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¡Un toro!

¡Un toro!

Desde el Torreoncillo BUENOCuentan que a principios del siglo pasado – debió ser en torno a 1910 – uno de los numerosos oradores en los concurridos, divertidos e ingeniosos mítines electorales, convencido de su triunfo en los cercanos comicios preguntó a sus entusiastas y fanáticos seguidores qué era lo que más deseaban que pudiera él conseguir para este pueblo cuando alcanzase el ansiado escaño en las Cortes de la nación. Entre aquella ruidosa algarabía destacó entre todas una respuesta espontánea, coreada al unísono: “¡Un toro!”. Posiblemente el orador sería el liberal Rivas Mateos, con más adeptos en esos años que los conservadores Camisón o Muñoz Chaves. Fuese o no dicha respuesta la mayoritaria, fue desde luego la más significativa. No puedo asegurar nada al no disponer de documento que acredite lo que cuentan, pero estoy convencido de que así fue. A fuerza de revisar actas y extractos de las mismas referentes a festejos en el siglo XIX, estoy convencido de la certeza de la petición de ese toro unos años después y casi puedo afirmar que los que lo pidieron no hicieron más que honrar a sus progenitores, que se pasaron la decimonónica centuria entre continuos cambios políticos, crisis gubernamentales y… fiestas taurinas.

Conocía algo del tema pero tuve que adentrarme un poco más en él al serme encargada la elaboración del Informe sobre los Antecedentes Históricos de los Festejos Taurinos en Torrejoncillo, uno de los diversos requisitos exigidos para su declaración por la Junta de Extremadura como Populares y Tradicionales, objetivo conseguido hace sólo unos días. Vayamos al grano y, como siempre, resumiendo:

Solían celebrarse festejos taurinos en la segunda quincena del mes de septiembre y en honor de la Virgen del Rosario, cuya festividad estaba cercana, creo que el 7 de octubre. Septiembre era un buen mes para celebraciones. Habían terminado las entonces fuertes labores agrícolas y con el grano ya recogido en las trojes caseras se entraba en el otoño. Era ese el grano que se ofrecía a esa misma Virgen y en ese mismo mes en la fiesta del Tálamo. Estas fiestas taurinas preotoñales no eran flor de un día. Venían desde muy atrás. Así figura en el siguiente párrafo del acta municipal de 15 de septiembre de 1827: “…que para obsequiar como se acostumbra a Ntra. Sra. del Rosario se ha concedido la Plaza Real para lidiar una novilla de vida y uno de muerte de cuatro años bajo la condición de arbitrar lo que se pueda en el puesto de la barrera de Eugenio Díaz y de lo que resulte producido dese cuenta al Excmo. Sr. Capitán General para…”

La celebración de novilladas había supuesto años atrás, en 1800, graves enfrentamientos con las autoridades de Coria, por ser aún Torrejoncillo pedanía de aquella ciudad y necesitar el beneplácito de la misma para muchas de sus decisiones, entre otras, para la realización de fiestas taurinas. Lo de si se pidió permiso para la lidia a tiempo o fuera de lugar no fue más que uno de tantos y tantos pretextos de los que se valía el señor corregidor cauriense y su hábil secretario para denunciar ante la Audiencia de Cáceres el más mínimo desliz que acaeciese en este lugar, o “aldea”, apelativo con claro matiz peyorativo con el que nos identificaba la jerarquía de la noble y leal ciudad. El problema era de fondo: el continuo enfrentamiento entre la ciudad, que ostentaba el poder político y administrativo, y la “aldea”, poseedora en cambio del poder económico y superando entonces ampliamente en población a la cabeza de partido. Repito, entonces. Lo de los toros de aquel año llegó a la Audiencia y según el Acta del Ayuntamiento de Coria de 29 de mayo de 1801: “La Sala ha acordado que a vuelta de correo remita Vm. por mano del fiscal de S.M. todos los autos y diligencias que hubiere obrado sobre las corridas de novillos y toros de muerte que hubo en el lugar de Torrejoncillo en los días 20, 22 y 26 de septiembre del año próximo de que resultó herido uno de los concurrentes”.

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“El infrascrito Corregidor de la ciudad de Coria, cumpliendo con lo que se le previno en orden de veintitrés de este mes, dirige los adjuntos autos relativos a las corridas de toros que hubo en la aldea de Torrejoncillo en el mes de septiembre último haciendo presentes a V. Exª que lo expuesto por el alcalde Francisco Barroso en su injuriosa respuesta, folio 29 y siguientes de dichos autos lejos de poderle servir de excusa parece debe hacerle sentir pena y castigo más grave a sus excesos pues poniéndose falsamente delegado del supremo comisionado para tener dichas corridas con inhibición…”

Los toros de septiembre eran algo habitual, relevante y muy deseado a lo largo del año. Ni siquiera en 1894 dejaron de realizarse. No estaba finalizada o entregada la nueva Casa Consistorial y no debía realizarse acto alguno en la Plaza, entonces Real. Había que hacer toros y así fue, aunque en otro lugar: “… teniendo en cuenta que no está ultimada la alza de la Casa Consistorial y por lo tanto no se ha hecho la recepción ni provisional ni definitiva de la Casa, procede el Ayuntamiento que de realizarse la lidia en la plaza y tener abierta la puerta de la Casa Consistorial sería ésta invadida por la multitud de personas que a tales funciones asisten y como es consiguiente serían muchos los perjuicios que se causarían… Por unanimidad se acordó proponer al Sr. Alcalde que en el informe que se interesa haga constar las razones expresadas y lo conveniente que resulta que en vez de la lidia de los toros en la plaza lo sea bien en la plazuela de la Máquina de la Cruz o en la de San Antonio… ”.

El rito taurino de septiembre no impidió que de vez en cuando, y más veces de lo que parece, se festejase cualquier acontecimiento con la suelta y lidia de reses bravas que era, sin duda, la forma con que el pueblo prefería celebrar lo que fuese. No es de sorprender, por tanto, que los mayordomo de las fiestas de San Juan de los años 1826 y 1828 quisieran hacer una mayordomía “a lo grande” y solicitasen permiso para hacer capeas o novilladas, en este caso en el mes de Junio: “… se me presentó Juan Rincón de Francisco, mayordomo de San Juan, a pedir la plaza para hacer una capea. Dispuso el Ayuntamiento que se le diese con trato que han de hacer dos palenques para el equipo y armamento de los voluntarios realistas, pagando cada persona dieciséis maravedíes…”.

“… habiéndose presentado los mayordomos de san Juan Bautista a pedir la plaza para una novillada se les concede con tal que hagan un palenque de cuya producción que paguen… a beneficio de los voluntarios realistas…”1

De los voluntarios realistas hablaremos en la próxima entrega cuando continuemos con este tema. ¡Qué le voy a hacer! Soy incapaz de resumir y lo intento pero siempre creo que me quedo corto. Quizás esté equivocado. Como en otras ocasiones habrá que hacerlo de dos veces, aunque en ésta romperemos el vis a vis quincenal con la amiga Julia y sus Cuadernos. Para no alejarnos demasiado del tiempo y ambiente taurino que nos invade, romperemos el esquema tradicional y repetiremos la próxima semana. Despojado de montera, solicito para ello el permiso de la autoridad competente si el tiempo no lo impide.-

Antonio Alviz Serrano

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