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CARTA ABIERTA A LA MINISTRA DE EDUCACIÓN

Estimada señora ministra y vendedora de burras:

Tienen como primer fin estas líneas que hoy le escribo, y que supongo que a usted se la traerán al fresco, felicitarla de la forma más entusiasta, tanto por la tenacidad que ha demostrado en lo segundo, como por la buena voluntad que, supongo, pone en lo primero. Y es que me tiene enamorado esa capacidad suya de rizar el rizo de la hipocresía y el cinismo cuando dice, así, muy seria, que esa nueva asignatura que se han inventado, con el nombre de “educación para la ciudadanía”, trata de enseñar los principios constitucionales y democráticos a nuestros niños.

Pues mire, doña Mercedes, yo le sugiero a usted que antes de preocuparse por enseñarle a nuestros púberes los principios constitucionales se los estudie un poquito, no vaya a ser que le venga a usted pintiparado ese refrán que dice “consejos vendo, que para mi no tengo”. Porque milita usted en un partido que tras reclamar una Ley de Leyes, se inventó la trampa de las trampas. Usted recordará bien cómo don Alfonso Guerra exhumó el cadáver del barón de Montesquieu para asegurarse de que había muerto, y quedarse con el poder judicial entero y verdadero para él solito, retorciendo la Constitución como una esponja. Bien es verdad, y lo mismo que le digo una cosa le digo la otra, que a uno no le duelen prendas, que el entierro definitivo de esa señora ciega, esa que lleva en una mano una espada y en la otra una balanza, lo oficiaron ustedes a medias con el otro gran partido nacional, por medio de ese “pacto por la justicia”, que los señores Michavila y López Aguilar quisieron vendernos como una moto pintada de verde, que iba a solucionar la escasez de medios y recursos de nuestro sistema judicial, pero que en realidad era un pasteleo encaminado a repartirse la justicia como quien se reparte el botín del último asalto a la diligencia.

Total, que ustedes, los políticos, son los primeros que se pasan la Constitución, la división de poderes, la soberanía popular y el coño de la Bernarda por el arco del triunfo, confiando en que al controlar todos los resortes de la justicia, desde el Tribunal Constitucional hasta el Supremo, pasando por la Fiscalía General del Estado o el Consejo General del Poder Judicial, nadie se va a atrever a decírselo.

Pues mire, ese Tribunal Constitucional aborregado y dócil, que ustedes manejan como una marioneta, podrá decir misa, pero a mí no me parece muy democrático ni constitucional el que se prohíba presentarse a las elecciones a un partido si no presenta determinado número de hombres y de mujeres, porque eso se llama discriminación por razón de sexo, una cosa muy fea que la Constitución dice que no se debe hacer. De hecho, ese propio Tribunal domesticado no se ha podido tragar algo tan sonrojante y ha llegado a decir que sí, que bueno, que es un poquito inconstitucional, pero que tampoco es para tanto – a mí, que quiere que le diga, decir que algo es un poquito inconstitucional me parece parecido a decir que alguien está un poquito embarazada—Tampoco parecen muy constitucionales esos Estatutos que otorgan privilegios a unos ciudadanos en detrimento de otros. No creo yo que sea muy constitucional que su señor marido, el tristemente célebre Arenillas, se aproveche de su carguito de medio pelo en la Comisión Nacional del Mercado de Valores para asaltar empresas privadas en plan Billy el Niño, o para amedrentar a empresarios que no comulgan con sus ruedas de molino. Ya sé yo, doña Mercedes de mis entretelas, que en todos los partidos se cuecen habas, pero es que, hija, en el suyo, a calderadas. ¿Por qué no le enseña usted principios constitucionales a su señor marido, doña Mercedes? ¿Por qué no le da un repaso a esa Constitución que tanto ansía enseñar y tan mal se sabe? Se lo digo de buena fe, porque corre usted el peligro de hacer el papelón de aquel maestro Ciruela, ya sabe, que sin saber leer, puso escuela.

