
Ya no se hacen bodas como antes
Las bodas extremeñas tenían unos trajes específicos, música, romances para recitar y ritos especiales. Hace ya más de un siglo, sin embargo, que desaparecieron de las ciudades y solo en algunos pueblos pequeños siguió unos años más. Actualmente las parejas pacenses ya no siguen esta tradición que estaba llena de ritos propios. Lo primero no solo era una boda, sino una ‘tornaboda’, ya que duraba varios días y había diversas celebraciones.
En cuanto a los trajes, eran los típicos de cada comarca de Extremadura, pero eso sí, los de gala por ser un día especial. Los más comunes eran de la zona alta de Extremadura, como Baños de Montemayor o el Jerte. El novio y el padrino, por ejemplo, llevaban capas negras, las llamadas ‘salmantinas’, aunque realmente el paño se fabricaba en Torrejoncillo, según recuerda el experto en folklore de la región, Emilio González Barroso. «Se decía entonces ‘aunque en Béjar le pongan más brillo (por los adornos), el paño es de Torrejoncillo’».
El día grande los amigos y los padrinos recogían a los novios en sus casas y había letras y romances que se cantaban a los protagonistas en el día del gran enlace. Por ejemplo, a la futura suegra.
«Ahí va la madre del novio a recoger al hijo y un poquito más a fuera a recoger a la novia y reconocer a la nuera», decía el romance ‘Las sábanas de la novia’.
La ceremonia era religiosa, aunque podía incluir textos del Miajón o de Gabriel y Galán. Al salir de la iglesia se formaba un pasillo con ramos decorados con flores para que pasasen los novios y les acompañaba la música de una gaita y un tamboril, normalmente en su paseo hasta el banquete nupcial.
Ya en la fiesta, además de los bailes típicos, había otras tradiciones que hoy en día también se llevan a cabo, aunque de forma diferente. Por ejemplo, también se regalaba dinero a los novios, pero en lugar de entregarlo en un sobre, los invitados lo echaban a un cesto o incluso se colocaba un corcho en el que los billetes se pinchaban con alfileres.
Había otra costumbre, según recuerda Emilio González Barroso, relacionada con alfileres y es que las amigas de la novia le regalaban una naranja decorada con estos pinchos. «Toma esta naranja china prendidita de alfileres que te la dan tus amigas para que de ellas te acuerdes». Al final de la celebración, además, se subastaba el ramo de la recién casada.
Más allá de las bodas en Extremadura, especialmente en las localidades pequeñas, había otra serie de rituales que se han perdido, pero que eran muy significativos y estaban relacionados con el noviazgo.
Como en muchos lugares el pretendiente rondaba a la chica, pero además era típico que, para dejar claras sus intenciones robase una teja de su casa. «Una teja me llevo de tu tejado para no irme desconsolado», se cantaba a la pretendida.
Una vez que ambos se conocían también había una ceremonia de petición de mano muy particular, según indica González Barroso. En esa época la mayor parte de las puertas estaban partidas por la mitad y la parte superior siempre permanecía abierta. Los mozos iban a casa de la novia y tiraban una cachiporra (una especie de bastón) dentro y cantaban: «Porra dentro, porra fuera, porra en casa ¿casa la hija o no casa?».
A continuación, si la cachiporra volvía la calle, malas noticias para el pretendiente porque le rechazaban. Pero si no la devolvían, había boda. Entonces los padres de la novia abrían las puertas y se celebraba una fiesta de compromiso que era el primer paso hacia el casorio.
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