La gripe del 18
“Lo míu fue más gordu.
Verás que t’ expliqui: Yo estuvi mu malu el añu e la gripi. |
Si mal no recuerdu,
fue en el deciochu. Entoncis la genti moría como chohus.”
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Ni en la fecha ni en la dimensión de la desgracia se equivocaba “el probi Nicetu”, el personaje de aquellos versos publicados por D. Alejandro B. Moreno Narciso en el Programa de la Romería de san Pedro de 1968. Se habla de que fueron más de cuarenta millones en el mundo y de más de 30.000 en España las muertes causadas por la desde entonces denominada “gripe española”, pandemia que campeó a sus anchas por todo el orbe ante la impotencia de la medicina, carente en aquel tiempo de recursos para combatirla y de poder encontrar una vacuna contra ella. Faltaban aún diez años para que Fleming comenzara a juguetear con la penicilina y otros tantos o más para su aplicación curativa.
Parece ser que los primeros brotes de la enfermedad fueron registrados en una base americana, en Kansas. De ahí saltaron a Europa en cuanto los soldados de dicha base tocaron las playas francesas con ocasión de la Primera Guerra Mundial. La falta de higiene, las bajas temperaturas y el tumulto de soldados y gentes favorecieron la difusión del virus no sólo en los países participantes en el conflicto. También llegó a las naciones no beligerantes, como fue en nuestro caso. A España llegó, lógicamente, desde Francia. Entonces ¿por qué el apelativo de “gripe o fiebre española”? Según la revista “Historia de Iberia Vieja”, la prensa de nuestro país, neutral en aquella ocasión y no sujeta a ningún tipo de control ni de censura política o militar, era la única fiable en dar cuenta del considerable número de bajas entre la población y, especialmente, entre las tropas enfrentadas, datos que ninguno de ambos bandos quería que llegara a conocimiento de sus soldados. Por eso, por recurrir a España para información sobre la gripe, nos quedó asignada como si hubiéramos sido nosotros los causantes.
¿Y en Torrejoncillo? “¿Se moría la genti comu chochus?” Sí. Analicemos, en breve como siempre, los siguientes datos extraídos del Juzgado Municipal: Entre 1915 y 1920, el número de fallecidos por año, salvo en 1916, superaba ampliamente el centenar. Concretamente, en el anterior y posterior al año que nos ocupa, murieron 135 personas, cifra ampliamente superada en este de 1918 cuando las muertes ascendieron ni más ni menos que a 239 ¡Qué barbaridad! El mes de mayor mortalidad por gripe fue el de octubre. Hubo bastantes fechas en dicho mes de tres defunciones diarias. Cuatro hubo el día 21, cinco el 19, y hasta siete el 22, cifra record del mes, del año y no sé si del siglo. Posiblemente.
No son, por tanto, de extrañar diversas órdenes municipales: pedir al párroco, D. Lorenzo Díaz, que suspendiera durante la epidemia los toques de campana a agonía, muerte o entierro para no alarmar más a la población; trasladar los cadáveres al cementerio por el camino más corto posible; no tener al difunto en casa más que el tiempo necesario para construir la caja; evitar las aglomeraciones, fueren las que fueren, lo mismo las grandes solemnidades que los entonces numerosos acompañamientos a administrar el Viático, o la estancia de personas ajenas a la familia en casa de los enfermos. Hubo una medida muy curiosa, no sé si efectiva, y fue la de “cerrar las tabernas a las ocho de la noche, por ser en los borrachos donde más estragos produce la gripe”. Y si dudo de lo de efectiva es porque un dicho popular siempre ha afirmado que “al catarro, con el jarro”.
Buen tiempo para llenarse el bolsillo los charlatanes y curanderos con la venta a buen precio de falsos remedios envasados en frascos o similares compuestos tan sólo de agua con azúcar y extractos de alguna hierba calificada de milagrosa. Mal momento, sin embargo, para los sufridos médicos como el titular de esta localidad, D. Alfredo Laín, o sus compañeros D. Pascual Sesma o D. Pedro Llanos, quienes se las vieron y se las desearon para que de los 800 afectados sólo se produjese un centenar largo de víctimas más de las habituales, contando con los únicos medios de “benzoato de sosa, sales de quinina, aspirina y salicilato sódico”, que, para agravar aún más la crítica situación, se agotaron, obligando a los galenos locales a tener que recurrir al Gobierno Civil de la provincia para que gestionase donde correspondiera la adquisición de tales productos y los remitiese a la mayor brevedad a este sufrido lugar.
Ni la Junta de Sanidad local ni el Ayuntamiento pensaron en un principio, a comienzos del verano, en lo que se les venía encima. Eran conscientes de que ahí estaba el mal pero no afectaba de lleno. En el mes de agosto, por precaución, fueron destruidas todas las extremidades de animales dañinos muertos que existían en el archivo de la Secretaría por ser perjudiciales a la salud pública (Aclaremos que se premiaba con dinero en metálico a quien presentase alimañas batidas en la caza y que se guardaban un tiempo como testimonio del pago). Al extenderse la plaga por la provincia, el Gobernador Civil, a primeros de octubre, envió una Circular para extremar los cuidados. Aún así se le respondió “que no es de absoluta necesidad el cierre de las escuelas porque, hasta la fecha, no se ha presentado infección alguna en los niños”. Fue a partir del día 15 cuando se le vio algo más que las orejas al lobo y pudo comprobarse la magnitud de la tragedia al contemplar el progresivo aumento del número de enfermos y de defunciones.
Se agotó el capítulo del presupuesto municipal del año destinado a sufragar los gastos de medicina de los pobres de la Beneficencia y a los socorros domiciliarios. El consumo de medicamentos de estos días superó ampliamente al del resto del año, pero no había más remedio ante la cruda realidad, ante “los cuadros de horror y miseria que se ven repetidos en los domicilios de muchísimos vecinos”. El Ayuntamiento procuró que no faltasen nunca los recursos sanitarios y no dudó en la contratación de un nuevo médico, ni en la habilitación de un presupuesto extraordinario, calculado entre las 3000 y 3500 pts., para intentar paliar los efectos de tan funesto virus.
En los primeros días de noviembre la gripe estaba ya casi vencida, y a mediados del mismo mes, el día 19, la Corporación Municipal quiso dejar constancia del reconocimiento a la labor del cuadro médico, en especial al Dr. Laín Ochoa por “haber reducido el número de víctimas en un cincuenta por ciento en relación con el número de víctimas de otros pueblos afectados” y por haberlo logrado gracias a “un celo y asiduidad constante sin darse un momento de reposo, teniendo que vencer mil dificultades debido a la escasez de recursos de los atacados y al desconocimiento casi completo que de las cuestiones de sanidad se tienen en los pueblos”.
Dejemos ya lo que es historia. Volvamos al “probi Nicetu”, el personaje con el que hemos comenzado este artículo. No debía estar muy de acuerdo Niceto con este agradecimiento corporativo a los médicos puesto que, según él, con los doctores se había puesto “mu malinu” y se estaba quedando “igual que un jilinu”. Había tenido que recurrir con una misa a san Pedro para curarse:
“A los pocus días me dici el galenu: ha sidu san Pedru quien t’a puestu buenu |
Y yo le contestuyo también lo creu,que si es por usté
yo jincu el poelu.”
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Amigos lectores. Estamos en octubre ¡A vacunarse tocan!
Antonio Alviz Serrano
Muy bueno el artículo! Sube la calidad en TTN.