
Juglar en tiempos convulsos

Éramos tan libertarios,
casi revolucionarios,
ingenuos como valientes,
barbilampiños sonrientes
—lo mejor de cada casa—
oveja negra que pasa
de seguir la tradición
balando a contracorriente
de la isla al continente
de la nueva canción. (Luis Pastor)
En este mundo en que vivimos peligrosamente, en que nos levantamos exhaustos, sin pizca de ganas de echarnos a la vida, a la dureza de un existir que, día sí día también, nos abruma, aún hay almas blancas como la de Miguel, con su guitarra barata y sus ansias de cambiar el rumbo de este mundo esperpéntico y cambalache, que nos hemos ido labrando. Porque cada cual hemos puesto nuestro granito de arena en el desastre, y cada cual habremos de asumir nuestra culpa y reivindicar lo que nos toque de la manera que seamos capaces.
Miguel , juglar en tiempos convulsos, se aventura a remar contra corriente, y aunque bien sabe que hoy no están de moda los cantautores , se atreve a levantar el pentagrama contra la alargada sombra de la desidia y la falta de respeto contra lo que de verdad importa.
Su Capricho Acústico, un álbum compuesto de canciones desnudas, sin maquillaje, es el resultado de aunar lo que le dicta el alma y lo que finalmente cantan los labios. En él reivindica el valor de los cantautores, cantautores que tanta falta hacen para remendarnos el alma.
Su canto nace desde aquel rinconcito de la infancia donde comenzó a creer en sus sueños: Valdencín, como refugio y punto de partida, espacio primigenio en el que hace ya algunos años comenzó a escuchar el temblor de su corazón. Porque Miguel, este músico con nombre de arcángel con los pies en la tierra, al que le asoman cuando canta alas para levantar el vuelo , tiene un corazón que tiembla con el que sufre, con el que no está de acuerdo con la sordidez del cachino de mundo que le ha tocado en suerte, con el radicalismo y la violencia que nos llevan a la destrucción , con la falta de escrúpulos de quienes manejan el poder, contra aquellos que se creen más que nadie y niegan el pan y la sal a quienes luchan contra nuestra indiferencia. Las notas de sus canciones se levantan contra el desierto de valores que se impone sobre nuestras vidas, de buenos valores, de valores que edifican, y se levantan , siempre en pie de paz, contra los que se sientan a esperar a que escampe y la cosa cambie por arte de birlibirloque.
Miguel, como buen cantautor, no se resigna a seguir los pasos del rebaño, defiende su derecho a cantar lo que piensa y lo que siente “por no variar”, recalca. Aprieta los dientes y quiere, con sus canciones, echar a volar la milana bonita y sacudirnos el pelo de la dehesa, porque tiene bien aprendido, que los inocentes, al final, terminan por hartarse.
Me dice, haciendo un gesto de fastidio, que la creatividad no está de moda, que no se estila echarle tiempo a componer trovas que vayan directamente al corazón. Pero Miguel, erre que erre con su vieja guitarra y el temblor de su voz, deja que fluya el perfume de sus canciones y levanta el puño para que sean las cosas chiquininas las que cambien el mundo. Miguel vive y deja vivir, que es lo que deberíamos hacer todos y cada uno de los que aquí somos y estamos. Se le nota la emoción cuando habla de su primer maestro, Pedro Carlos, aquel “solitario capitán» que lo enseñó a tocar y que le dio un único consejo: “Haz lo que te dicte el corazón”, y doy fe que lo cumple en cada acorde.
Miguel va allá donde el corazón lo lleve, porque es él quien maneja el timón de su vida. Este juglar de tiempos convulsos agarra su guitarra y se marcha despacio, casi arrastrando los pensamientos, sabiendo que la mejor canción es la que aún está por escribir.
Mª José Vergel Vega
Foto: Miguel Ángel Lorenzo Moreno