Quien más, quien menos, doña Mercedes, sospecha que es lo que se cuece detrás de todos esos mirusté y todas esas perífrasis que se gastan en torno a esa bendita educación para la ciudadanía. Y si es lo que dicen las malas lenguas, permítame que le diga que intentar adoctrinar a los jóvenes es una solemne giliflautez. Usted sabe mejor que yo – no en vano gran parte de su familia tuvo cargos en aquel régimen—que en España, durante cuarenta años, y como decía un parte meteorológico de la revista “La codorniz”, reinó un fresco general procedente de Galicia. Este señor general, intentó durante todos esos años adoctrinar a la juventud en los principios del Movimiento, y, no sólo no lo consiguió, sino que muchos de los alumnos becados por el ancien regime , entre ellos el ya mentado Alfonso Guerra, o Felipe González, se pasaron en bandada a la acera de enfrente. Y si no lo consiguió él en cuarenta años de poder omnímodo ¿lo piensa conseguir su Excelentísima Cuota Ministerial en el tiempo que esté gozando de la mamandurria que, si Dios quiere y el tiempo lo permite, no será mucho más que alguna legislatura?

Pero mire, le voy a aceptar pulpo como animal de compañía y creerme que lo que quieren enseñar son los principios constitucionales, y todos esos sermones de sacristía que ustedes se traen entre manos. En primer lugar, ustedes, – y me refiero a la clase política en general, a los hunos y a los “hotros”, que diría el tronitronante don Miguel de Unamuno— los que han prostituido la Constitución hasta el tuétano para convertirla en un papel mojado, los que se han hecho con los hilos de todos los poderes: el ejecutivo, el legislativo, el judicial, y hasta el audiovisual, y con ello han desterrado la democracia – porque sin división de poderes, esto es, sin una justicia independiente, esto es, sin que alguien nos defienda a los ciudadanos de los políticos sin escrúpulos, la democracia que aquí tenemos que me la claven a mí en la frente— no son los más indicados para enseñar esos principios. Segundo, doña Mercedes porque esa misma Constitución proclama la libertad de conciencia, y eso significa que un padre puede muy bien no querer que a sus hijos se les enseñen principios constitucionales. Sí, rica, sí. Un padre tiene perfecto derecho a querer que a sus hijos se les enseñen doctrinas anticonstitucionales, y usted no debería sorprenderse de ello. De hecho, sus cofrades socialistas gobiernan en varias autonomías en comandita con señores que, cuando tienen que jurar la Constitución para obtener la canonjía que les haya caído en suerte en el reparto de prebendas, lo hacen “por imperativo legal”, o sea, porque no quedan más cojones, pero en cursi. Yo estoy seguro de que a un diputado de la Esquerra no le interesa para nada que a su hijo le inculquen ese principio constitucional que dice que España es la patria común e indivisible etcétera, o ese otro que dice que todos los españoles tienen derecho a usar el castellano, y que en Cataluña se están saltando a la torera multando a los comerciantes que rotulan sus productos en la lengua de Cervantes. Y, mi señora doña Mercedes, tienen perfecto derecho a querer que a sus hijos no se les eduque en esos principios, porque la ley hay que acatarla, pero no hay porque estar de acuerdo con ella. ¿O es qué usted piensa enseñar los principios constitucionales que más le peten y olvidarse de los que le resultan incómodos? Ustedes, con esta ley se están pasando por el forro el derecho a la libertad de conciencia, a la libertad de cátedra, a la libertad de creencias y a no sé cuantas cosas más, porque en el fondo le tienen miedo a la libertad de los ciudadanos para escoger lo que más les conviene.

De todos modos, señora ministra, a mí lo de la educación ciudadana, que es muy grave, no me parece más que el chocolate del loro en esa basura de ley que sus señorías han perpetrado y que llaman LOE. Hay cosas peores, y de ellas quería hablarle.

Déjeme, empero, que le cuente algo antes a su Excelentísima Cuota.

