
De Saturnos y Medeas: teatro que grita y nos desgarra.

«El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre».
Esta es una de las definiciones más precisas y más conocidas sobre el teatro. A nadie se le escapa que pertenece a Federico García Lorca, el poeta eterno de la vega de Granada. Estas sabias palabras me van a servir de hilo conductor para plasmar lo que quiero decir sobre Saturnos y Medeas, el último montaje de la compañía de Manuela Sánchez, dirigido por Pedro Luis López Bellot y que yo creo que tiene mucho de lorquiano.
Los que asistísteis a su estreno, os preguntaréis dónde vi yo la poesía en aquel sórdido cabaret que, de primeras, lo que provocaba era bajar la mirada y taparse los oídos.
¿Qué poesía ha de haber cuando se asienta sobre el escenario la violencia más primaria y más cruel? La de padres que devoran a sus hijos e hijas para que la madre que les dio a luz ,viva sepultada en la más negra de las sombras. Pues la hay, creedme que la hay. La poesía, la más valiente, sale de las mismas vísceras y corta la indiferencia a dentelladas. La verdadera poesía es aquella que es capaz de ponernos contra el paredón del teatro y proyectar sobre nosotros nuestros roles de víctimas y verdugos, para descubrir, que quizá, no somos tan inocentes de las muertes de todos esos niños y niñas a manos de sus progenitores. De ahí las ganas de bajar la mirada y taparnos los oídos. Pero no hay escapatoria, las baquetas del horror nos golpean con fuerza el corazón, hasta hacernos sentir que la sangre de los inocentes es una mancha indeleble en nuestras conciencias.
Una vez más, la escenografía minimalista de López Bellot nos encadena a lo que está sucediendo. Es inútil mirar para otro lado, es inútil intentar escapar. La escena y el vestuario de los actores se nos llena de colores primarios: rojo, blanco y negro. El blanco de la vida y de la luz, de la leche materna de las madres coraje , que son pura garra, y defienden a sus hijos hasta la extenuación. El negro y los grises que son barro fértil con el que se moldea la vida, pero que se va transformando en sombra que asfixia y desemboca en la muerte de las vidas que esos padres contribuyeron a engendrar. El rojo que es sacrificio y deseo, eslabón que aglutina vida y muerte, porque de una y otra brota la sangre.
El universo de esta propuesta teatral no quedaría completo sin la acertada banda sonora creada por Pedro Calero, sin duda uno de los mejores creadores dentro del panorama musical de Extremadura. Lo sórdido del cabaret, la fuerza telúrica de un flamenco que desgarra, que oprime el corazón y nos seca la garganta, flamenco que late con la fuerza irrefrenable de la tierra.
El reparto de Saturnos y Medeas está de acuerdo en expresar que ha sido un montaje enriquecedor desde el punto de vista artístico, pero demasiado duro a nivel humano. Todos y cada uno de los que presenciamos su estreno y los que lo presenciarán en sesiones sucesivas, deberíamos hacer desde nuestras butacas, el ejercicio de descenso a los infiernos del alma humana al que se han sometido Manuela y Fernando y el resto del elenco. No me puedo imaginar el tormento que han debido sufrir y gestionar, y lo han hecho de manera impecable sin dejar ningún cabo suelto.
Fernando se mete en la piel de un Saturno que quiere controlar el tiempo y el poder, que le da miedo la pérdida de control sobre los que considera de su propiedad; por eso destruye a sus hijos, para reconquistar el dominio y vivir en la falacia del triunfo doblegando a una Manuela-madre que retuerce su baile a la par que retuerce sus sentimientos, los exprime defendiendo lo que más quiere: sus hijos. La suya es una danza contra la desidia de una sociedad que la deja sola en medio de la tragedia, que la asfixia y la sepulta en vida.
Y no quiero olvidarme de esas voces en off que representan a todas las mujeres y las niñas sin rostro a quienes acechan monstruos sin escrúpulos dispuestos a hacer de sus vidas el infierno más terrible: Pedro, Paca, Nuqui, Marina y mi querida Anita, cuya voz engloba las voces de todos esos niños y niñas que alguna vez pidieron ayuda y no supimos escucharlos.
Saturnos y Medeas es teatro desde las tripas, es el dolor que nos salpica desde las palabras punzantes de Chema Pizarro, que ha escrito un texto descarnado abriendo en canal el sufrimiento, la terrible realidad del infanticidio como acto de venganza. Los mato porque son de mi propiedad y al mismo tiempo, someto a una muerte lenta a quien les dio la vida. Estáis pensando que no nos cabe en la cabeza tanta sordidez, tanta crueldad, que cómo va a pasar esto en pleno siglo XXI. No nos equivoquemos, desde las tragedias grecolatinas ─Siglo V antes de Cristo, por si alguien anda despistado─ convivimos a diario con noticias como éstas que, por desgracia, son guiones reales con seres de carne y hueso. Y seguimos bajando la cabeza y cambiando de canal no se nos vaya a indigestar el primer café de la mañana. Asco y vergüenza por tanto inmovilismo y tanto retorno a las cavernas, cromañones de medio pelo que se dan a los más bajos instintos. Y todos participamos de este guión macabro en las tablas del gran teatro del mundo.
Desde 2003 han sido asesinadas en nuestro país 1317 mujeres víctimas de violencia de género; 65 niños y niñas muertos por violencia vicaria desde 2013. A día de hoy 1411 niñas y niños están en riesgo de ser agredidos por los maltratadores de sus madres: 3 de ellos en riesgo extremo, 98 en riesgo alto y el resto en riesgo medio. Estamos, pues, rodeados de una buena manada de padres desalmados que no dudan en acunar a sus hijos a través de una nana cruel para clavar en el corazón de las madres el más doloroso de los puñales. ¿No nos abruman las cifras? ¿No nos duelen las vidas que hay detrás de esas estadísticas? Mientras escribo estas líneas, una mujer ha sido asesinada en Extremadura presuntamente por su pareja; al parecer el sistema de seguimiento VioGen no se sabe muy bien por qué, se desactivó.
No consigo apartar de mi cabeza la imagen monstruosa de todos los saturnos que devoran a sus hijos para cercenar la vida de las madres. ¿Hasta cuándo vamos a mirar para otro lado? ¿Si la infancia es la más sagrada de las patrias, por qué permitimos esta barbarie?
Vivimos inmersos en un mundo en el que todo es susceptible de ser tratado con la más absoluta frivolidad. Lo que importa es el ruido mediático, que hace del dolor un espectáculo digno del mismísimo Eurípides. Asistimos, en el más riguroso de los directos, al genocidio televisado de miles de gazatíes que mueren de horror y hambre ante nuestros ojos impasibles, al asesinato de mujeres víctimas de machos desalmados, al linchamiento de inmigrantes porque vienen de una cultura diferente, a los mil y un holocaustos a los que a diario están sometidos los parias de la tierra. Y bajamos la cabeza y nos tapamos los oídos. Y, lo que es peor, caminamos sin el más mínimo pudor por encima de sus huesos y de su sangre.
Mª José Vergel Vega
Sección: «Aquellas pequeñas cosas»
Fotografías de este artículo: Verónica Conejo.