De ratones y barones

A mí las amigas me abochornan. Ahora les ha dado a todas por hacerlo todo bien: cosen cortinas, cocinan fantásticamente, educan niños adorables, trabajan fuera y alguna hasta tiene una pareja maravillosa… hoy a una de las recientes le ha dado por glosar las virtudes del martillo y del destornillador para mi desesperación más absoluta. Me matan de envidia, lo reconozco, mi vida es un fracaso: mis novios no pasan su ITV, mi sobrina no me come, a mi hija no le queda más remedio que tragar lo que perpetro porque no ha conocido otra cosa y para colmo, mis alumnos, la razón de mi vida… piensan que el modernismo es una cursilada y escriben sobre la detonación y la connotación. No hago nada bien y me refugio en el panorama político a ver si me compongo: voilá, peor que yo está Zapatero, con todos los íntimos dispuestos a mandarle a cobrar la pensión sin haber cumplido los 67. Panda de judas. Esto del debate sucesorio yo creía que era una vaina entre el rey y Jaime Peñafiel, que antes muerto que súbdito de otra Doña Perfecta. Y puestos a preguntarse por qué están tan cabreados los barones del PSOE ¿Qué hay de las baronesas? Y no esta que ejerce de pintora de brocha gorda con su propio rostro, no, excepto Aguirre o la Cólera de Dios, mujer aguerrida donde las haya a quien según mi hermano el ingeniero le queda estupendamente el casco –habría que haberla visto subida a una tuneladora trepanándole el cráneo al hierático alcalde de Madrid- a las mujeres eso de la baronía no nos pone. Está por ver si en Asturias prefieren a una sensata desconocida al salmón desubicado de Cascos –será el cambio climático- ¿Qué hay de las damas de las autonosuyas? Cospedal de lagarterana y poco más. Las baronías son cosa de varones muy ocupados en ejercer el noble arte del “fin que justifica los medios” léase política. Quizás es que las mujeres, al menos las mías, están demasiado ocupadas poniéndolo todo en orden con inteligencia, alegría, solidaridad y sobre todo, un sentido del humor del que carece la clase política. Valga un homenaje a mis dilectas amigas a quienes adoro y admiro a pesar de que no resisto las comparaciones. Y a los barones, que nadie les invite a la Última cena, estos son capaces de montarle una revuelta al jefe y mandarle a por tabaco… y quién sabe, a lo peor cuando regrese se encuentra a la Chacón pasando revista.

Charo Alonso.