Días de contar y cantar
«Coger una palabra y decir, juguemos con ella y cantar. Y jugar a rimar.
Y después de cantar, y llorar, y andar por los aires: escribir»
(Federico Martín Nebrás)
Llegó una mañana de Octubre con sus maletas, viejas reviejas, de esas que, ¡palabra de Julia!, no tienen fondo y conservan dentro muchos, infinitos sueños a punto de hacerse realidad.
Era un hombre alto y delgado, de barba extraña y blanca, la cabeza tocada con una gorra negra plagada de historias. Las manos y la boca de contar cuentos. Venía masticando palabras.
Dijo que se llamaba Federico, y cuando a sí mismo se nombraba, me parecía escuchar rumor de fuentes lejanas: la palabra hecha agua y trinar de pájaros.
Verlo aparecer con aquellas maletas, recién bajadas de algún vagón de tercera, me trajo a la memoria a aquel otro Federico que llevó el teatro , la poesía, la palabra, la alegría , por los pueblos de España.
Palabra, alimento para el alma: ¡Pan y Libros!
Federico Martín Nebrás, el viejo maestro del canto y del cuento, nos traía de nuevo, a este presente lleno de desesperanza y negrura, la luz de aquellos maestros republicanos que “venían del hambre” y que creían en el hombre, en su conexión clara y necesaria con la naturaleza y con el resto de las criaturas. Aquellos maestros, dioses de barro, que creyeron que un nuevo mundo era posible a través del entusiasmo de la palabra. Hombres que siempre llevaban algún libro bajo el brazo; porque los maestros deben invitar a amar los libros, para que “el educando abra la boca y diga: ¡lléname de palabras, maestro!”
Nos habla de aquella escuela de la ética, de su respeto por el hombre, por las cosas. De aquella escuela que educaba para ser ciudadanos, hombres y mujeres libres: “La escuela, -nos dice mirándonos a los ojos_ está concebida para hacer DEMOCRACIA”.
Y entonces fue como si Federico dijera: ¡Hágase la luz! Y la luz se hizo, porque sabed que el milagro de la creación no sería posible sin el conjuro de la PALABRA.
Aquellas mañanas de Octubre, entre rengas y haikús por los que íbamos picoteando como pájaros de Otoño, volvimos a nombrar las cosas, las volvimos a hacer presentes, porque aquello que no se nombra no existe; porque no hay nada más milagroso que las palabras.
La Liturgia de la Palabra, acto sagrado de cada día: ¡Id y comulgad con el cuerpo y la sangre de la palabra!
¡Benditas sean las palabras, maestro, porque con ellas crearemos un mundo a imagen y semejanza de lo que verdaderamente es justo y necesario para el hombre! ¡Id y llevad la palabra a aquellos que están mudos porque los haréis libres!
Mi alma se va llenando de entusiasmo, de fe en la palabra, del verdor de la ESPERANZA; pero no puedo apartar de mí el pensamiento de que también hay dioses exterminadores que conocen el poder que tienen las palabras y que las lanzan como rayos fulminantes contra nosotros.
–Maestro, también hay palabras que despiertan al miedo. ¿Qué hacer cuando esto nos suceda a nosotros o a nuestros semejantes?
-¡Amores, nada teman! ¡Siempre hay una nana con la que espantar al miedo!
Y Federico nos canta aquella vieja canción de cuna con que lo dormía su madre allá en la Vera Alta:
Ea que ea
el niño de la Andrea,
que tiene cuatro patas
y ninguna menea.
Entonces recordé a Anita, que una tarde me cogió de la mano y me llevó hasta el bote donde Hugo guardaba, como un tesoro, su caracol:
Caracol, col, col,
saca los cuernos al sol
que tu padre y tu madre
también los sacó.
Y cantamos una y otra vez, hasta que Anita, se asomó al bote y debió de pensar que también los caracoles duermen, porque soltó mi mano y en un aleteo de mariposas regresó, silenciosa, a su sitio.
Palabras que se cantan para espantar al miedo. Divinas palabras que nos llevan al círculo materno, a aquel paraíso que no tiene parangón: redondel perfecto desde el que habéis de saber nos expulsan a la vida.
Y siempre hay un cuento que, sacado de alguna maleta vieja revieja y , leído en voz alta, espanta los fantasmas de cada uno y nos devuelve al paraíso. Nunca desaparecerá la sagrada costumbre de leer cuentos juntos-recalca Federico_ porque la palabra nació en la noche, al calor del fuego, cuando regresan las pesadillas para torturar al hombre.
¡Cuentos y más cuentos para espantar al miedo una y otra vez, para regresar una vez y otra al paraíso!
¡Versos a cientos para sanar el cuerpo y el alma! Porque aquel que bebe de las fuentes de la poesía , estará saciado y no será esclavo:¡Poesía, maná en medio de nuestros desiertos cotidianos!
En la escuela hay que hablar, que contar, que cantar, verter las palabras con amor ; hay que mirar con toda la ternura de que seamos capaces, hemos de imponer las manos , porque la palabra se hace en ellas milagro de amor:
Sana, sana,
culito de rana;
si no sana hoy,
sanará mañana.
–¿Te duele, Nicolás?
Y Nicolás mueve negativamente la cabeza al tiempo que se seca una lágrima traviesa con la manga…
A Nicolás ya no le duele porque las palabras, y mi mano sobre su herida, curan y calman.
Habéis de saber que el maestro Federico, con sus maletas viejas reviejas requeteviejas, tiene en su cuerpo una gran fábrica de palabras. Las tiene bien dispuestas para cada ocasión: para cantar, para contar, para sanar, para reir, para sonllorar…para que la boca se abra, para que los ojos se cierren, para que regresemos de nuevo al paraíso, que es redondo y calentito.
¡Éstos son días de contar y cantar, de que la palabra se abra y nos envuelva!
Aparto, entonces, los tules de la memoria y como si me estuvieran haciendo cosquillas en los labios, esbozo una sonrisa y pienso que tengo la palabra perfecta para dejar en nuestra “Caja de Palabras Hermosas “; palabra que después despertará como paloma y nos llenará de luz , a mí y a los niños, el alma y el aula.
Yo hoy escribiré: FEDERICO.
Mª José Vergel Vega
Gracias, Elvira. Tienes un alma blanda y sensible, por eso conectan contigo las palabras de Julia.
Un abracito apretao, compañera!
Qué bien sabes colocar las palabras para que entendamos tus artículos, de tal manera que si hay alguna persona que no le gusta lo que dicen , seguro que le gusta como lo escribes.