
LOS VIEJOS ROCKEROS NUNCA MUEREN
Como a las grandes citas ineludibles que sólo se dan cada cierto tiempo y que a todos nos reúne frente al televisor para vivir un acontecimiento único e irrepetible (llámese ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, Mundial de fútbol, final de la Champions, de Operación Triunfo o incluso Boda Real), yo también asistí el sábado de las fiestas a la verbena que los Abedules amenizaron en la calle Lorenzo Díaz. Llegué antes de tiempo y la plazuela aún vestía calvas. Las primeras sillas ya marcaban el perímetro de lo que antes fuera el antiguo mercado y los más ancianos, acicalados con sus trajes de gala, guardaban con recelo el codiciado umbral o un sitio de privilegio para darle, más que al oído, al ojo. Podía leer la impaciencia en los rostros de alguno de ellos. Pasadas las doce de la noche las luces de los focos se encendieron. Todo estaba a punto. Arriba había estrellas y de vez en cuando soplaba una brisa ligera que salpicaba la plazuela de nostalgia. La noche estaba perfecta. No presté atención a ese viejo ceremonial con que Lalo solía poner a punto los micrófonos “Sí, sí… Probando…, probando… Sí”, pero a buen seguro que lo hizo. Lo que sí recuerdo es cómo subieron las escaleras con la misma disposición que el primer día, como si por ellos no hubiesen pasado los años. Luego,...
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