay que pagar por garantizar los derechos de los inocentes que se ven envueltos en procesos penales de manera injusta.

  6. Pepa

    «Tengo la lengua en corazón bañada»
    Ya somos dos, querido Jonás. Cuando vivo y cuando escribo, procuro no olvidar que tengo un corazón, y éste corazón, ha de salir, por fuerza, por la boca, en cada acto y en cada palabra.  Y, por lo que dices y por cómo lo dices, a tí te pasa tres cuartos de lo mismo.
    Gracias, un abrazo.
     

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