Fuego en Mérida
Llevo acudiendo a las representaciones en el Teatro Romano de Mérida desde hace más de treinta años, cuando empecé a estudiar en la UNED y tenía que ir a examinarme a Mérida. Por aquel entonces Mérida no era la capital de Extremadura, era pequeña, con cuatro hoteles y cuatro restaurantes. En el Hotel Emperatriz coincidíamos con los actores (Manuel Gallardo, Francisco Merino y tantos otros) y nos regalaban entradas para todos los espectáculos. De ahí nació, quizá, mi afición.
Este año hemos asistido gracias a la buena organización de la Asociación Cultural de Torrejoncillo.
Como abejas al olor del néctar, los extremeños de diferentes pueblos acudimos cada año a Mérida para ver buen teatro. Y esta vez, tampoco me fraudó. No pretendo hacer la crítica del espectáculo, para eso están los críticos teatrales. Mi columna expresa mi opinión.
De la misma manera que Nerón incendió Roma, (él sabría sus motivos), las cuatro actrices que interpretan Fuegos en el Teatro Romano de Mérida, quemaron la conciencia de los espectadores, crearon inquietudes, aunque siempre hay quien no esté dispuesto a escuchar algo diferente de su propia imagen del mundo, sus valores: a la gente le cuesta identificarse con personajes liberales que traspasan el umbral de lo políticamente correcto. Fuegos es un tema muy revolucionario sobre la libertad de la mujer, el dolor de no ser correspondida, la obsesión de sentirse abandonada por el amado que te deja el alma hecha jirones. Pero la eterna felicidad es más aburrida… Hasta en la vida real, para saborear la felicidad hay que sufrir. Todos los personajes en el escenario cuentan la misma historia: un viacrucis de penurias amorosas por encontrarlo, en diferentes lugares, personas, épocas. Y, aunque se sufra, ese viacrucis es más entretenido que quedarse en casa con el cansado esposo. Para Yourcenar, más vale un amor intenso, aunque te abandone, un pájaro volando, que otro en mano. Y por ese abandono, la mujer se desespera, pero ha disfrutado con la experiencia; aunque no haya conseguido el objetivo final de retenerlo, también es un premio el recorrido, el mientras duró.
No sé si la sociedad está preparada para asimilar el contenido de esta obra poética y profunda, independientemente del montaje, dirección o interpretación. Es más fácil seguir el armazón de los diálogos en una obra convencional que estar pendiente de los cambios de matices de los monólogos de esta obra, como es más cómodo contemplar una pintura figurativa que interpretar una abstracta. A veces me recordaba al teatro clásico de Eurípides, solo que sin la máscara. Desde el punto de vista social, es feminista y disfrutamos al ver en escena cuatro mujeres que despliegan sus dotes interpretativas, como buenas profesionales, con cambios de registro y muchos momentos de calidad artística insuperables que te golpean y conmueven.
No es que Fuegos sea un obrón sublime, ni lo pretende, pero sí es una obra intimista, catártica para la mujer que ha tocado fondo; a pesar de ser la víctima, piensa que merece la pena haberse enriquecido con varias formas del amor. Preferible a una vida «correcta» pero sin sentir la pasión que arrebata y te hace vibrar, aunque sepas que no es para siempre, con palabras que expresan todo el sufrimiento de un corazón roto.
El artista tiene la gran oportunidad de poder expresar lo que siente a través de su obra: el pintor en sus lienzos, el músico a través de composiciones musicales y el escritor, en digital o en papel (como Yourcenar en Fuegos).
Siempre se ha dicho que el dolor, el desamor, el abandono, dan pie a las más bellas canciones, películas u obras literarias. Lo importante para un autor es poder transmitir sus propios sentimientos a los demás. Y en Fuegos, Marguerite Yourcenar lo logra.
(Publicado en El Periódico Extremadura, en mi columna OJO DE BUEY, sección Mérida, el viernes, 19 de julio de 2013)
Rosa López Casero
