ARBATÁN
Uno sabe que es Navidad porque en la tele comienzan a anunciar cava y juguetes, porque en las calles se encienden unas lucecitas de colores cuya utilidad reside en el buen rato que pasan algunos apedreándolas en nochevieja, porque el Rey nos larga un discurso del que yo sospecho que es el mismo desde hace muchos años, porque es imposible aparcar en los centros comerciales y porque al correo electrónico te llegan el doble de mensajes chorra que durante el resto del año. Con esta marabunta de tonterías, quisicosas, quesiqués, sandeces, futesas, nonadas y payasadas con que nos afanamos en incordiar al prójimo algo más de lo habitual en estas fechas, caben dos opciones: Eliminarlos sin leerlos o examinar su contenido, que suele ser un abanico multicolor, una sutil amalgama de chistes viejos, cadenas solidarias para operar a vida o muerte a una niña que no sabemos ni si existe ni la enfermedad que padece, aunque no debe ser muy grave, porque lleva bastantes años dando el coñazo, videos de zacapellas, accidentes, despancijamientos, sopapos y escoñetamientos inverosímiles que a algún gamberro le parecen graciosos, y divertidos virus con los que un adolescente japonés neurótico y amargado nos jeringa el disco duro. Cualquier persona mínimamente sensata y cabal elige la primera posibilidad, que es la más higiénica y saludable para el correcto funcionamiento del sistema nervioso, pero a algunos las...
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