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CURSILADA

Dejo aparcado el género epistolar, que es medicina pintiparada para políticos cucañeros y para novias forasteras, y tomo el narrativo, más apropiado para épocas de solaz y esparcimiento como son las fiestas navideñas.

Estoy seguro que muchos lectores están conmigo cuando afirmo que las navidades son un tostón insufrible. Es más, si me pongo a meditar, no conozco a nadie a quien le gusten las navidades, horribles fechas en las que impera la más tremebunda cursilería y el más acendrado papanatismo. Algunos aprovechamos estos soporíferos días de puente para hacer cosas que no solemos hacer el resto del año. Sin ir más lejos, a mí estos días me han dado ya para descubrir que hay compañeros del blog que no me soportan –sinceridad que alabo-, para cortarme las greñas “encá” Bemba, para sufrir la obligada peregrinación anual a las tiendas de ropa, e incluso (¡¡Horror!!) para leer algún suplemento dominical.

Los suplementos dominicales, y perdonen la explicación, son ese voluminoso e inservible montón de papelajos con el que los amables señores de la prensa nos aturden a los que compramos algún diario en domingo; esa enorme masa que nos hace plantearnos el acudir al quiosco armados de una carretilla. Digo inservibles y quizá debería añadir el “casi”, porque de vez en cuando, como sin darse cuenta, contienen alguna joyita literaria de Pérez Reverte o de algún otro. Pero, en general, son un enorme catálogo comercial ante el que uno se siente tentado de exclamar, aun a riesgo de pecar de falta de originalidad, la famosa frase de Sócrates ante el chiringuito de un artesano: “¡Cuantas cosas que no necesito!”.

Sirva el párrafo anterior para que pueda el lector hacerse una idea del estado de postración y abatimiento existencial en el que se halla sumido alguien que se pone a leer uno de estos soporíferos mamotretos. Y, sin embargo, para ser sincero, he de reconocer que la labor no ha resultado estéril. Y es que, si ustedes pensaban que no hay nada más cursi que esas cenas navideñas en las que uno debe fingir ser muy feliz y querer mucho a gente de la que no se acuerda el resto del año; si creían ustedes que no existe nada más papanatesco que esas atroces nocheviejas en las que debe parecer que lo pasas de vicio aunque la muela del juicio te esté matando y los juanetes te hagan ver las estrellas, estaban equivocados. Hay formas mucho peores de montárselo. Por ejemplo, asistir a la cena especial que un famoso cocinero vasco –pena de cocina vasca, con la gran (y merecida) fama que tiene- ofrecerá el último día del año en un carísimo hotel madrileño, al módico precio de trescientos euros por buche. Les advierto, antes de entrar en harina, que a mí esto de la “nueva cocina” siempre me ha parecido la “gran estafa”. Creo que un tipejo que te anuncia unas patatas fritas cómo “Láminas crujientes de tubérculo doradas en óleo de semillas florales”, más que un “creador”, es un jeta. Pero pasemos a detallar los manjares con los que el cocinero (en adelante, “el artista”) deleitará los sentidos de la panda de cursis redomados que asistan al acto, y juzguen ustedes mismos: “Ensalada de buey de mar con yogur de arroz y pergamino de verduras” No me negarán que es un buen comienzo. Lo del pergamino de verduras me intriga sobremanera porque suena misterioso y folletinesco. No así el yogur de arroz que siempre ha sido el yogur por excelencia. Sigamos: “Cazuela de pescados confitados con zamburiñas, escaramujo con avellanas y ceniza de apio” Maravillosa composición, dulce sinfonía de gilipolleces que alcanza su máximo esplendor con la ceniza de apio, que debe ser la ceniza más valorada en la lonja de las cenizas, especialmente si se sirve acompañada de un escaramujo que (y ahora me socorro del diccionario), según la R.A.E., es una especie de rosal silvestre con tallo liso, aguijones alternos, flores encarnadas y un fruto aovado y carnoso que, desde el Paleolítico, no se ha comido nadie hasta que han llegado esta horda de horteras innovadores. El tercer regalo con que el artista deleitará los sentidos consta como: “Pechuga de ave de invierno (será un pingüino, digo yo) con “gelée” tostada de hortalizas y polvo de nueces”. Lo del polvo de nueces tiene su miga, aunque no llega al sentimiento de admiración e incredulidad que imbuye el intuir las dificultades que habrá encontrado el artista para tostar la “gelée” (vulgo helado), empeño que debe ser parecido al de intentar asar el hielo o congelar el fuego. Pero me interesan menos estas tonterías que lo del “ave de invierno”. Digo yo que, por cincuenta mil cochinas leandras, a lo mínimo a lo que debería tener derecho el comensal es a una información algo más detallada sobre la pechuga que, con “gelée” tostada o sin tostar, se va a meter por el buzón. Porque ave de invierno es el pingüino, pero también la cigüeña, el jilguero o el buitre, depende de dónde se manifieste el invierno.


Pero lo mejor se nos presenta en el primer postre: “Dulce de cítricos, pastel de “errezila” con aceite de laurel y arándanos partidos” Después de agradecer la gentileza del artista de partir los arándanos y sacar aceite del laurel, siento curiosidad por saber en que consiste el/la “errezila”. Volvamos al lexicón. En principio parece voz vascuence, aunque no debemos sacar conclusiones precipitadas. Busco en la red un diccionario Español-Vasco y el tal “errezila” no consta. Sí “errezela”, que quiere decir “cortina de cielo en cama” (en cristiano, dosel) y “errezelo”, que es “ataque, indisposición o fiebre”. La duda me corroe. Busco diccionarios de alemán, italiano, portugués, inglés, francés, catalán, gallego, ruso, y el término no aparece, por lo que podemos llegar a la conclusión de que el tal pastel de “errezila” es una tarta de fiebre o un flan de dosel, lo que, a mi modesto entender, no autoriza la compensación de su sabor por diez mil duros de vellón. Un pastel semejante, después de haber engullido o ingurgitado un pergamino, un yogur de arroz, un escaramujo, unas cenizas de apio, unas nueces en polvo, unos arándanos partidos, un helado de verduras tostado y una pechuga de vaya usted a saber qué, debería costar muchísimo más, porque los cursis no tienen límites a la hora de hacer el ridículo. El resto de los postres, nada sofisticados: “Obleas de leche y almendras con aceite de menta –observen la facilidad del artista para obtener aceites, ora del laurel, ora de la menta-, miel ahumada (¡échale!) envuelta en crema y helado de levadura y cáscara de guayaba” Una pena que mi madre ya haya comprado la nata con nueces, porque la ilusión de mi vida es probar la cáscara de guayaba.

En fin, que ya tengo plan para esta nochevieja. Me sentaré en la puerta del hotel a descojonarme de todos los acomplejados que estén dispuestos a pasar por una experiencia tan humillante y, cuando los vea salir con cara de idiotas, el bolsillo hecho una pasa y el estómago hecho una chufa, les desearé con toda mi alma un muy feliz año 2008.
JONAS F. LEON

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