
El poder del arte

Una sima de dolor nos atraviesa. Se va haciendo más profunda cada día. Un fantasma de odio contra todo lo que es humano recorre el mundo.
Y aun ─siendo conscientes de ello─ seguimos, con todo nuestro cuajo, mirando para otro lado. Continuamos pensando que son cosas que ocurren lejos y que a nosotros, ciudadanos impasibles de este mundo globalizado, no nos afectan. A nosotros, robóticos hombres y mujeres con el corazón de hojalata, nos resbalan las desgracias de este siglo XXI, tan de IA, que repite esquemas de tiempos oscuros.
Frente a tanta insensiblidad y tanta anestesia emocional, también hay almas que enferman por el dolor ajeno, que tienen que convivir cada día con una náusea continua en la boca del estómago, porque lo que estamos haciendo con el mundo da muchas ganas de vomitar.
Algunos nos pasamos los días con la sensación de dar vueltas sin sentido intentando saber qué podemos hacer para revertir esta sensación de cataclismo permanente. Qué puedo hacer yo, simple mortal, para evitar tanto odio y tanta deshumanización, dónde están las musas que me inspiren y aporten algún atisbo de solución.
Buscamos, náufragos, alguna tabla que nos salve de tanta tempestad sin visos de amainar. A este nivel de ruina, los milagros están ya sobrevalorados y se me antoja, que tenemos ya a los dioses hasta los mismísimos bemoles, de tanto como algunos quieren emularlos.
Re-ármate de gestos sencillos con quien tienes al lado. Escucha, siente, vive al compás, descubre cuál es tu papel en el gran teatro del mundo y sigue tu guión, no quieras ser siempre el protagonista. Déjate imbuir por el poder del arte, busca su refugio cuando te sientas perdido, cuando remes a contracorriente y creas que no vas a ninguna parte.
El arte nos salva, nos remueve , nos rearma de humanidad. Necesitamos volver a nuestro ser humanizado, a mirar desde el alma. El arte nos ofrece la posibilidad de limpiar nuestra mirada, de enfocar la verdad de los problemas con valentía. No hay nadie más que nadie, sé humilde, eso es lo que nos recuerda el arte. Y actúa ante las injusticias, no te calles, porque el silencio no es una opción.
Todo esto que expreso y hago mío ─perdonadme la osadía─ lo gritó a los cuatro vientos el genio malagueño, Pablo Ruiz Picasso, a quien se le rinde homenaje en el Vía Dalmacia con una representativa muestra de obras , que nos hacen cuestionarnos el germen mismo de nuestro existir.
Porque Picasso es ese hombre atormentado, vividor, comprometido, que sintió la necesidad de crear para creer, para exprimir la vida y sacar su verdadero jugo: el de una humanidad sensible y comprometida con la paz, la libertad y la justicia. Como el genio que era, consiguió ser a la vez revolucionario y clásico. Supo vivir intensamente su tiempo, arrancándose el miedo a jirones, para gritar su verdad y que ésta perdurase en el tiempo. En él la vida se hace arte, para así expresar más fielmente el dolor y las tragedias que nos noquean cada día. Hay que ser humano en todas las facetas y serlo hasta las últimas consecuencias. Y si la vida se deforma, el arte ha de hacer otro tanto para intentar enderezarlo todo de nuevo, aunque haya que crearlo de la nada más absoluta.
Por eso se hizo el milagro en el Vía Dalmacia. El espíritu indeleble del genio de Málaga vino a rescatarnos de la náusea, dejándonos pinceladas de lo que significa ser humanos, que no perfectos. Picasso, como dijo el creacionista Vicente Huidobro es “el ojo con todos sus defectos de ojo, el ojo con todas sus cualidades de ojo”, hombre con sus luces y sus sombras, a fin de cuentas.
El texto hermoso y acertadísimo de Pedro Luis López Bellot y la interpretación magistral de un actor en estado de gracia, Jorge Barrantes, nos condujeron por los entresijos de la vida y obra de Picasso, por la realidad poderosa del arte. Supieron conectar con las sensibilidades que allí nos reunimos de una forma tan especial, que se me hace difícil explicarlo con palabras, porque el arte se siente, no se explica.
Me sobrecogió poderosamente el momento en el que el Guernica volvió a pintarse ante mis ojos. Yo lo sentí así. De nuevo el horror de la guerra que arrasa con la dignidad humana. El horror y la estupidez supinos de la guerra, de todas las guerras. Y Guernica estaba tan cerca de Gaza y de los miles de muertos en nombre de la sinrazón y del silencio, que algo se me descompuso por dentro. Enmudecer no es una opción válida para parar el ruido de las bombas ni el brotar de la sangre de los inocentes. Hasta que no sintamos que sufrimos todo el horror en nuestras propias carnes, no sabremos lo que es estar del lado bueno de la historia. Y no vale decir que ésta es algo cíclico, que se repite cada cierto tiempo, como si fuera el destino quien la escribe. Somos nosotros quienes escribimos y reescribimos el devenir, y no tanto el destino.
Hasta que no llamemos a las cosas por su nombre no habremos entendido nada. Hay que hablar de genocidio porque no cabe otra palabra que abarque tantos muertos en la tierra golpeada de Palestina, muertos muchos de ellos niños, porque la guerra no hace ascos a nadie.
No puedo evitar sentirme culpable de que aún haya lugares que me salven. Culpable de que al cerrar los ojos pueda escuchar el trinar de los pájaros, el suave roce de sus alas en el viento y tener un sueño recurrente: contemplar el vuelo de cometas blancas en el cielo donde ahora planean pájaros de fuego.
Mª José Vergel Vega
Sección: Aquellas pequeñas cosas.