Reinaban en España las ilustres pechugas de doña Isabel II, aunque, como usted sabe, el ánimo de doña Isabel se inclinaba, más que a atender a las necesidades de sus súbditos gobernando, a atender las de su… no sé si atreverme, usted disimule… Real flor del gineceo y disculpe que acuda a la traducción que hizo Fray Luis de León del clásico, pero hay lectores que ya me han llamado a andana por lenguaraz y boquimuelle, y supongo que esta expresión les resultará menos deshonesta que alguna otra de, por ejemplo, Camilo Cela, por lo que se encargaba de presidir el consejo de ministros el general Narváez, jefe de lo que se denominó el “partido moderado”, y más conocido como el Espadón de Loja. Pues bien, cuentan las crónicas que Narváez encargó a su ministro de Gracia y Justicia una ley especialmente infamante y ominosa, es decir, algo parecido a su LOE. El ministro fue dando largas al asunto, confiando en que, con el tiempo, quizá el general se olvidara de esta ley. Todos los días preguntaba Narváez por el texto, y todos los días daba el ministro alguna excusa. Así hasta que un día, tras volver a repetirse el diálogo, el general respondió “No importa. La he traído yo”, y puso a la firma del atribulado ministro un texto inasumible. Éste se llenó de valor: “Esta ley no la firmo yo aunque tenga que cortarme la mano derecha”. Y el Espadón, sin inmutarse, concluyó “Esa manesita no se la corta uhte, porque esa manesita mase a mi musha farta pa rahcarme loh cohoneh”

No le cuento esto porque pretenda que usted se hubiese puesto en la vicisitud de quedarse manquita, que ya sé que no está usted por la labor, pero al menos podía haber tenido los redaños y la vergüenza torera de decir “pase de mí este cáliz” y presentar su dimisión antes que firmar semejante inmundicia. Sé también que, en España, pedir a un político que abandone el sillón es como pedir brevas al zoquete, porque aquí es más probable que un camello pase por el ojo de una aguja que un ministro dimita; y es que, doña Mercedes, hija, no sé yo que tienen esas poltronas, que todo hijo de vecino, por mucho que diga sacrificarse por el pueblo y todo ese rollo del servicio abnegado y de estar ahí porque lo manda el partido, se encuentra dispuesto a permanecer en la suya aunque se le ponga el rabel como a los monos y le salgan callos en las posaderas. Tal parece que les untaran esa zona donde usted se daba con los talones cuando pasó a formar parte de la cuota femenina con goma arábiga, cola de carpintero o superglú tres, o que sus lombrices intestinales adquiriesen de pronto la virtud de las sanguijuelas, y no les permitieran levantarse del sillón ni aunque les vertieran encima aceite hirviendo.

Mire, esta LOE que han creado, me recuerda mucho a aquella otra maravilla socialista llamada LOGSE, de la que un servidor fue una de las primeras víctimas. No recuerdo, o quizá no lo supe nunca, quién fue el ministro que puso en marcha aquello tan divertido de que un alumno pudiera acabar el bachillerato, y aún peor, la carrera, sin haber estudiado nunca – repito: nunca – Historia de España, Historia del Arte, de la Filosofía, de la Literatura o de las Culturas Clásicas. Y eso es lo que tiene su perendengue; que aquí nadie se acuerda ya del nombre de aquel sujeto. Porque ustedes, los políticos, llegan al cargo, entran en su correspondiente departamento como elefante en cacharrería, lo ponen todo patas arribas, hacen un pan como unas tortas, nos dejan el patio, no ya hecho un erial, sino a medio camino entre el albañal y la lóbrega cloaca, y después se largan, supongo que con la conciencia bien tranquila por el trabajo realizado y el deber cumplido, a disfrutar de su pensión vitalicia, y aquí si te he visto no me acuerdo, el que venga detrás que arree, a quien Dios se la dé san Pedro se la bendiga, que cada perro se lama su órgano, y el que quiera pedir responsabilidades que pregunte por el maestro armero. Y, claro, con impunidades como esas se alicatan los baños de las casas de putas.

Créame, señora ministra, que todo esto se lo digo sin acritud, pero es que al abajofirmante no le hace ninguna gracia que cualquiera de nuestros jóvenes salga al mundo convertido en un huérfano cultural, en un analfabeto funcional, en una calculadora andante, muy preparada técnicamente, pero sin el menor espíritu crítico, sin la menor lucidez ni sentido común que, como ya sabe usted que decía Voltaire o no se quién, es el menos común de todos los sentidos. No me hace ninguna gracia que su LOE dé otra vuelta de tuerca hacia ese lado. No me agrada, en fin, que ustedes pretendan que los zangolotinos nos salgan cerebros cuadriculados, o sea, que nos salgan clavaditos a muchos de los que nos gobernaron, nos gobiernan y nos gobernarán.

