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La verja del atrio

La verja del atrio

Entierro

Así de triste, tétrico y patético se presentaba el atrio de nuestra iglesia parroquial antes de 1937. Podría añadírsele en este caso lo de lúgubre, fúnebre y luctuoso por la circunstancia del momento: el sacerdote, D. Camilo Sánchez, el sacristán, D. Pedro Llanos y los portadores del estandarte, la manga y el Crucificado salen de la iglesia en busca de un difunto, ante la presencia de un desconocido feligrés que inclina respetuosamente la cabeza al paso de los símbolos sacros. Algo menos amarga quedaría la imagen si despareciera de ella todo lo relacionado con el entierro, pero no mucho menos. A pesar de lo borroso, del blanco y negro, y de lo añejo, la foto no invita a levantar el ánimo a quien con detenimiento observe las gradas invadiendo demasiado espacio de la plaza o esa fachada demacrada y sombría, con desfalcos y carente de la más elemental limpieza. Tampoco contribuye al optimismo la presencia de ese grueso paredón, a modo de baluarte defensivo, que separa iglesia, plaza y ayuntamiento, en la más absoluta disonancia con cualquiera de los tres.

De ello debieron darse cuenta nuestros ediles, en aquel momento republicanos, quienes, el 16 de mayo de 1936, confieren autorización al alcalde, D. Francisco Moreno, y al concejal, D. Pedro Gómez, para que, en el viaje que han de realizar a Madrid a visitar al Ministro de Obras Públicas para agilizar el comienzo de las obras del pantano de Gabriel y Galán, “…gestionen la adquisición de una verja de hierro de segunda mano para colocarla desde la Casa de Correos (actual casa de los herederos de D. Jaime Méndez) hasta la esquina de la Casa Consistorial, en todo el frente de la Iglesia Parroquial, haciendo desaparecer los paredones que hoy existen, los que pueden quedar dentro del atrio para que la plaza quede más anchurosa y hermoseada con la verja, que se pintará con el color que el Ayuntamiento determine”

A su regreso informan que, por sólo 50 pts. el metro, puede conseguirse la verja que se desea, de 24 m. de longitud por 1,5 de altura, y del color que el Ayuntamiento elija. Se aprueba la gestión, pero algunos concejales piensan que deberían ser consultados los herreros del pueblo si querían elaborar en común un presupuesto. Para ello se llama a D. Pedro Gil Galán, D. Sinforiano Oliva Terrón, D. Isidro Gómez Ramos y D. Segundo Moreno Leno, artesanos locales del hierro, quienes se comprometen a realizar el trabajo al precio de 69 pts. el metro, pero con material de mayor solidez, “ con un grueso a los cuadros de 18 mms. y poniendo cada dos metros unos machones de hierro”. Sin discusión. Aprobado. Manos a la obra.

Antes de empezar, nuestros herreros piden un anticipo de 1000 pts. a cuenta. El Ayuntamiento cree más oportuno, y así se hace, redactar un contrato por el que se compromete a pagarles una tercera parte al hacer el contrato, otra tercera al comenzar la colocación en el atrio y la última al fin de obra, previsto para octubre de ese año.

El estallido de la guerra civil en aquel fatídico julio interrumpió e hizo peligrar todo lo proyectado y pactado. Octubre se acercaba, la verja no estaba hecha y el consistorio municipal, presidido por D. Francisco Ramos, era muy distinto a aquel que había firmado el contrato. No era el momento idóneo para esa realización ni ninguna otra. No obstante, los herreros, firmes en su palabra, ya en septiembre, preguntaron a la autoridad municipal si tenían o no que colocar la verja. Parecía que lo más conveniente era aplazarlo hasta que la comisión gestora estudiase el asunto, en espera, supongo, del desarrollo de los acontecimientos bélicos.

