
De vivencias y con-vivencias

«Vivir es nacer a cada instante” (E. Fromm)»
Así debería de ser. Deberíamos hacer cumplir esta hermosa sentencia todos los días de nuestra vida.
Estamos y somos aquí y ahora; por eso, no nos queda otra que aprovechar cada momento que pase ante nosotros, detenerlo y disfrutarlo con delectación, sacándole el máximo jugo; sólo así nos sabremos vivos. Y si estos momentos tenemos la suerte de vivirlos con otros, de con-vivirlos, estaremos de suerte, porque viviremos dos veces.
Con-vivir es pues, el arte de vivir con los demás, de volver a nacer con los demás.
Y porque desde la Directiva de la Asociación de Amas de Casa de Torrejoncillo, creemos firmemente en todas estas premisas, aquellas que tienen que ver con el vivir y el convivir, nos hemos propuesto llevar a buen término actividades que fomenten tanto las vivencias (experiencias que vivimos y que pasan a formar parte de nuestro carácter) , como de la convivencia, que se compone de vivencias que tienen lugar en conexión con los demás, y que nos aportan cosas muy enriquecedoras para nuestro vivir en sociedad.
Ejemplos de convivencia son las marchas que hemos programado durante este curso para nuestras asociadas/os; porque la vida, bien lo sabemos, es hacer camino, y cuando son muchos los pies que van dejando sus huellas, se anda mejor y la senda se va tornando más sólida y agradable.
Unas 75 personas, de las que da fe el objetivo de Ismael Duarte, decidimos convivir camino de San Pedro el pasado viernes 22 de marzo, Viernes de Dolores.
Pese a que la lluvia nos dejó clara su promesa de unirse en cualquier momento a nosotros como amante fiel, salimos decididas a buscar la primavera. Necesitábamos vivir con los demás el camino, llenar de sensaciones el alma, de entonar también, por qué no, en este Viernes de Dolores , el “Stabat Mater” particular de cada uno.
Decía San Agustín que “Cantar es orar dos veces”. También caminar es la forma que a veces tiene el alma de escribir una plegaria con las experiencias que nos va deparando el camino. Experiencias en las que participan nuestros cinco sentidos, multiplicados por los de aquellos que nos acompañan.
El camino invita al recogimiento, a componer un himno con el que dar gracias por todo cuanto se muestra ante nuestros ojos. Quien más quien menos, en silencio o alzando la voz, da gracias por el despertar de la naturaleza, por el color verde que brilla más que nunca tras la lluvia, por las flores que se inclinan a tierra abrumadas por el peso de las gotas de agua…damos gracias por toda la hermosura que nos rodea y que, a veces, inmersos en esta prisa insana que nos mata un poco cada día, no nos permite contemplar y celebrar como sería menester.
También el camino nos ayuda a lamer las heridas que ciertos días nos van abriendo en el costado; quizá por eso, cuando escribo estas líneas, el Stabat Mater de Pergolesi es el canto que va entrelazado a las palabras y también el murmullo del rosario que un grupito iba rezando aquella tarde de Viernes de Dolores.
Y así, rezando los unos oraciones conocidas y otros aquellas que el alma les iba dictando, llegamos a la Pradera pensando que el esfuerzo realizado bien merece, después de haber alimentado el alma, reparar las energías que el cuerpo había ido perdiendo. Un café calentito y unos dulces de nuestro pueblo, de los que damos buena cuenta entre risas y comentarios de cómo ha ido el camino nos ayudan a reponer fuerzas para desandarlo.
Después de hacer a San Pedro la visita de rigor y encenderle unas velitas para que nos ilumine este sendero oscuro e incierto por el que de un tiempo a esta parte transitamos, nos volvemos a colocar la mochila a la espalda y regresamos cada uno a sus asuntos.
A veces el regreso se tiñe de un tempo lento y lo andamos más despacio, porque hay momentos que quisiéramos estirar durante más tiempo, sobre todo si hemos estado en buena compañía.
Unas vacas con sus terneros rompieron esa laxitud con la que nos tomamos el regreso y algún caminante buscó el endeble refugio de una retama por si a aquellos seres tranquilotes se les despertaba la vena salvaje. Pero, como era lo previsible, aquellos animales ni nos miraron y siguieron su camino como nosotros seguimos el nuestro, alimentados ya el cuerpo y el alma para continuar viviendo después de haber convivido que era de lo que se trataba.
Y para poner punto y final a este artículo, os dejo una frase de un libro que se ha convertido ya en guía imprescindible para caminantes, La sabiduría de vivir de José Mª Toro:
“Cuando la vida es ofrecerse, se rompen los muros que nos encierran en el propio egoísmo y se dibujan limpios ventanales que llenan de luz todas las estancias de nuestra casa”.
Mª José Vergel Vega, Asociación de Amas de Casa de Torrejoncillo