Vivimos, doña Mercedes, en este siglo XXI, a merced de los imperios de la información manipulada; de los profetas de salón y los cruzados de andar por casa que inventan banderas, ideologías, modas, doctrinas, somníferos o piedras filosofales; de apologetas, expertos, técnicos y expertos de a veinte duros el capítulo, dispuestos a sacar de sus estudios e investigaciones la conclusión que más agrade al baranda de turno, con tal de que les permita seguir agarrados a la teta de la subvención, a cuyo pezón se candan con voracidad y concupiscencia propias de insaciables mamoncetes, y ustedes están consiguiendo que los ciudadanos nos parezcamos cada vez más a aquel fray Gerundio, alias Zote. Nos están convirtiendo en náufragos mentales dispuestos a creer al primer vendedor de crecepelo que tenga la labia o los recursos suficientes para llevarnos al huerto.

Frente a eso, la Literatura, la Historia, la Filosofía, las Humanidades en general, la Cultura con mayúsculas, – y no esa cultureta de la poca leche, la de los titiriteros, saltimbanquis y mamarrachos de diverso pelaje, que ustedes tanto protegen y subvencionan— esa que se empeñan en no enseñar, es la única arma defensiva. De ella se obtienen ideas, certezas e intuiciones. Nos enseña de dónde venimos, qué somos y como hemos llegado a serlo. Nos conforta, sitúa y redimensiona para asumir nuestra condición de simples eslabones de esta interminable y tragicómica cadena. Nos hace más fuertes. Más libres.

Hay quien dice que su objetivo es precisamente ese: convertir las mentes de nuestros jóvenes en mecanismos de piñón fijo, incapaces de dudar, pensar o crear por sí mismos. Yo no lo creo. En realidad, son ustedes demasiado mediocres como para actuar de acuerdo a un plan preconcebido. También ustedes son víctimas de sí mismos, de sus limitaciones y de su esquematismo mental. Incluso creo en su buena fe. Quieren proporcionar a los jóvenes una especialización que les permita abrirse camino en un mundo donde todo lo que no es técnico suena a sarcasmo. Pero ni ustedes, ni sus palmeros finos, caen en la cuenta de que con esa claudicación sólo contribuyen a agrandar el altar donde nos entregan, maniatados y amordazados, a los sacamuelas y los mercachifles.

En su LOE, le digo, no acierto a columbrar maldad. Sólo atisbo estupidez, nesciencia y estulticia. Ustedes han decidido bajar el listón para colocar el futuro a su nivel. Por eso, cuando la oigo prometer las bondades y beneficios que su reforma provocará en el sistema educativo, no consigo más que esbozar una sonrisa amarga y recordar el apotegma que nos legó el sabio lacedemonio Quilón, hijo de Damageto, que llegó a éforo: “Prometes. Cerca llevas el daño”. Supongo que usted habrá oído hablar de Quilón, aunque sea por la referencia de Diógenes Laercio. “Prometes. Cerca llevas el daño”. Lo feo del asunto es que el daño no se lo va a infligir usted misma. Lo malo es que ni siquiera nos lo va a endilgar a nosotros, los que ya no estudiamos más que cómo llegar a fin de mes y cómo es posible que ciertos tarugos lleguen a ministros. Lo triste es que el daño se lo va a enjaretar en todos los solomillos a los que, mañana, puede que ocupen su puesto.

Mi querida doña Mercedes… ¿querida? Pero en fin ya lo habéis puesto. Voy terminando esta “mi carta, que es feliz, pues va a buscaros” plagiando a don Ramón de Campoamor que se escribía cartas de amor a sí mismo, o sea más o menos lo que hacen ustedes los gobernantes, que siempre parecen estar encantados de haberse conocido.¿Qué más puede usted esperar de un pobre ignaro, un lerdo víctima de la LOGSE, que ha tenido que forjarse su eximio bagaje cultural buceando en libros apolillados y bibliotecas públicas, sino que escriba con versos prestados?

“¡Cuántas cosas le diría si supiera yo escribir!” Y dale con don Ramón. Pero el caso es que debo poner fin a esta carta, pues los editores me acusan luego de prolijo y desmedido, y me obligan a cortar en trozos mis prosas, como quien corta en rodajas una mortadela. Conque, sin otro particular, y aprovechando la ocasión para ponerse a sus ministeriales, socialistas, constitucionales y educativos pinreles, se despide su seguro servidor y aún más seguro contribuyente, suyo, afectísimo, éste, que lo es.

JONÁS F. LEÓN

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