La decisión llegó el 24 de abril de 1937. Era ya alcalde D. Bonifacio Cruz Rebosa. Los maestros herreros fueron requeridos para dar cumplimiento al contrato por ambas partes y para rogarles la construcción de la verja lo antes posible porque dicha instalación había sido incluida dentro de un proyecto algo más ambicioso: el de arreglar y hermosear la Plaza Mayor, ya dedicada a José Antonio. Previamente se había pedido a un maestro de obras que diera “…presupuesto del gasto que puede ocasionar el colocar de cemento la pavimentación de los alrededores de los calizos de referida plaza y colocación de la verja en el atrio de la iglesia, tumbando los paredones del mismo, cortando además algunas gradas para ensanche de la expresada plaza”.

Se acordó que las obras fuesen dirigidas, a ser posible, por el capataz que había dirigido cierta pavimentación en Coria y comenzar por «el trozo de calle que parte de la de Gabriel y Galán hasta las gradas de la iglesia, cuya anchura se delimita desde los calizos que dividen el terrizo de la Plaza hasta las fachadas de las casas de Dª Francisca Gil y Dª Petra Núñez y gradas de la Casa Consistorial, con cuyas obras se evitarían los malos olores que despiden las aguas estancadas en la regadera del trozo de calle citada sobre todo en tiempo de calor, a la vez que se proporcionaría algún trabajo a los obreros parados”. Se seguiría luego con el trozo que parte de la calle Toril a la calle Amargura y después se unirían ambos tramos cementando “desde la esquina de la casa de Dª Concepción Sánchez Martín hasta enlazar con Toril” Se dejaría para el final, y sólo si quedaba remanente, “…el trozo de la Plaza que parte de las gradas de la Iglesia, quitando tres de éstas gradas para ensanchar según se tiene acordado, con lo que quedará pavimentado todo el enrollado que existía en los alrededores de los calizos que cerraban el terrizo de dicha plaza, quedando el terrizo un poco más reducido para ensanchar la pavimentación”.

Remanente no había, pero todo se hizo. Hubo que habilitar un suplemento a la partida nº 1 del presupuesto de gastos, concretamente 2350 pts del sobrante de 1936. De otra forma no era posible costear el ensanche de la plaza, la reducción de las gradas metiendo tres dentro del atrio, las cuatro columnas de hierro que debía llevar la verja en su remate y que no entraban en el contrato con los herreros, más los gastos que ocasionase el arreglo del terrizo central al picarlo y rellenarlo con gravilla y arena. A tales desembolsos se le sumaron los inevitables imprevistos como los ocasionados por tener que soldar una de las columnas de hierro fundido que venía rota, el trabajo de cerrajería para adaptar las cuatro columnas a la verja y la imprescindible mano de pintura, que, como curiosidad, diré que ascendió a 96,80 pts. (27,80, los materiales, y 69, los jornales).

Sorprende la rapidez con la que todo fue realizado, cosa inusual cuando se trata de obras, y más si son públicas. En tres meses. Todo un record. En alguna publicación muy conocida sobre Torrejoncillo se afirma que el pretil o paredón de la iglesia parroquial fue sustituido en 1939. No es así. Puede comprobarse por documentos oficiales como el 3 de agosto de 1937 estaba ya sustituido, y añadiremos que el día 7 de ese mismo mes y año se pagaron unos jornales invertidos “en preparar mezcla de cal y arena para devolver a D. Francisco Núñez y a D. Julián López Pérez quince arrobas de cal hecha que anticiparon al ayuntamiento para la colocación de la verja en el atrio de la iglesia”.

La verja actual

He ahí la verja a sus 76 años. “Ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo… la verja parroquial”, cantaríamos emulando a Víctor Manuel y Ana Belén. Mucho más alegre y diáfana que su opaco y mustio antecesor. Al fondo, y al fin, una fachada a tono con el espléndido y remozado templo, correctora afortunada de un absurdo blanqueo, del que preferimos no hablar.
La verja ahí sigue. Merecía que contásemos algo de ella porque ella también es historia. Una historia corta y simple, que, pese a su juventud, ya ha vivido parte de la nuestra, pero nunca la contará.

Porque si la verja hablara…

Antonio Alviz Serrano

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