NAVALVILLAR DE PELA, LA OTRA "ENCAMISÁ"
Navalvillar de Pela fue mi primer destino definitivo, y yo que pensaba que eso de la Siberia Extremeña era una broma me dispuse a ir más allá de Trujillo recorriendo carreteras vacías, atravesando campos de arroz tan exóticos como esos olivares que no hay en mi tierra. La verdad es que me sentí completamente desorientada al llegar, sentimiento que duró más bien poco. En aquel instituto recalamos gente de todo tipo y procedencia que, gracias al aislamiento, nos sentimos más unidos. El hecho de no tener una población grande más o menos cerca -Don Benito y Villanueva no estaban tan próximos como parecía- hacía del lugar algo privilegiado ¡Y el entorno! La sierra de Pela es todo un descubrimiento. La gente se detiene en los pantanos, en Orellana, en García Sola…. pero nadie recorre la sierra de Pela, un auténtico reducto natural en el que conocí especies vegetales que parecen propias de los Pirineos y aprendí a distinguir huellas de jabalí. Pela es un espacio único de paisajes sorprendentes, calles sinuosas, estrechas, árabes -muy parecidas al centro de Torrejoncillo- y gentes retraidas, profundamente identificadas con el entorno, correctas y un tanto distantes al principio. Gentes que cuando conocí no pude por menos que admirar. Todos tenían una historia familiar rica, esforzada y se sentían muy orgullosos de lo suyo, sin necesidad de nada más. Y una de las cosas que le pertenecían, aparte del paisaje y de la historia reciente, era la fiesta de la Encamisá, su hermosa relación con el santo, con la fiesta, con los caballos, con las hogueras… San Antón y San Fulgencio eran miembros de pleno derecho de la vida cotidiana, y con la proximidad de enero la tranquila población parecía agitarse de entusiasmo.
Caballos que se ponen de patas, cubiertos de mantas multicolores y racimos de madroños. Gentes y gentes en las calles iluminadas por las hogueras, caballos que respiran, caminan, recorren junto a lo participantes las calles estrechas entre gritos y brazos alzados. Aquellos a los que yo conocía, con camisa blanca, pañuelos rojos y el típico gorro puntiagudo de Pela -un pañuelo que con gran destreza se convierte en un largo pico- pasaban la noche sobre el caballo recorriendo las calles, mientras a su lado circulábamos los fascinados visitantes, deteniéndonos a beber un vino de pitarra dulzón y a comer dulces chorreantes de miel. Nunca había visto nada parecido y ni frío tenía, entre el calor de la gente, las nubes de aliento de los caballos, las hogueras que iluminaban la noche profunda, llena, extraña… la Encamisá de Pela hay que vivirla entre semana, cuando le pertenece a los del pueblo, cuando los de fuera son los que quieren hacer el esfuerzo…porque cuando la noche cae en fin de semana la aglomeración nos da otra visión de la fiesta, los caballos son más, llegan de todas partes de España y se adueñan del pueblo durante unos días de extraña alegría y animación que contrasta con la vida diaria contenida de un lugar que recuerdo siempre en una agradable y hermosa sordina.
Hace años que salí de Pela con infinita tristeza. Gracias a una de esas familias que forman pueblo, Los Baviano, quienes me iniciaron en las tradiciones, la vida callada y la historia de la zona, recorrí la sierra, viví la Encamisá y me sentí hasta peleña un día en el que nos invitaron a mostrar la fiesta en la Feval de Don Benito. Ahí estaba yo entre lo caballos, con la camisa blanca y el pañuelo rojo, yo que jamás voy ni a las fiestas del pueblo de mi madre y que soy de Salamanca capital. Ay Dios mío. Le tengo que agradecer a Pela el introducirme en Extremadura, la interior, la diversa, la profunda, la desconocida. Todavía le canto el Perindongo a mi hija, baila el Perindongo mi sol y mi luna, baila el Perindogno mejor que ninguna, baila el Perindongo mi luna y mi sol, baila el Peringongo mejor que no yo. Desde enontces no he salido, por eso me siento tan cómoda, tan bien en Torrejoncillo… porque a veces miro a mi alrededor y pienso que estoy en Pela y va a venir Miguel Baviano a decirme que se acerca San Anón y que está preparando el caballo. Entonces esas noches extremeñas de magia también me contagian y me iluminan las hogueras ¡Viva San Antón bendito!