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La casa habitada

“Para N… , para que no ceje en su empeño de habitar su casa.

 Y también para Agnès, Julián, Isabel… que saben de lo que hablo”

 

El otoño nos empuja a la intrahistoria. Nos invita a envolver las piernas en la manta de ganchillo de la abuela y mirar hacia el interior de uno mismo.

 Os diré que hoy escribo desde la página en blanco del silencio.

 Algo cambió en mi vida hace ahora dos otoños cuando conocí a José Mª y quiero compartirlo con vosotros.

José Mª Toro, se adentró en la aventura de vivir, como a él le gusta decir, la primavera de 1961, en Lora del Río. Lleva mucho tiempo enamorado del Hombre, con mayúsculas. Es Maestro de Enseñanza Primaria y Especialista en Creatividad, Técnicas de Estudio y en distintos ámbitos de la Expresión y la Comunicación. Dice que todo lo que sabe, se lo debe, en gran parte a la que fue su maestra, Fedora Aberastury, creadora del Sistema Consciente para la Técnica del Movimiento; sistema que sigue investigando y divulgando José Mª.

Como ya he dicho, lo conocí hace un par de otoños, en uno de estos cursos, con los que los que nos dedicamos a la enseñanza, pretendemos remudarnos el espíritu. Y sucede que, a veces, lo conseguimos.

Pasamos un fin de semana tumbados en el suelo, tomando conciencia de nosotros mismos; de lo que somos y de lo mucho que podemos llegar a ser si dejamos que sea el corazón quien dirija nuestro modo de ser y de estar en el mundo. A José Mª le gusta decir, en clave de humor, que le llaman el “tejero de la pedagogía”, por eso de hacer que sus alumnos se tumben en el suelo.

José Mª es como un rayito de luz que se va colando en tu alma para que tú, desde tí, ilumines tu cuerpo, templo sagrado de tu casa.

Descubro con él que debo conectarme a mi tiempo íntimo y desconectarme de un tiempo externo, meteorológico o atmosférico que a nada conduce.

Debo escuchar el tiempo de mi alma y de mi cuerpo, el tiempo como fuente de energía.

Necesito el silencio para habitarme y habitar el mundo. El silencio como una página en blanco que llenar con reflexiones. Reflexionar, por ejemplo, sobre qué es lo que a mí me sugiere la contemplación de una página en blanco.

En ocasiones, más de las que pensamos, decimos más cuando callamos.

Una página en blanco es capaz de arrancarme una sonrisa y me pone un temblor en el corazón. Un papel en blanco puede ser la nada o serlo todo.

Yo soy esa página en blanco y sólo puedo leerme desde mi interior.

Si la casa de mi cuerpo está habitada, esa página en blanco contendrá las palabras más hermosas; pero si en ella se aloja la ruina, entonces, sólo cabrán las  más terribles..

Aprendí que debo acomodar mi casa, mi cuerpo, al latir peculiar de las estaciones, a vivir cada instante como si fuera el último, sin prisas y con pausas.

Sólo si soy capaz de detenerme, seré capaz de tenerme. Si me detengo, estoy y soy.

Yo quiero ser mi casa, quiero ser el caracol que no necesita correr porque lleva su casa con él, porque él es su casa.

Son las cosas más pequeñas las que van habitando mi casa: incluso la mirada tierna, profunda y apacible de las vacas libres en el campo, en la que me reconozco al mirar por la ventana mientras atiendo al dictado de mi corazón. Y pienso que es bueno y aconsejable, cuando sentimos tambalearse los cimientos de nuestra casa, tener una ventana abierta por la que entren los ojos de las vacas. Ojos como PAZ.

Sólo los ojos de las vacas son capaces de albergar la mirada del campo.

Estamos empeñados en hacer de nuestro cuerpo un escaparate, cuando debía ser un templo sagrado. Por eso, reivindico con José Mª otra corporación, la “Dermoética”, esa que deje al descubierto la tersura de nuestro interior cuando estamos habitados: la sonrisa es el mejor de los bótox y, nada nos relaja y nos recompone mejor por dentro, que colocar nuestra lengua acostada sin esfuerzo sobre nuestro labio inferior, como cuando éramos bebés y la lengua campaba a sus anchas.

La lengua, nuestra lengua, llave de la palabra, y llave de nuestro silencio. En ella está también la clave para habitar nuestra casa, nuestro cuerpo.

Tengo mi casa habitada para que en mí habiten los que me rodean, incluso los que no me conocen, porque también tienen un corazón que los habita.

Si tengo habitada mi casa, habitan en mí las cosas; porque lo que me rodea es de mi incumbencia y he de estar dispuesta a darle cobijo.

Sólo si nos sentimos habitados nos instalaremos en ese lugar de luz que es la alegría de vivir, y nos daremos a los demás a través de ella.

Reconozco que algo cambió de manera profunda en mí cuando conocí a José Mª, no sabría explicar qué, aunque quizá tenga que ver con que su presencia me mostró el camino para habitar mi cuerpo, mi casa.

Los que tenemos la gran suerte de conocer a José Mª, sabemos de ese vuelo salino de gaviotas que nos acoge amoroso al regresar a nuestra casa.

 Si regreso a mi casa, me regreso.

Estoy en mi casa, playa calma donde abordar los naufragios, donde me reconozco como uno más entre los demás. Uno más que sufre, ama, come, respira…al que le duele vivir en ocasiones; pero, al que a pesar de todo, la vida le parece hermosa.

De vez en cuando, pinto mi casa, cambio la disposición de los muebles, incorporo otros nuevos, reparo los que están ajados…vuelvo a limpiar  mi casa, la ventilo… cuido que todo esté en su sitio, dispuesto para cuando acuden a ella visitas inesperadas o aquellos para los que mi casa ya no es ajena.

En mi casa hay rincones en los  que tiende a apoltronarse la tristeza con su cara sin brillo, largas trenzas blancas como aquella muñeca de la infancia y su vestido desteñido añorando siempre tiempos mejores. Siempre hay en mi casa algún rincón confortable dispuesto para la tristeza, porque también en ella me conozco y me reconozco. También la tristeza comparte la casa de mi cuerpo.

De todos modos, no es bueno que la tristeza ande desamparada y sitie tu casa. Por ello, en rincones contiguos, tengo apostadas sonrisas que están a a la que salta y amainan por sorpresa el exceso de melancolía, con el que siempre nos sale la tristeza si alguna vez ocurre que bajamos la guardia.

 Como ama de llaves  tengo una sonrisa que abre, solícita, la puerta de mi casa. Entrad  , dispuesta está para vosotros.

Mª José Vergel Vega

 

NOTA: Os anoto a continuación los títulos de alguno de los libros de José Mª Toro. Leedlos si tenéis ocasión, os aseguro que habrá un antes y un después.

  • El pulso del cotidiano, Editorial Sal Terrae.
  • La vida maestra, Editorial Desclée de Brouwer
  • Educar con co-razón, Editorial Desclée de Brouwer
  • Descanser, Editorial Desclée de Brouwer
  • La sabiduría de vivir, Editorial Desclée de Brouwer
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