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La Sauceda: instantes de vida

La Sauceda: instantes de vida

Sin duda, somos muchos los que sentimos un especial cariño por un lugar entrañable y lleno de belleza que se encuentra muy cerquita de Torrejoncillo: La Sauceda, un paraje que muchos de nosotros guardamos en el corazón.

En Agosto de 2017 celebramos un encuentro muy esperado entre colonos, maestras y alumnos de La Sauceda. En dicho acto, Dámaso Rodrigo Sánchez, Arquillejo de pro e hijo de aquellas tierras, nos ofreció una información valiosa y  necesaria para los que durante muchos años vivimos en aquel lugar.

Desde Torrejoncillo Todo Noticias creemos que los datos aportados  por Dámaso son muy importantes para el conocimiento de lo que fueron los inicios y la vida cotidiana de los colonos de La Sauceda, por ello, hemos decidido publicar este artículo. Gracias, Dámaso, por tu trabajo y por llevar aquellas tierras en el corazón. 


En 1950 un grupo de vecinos de esta localidad llegan a un acuerdo con los anteriores dueños de las tierras para trabajarlas como medieros. Construyen unos chozos como vivienda y comienzan su nueva andadura. Todos con sus correspondientes familias, algunos ya cargados de hijos, comienzan a trabajar estas tierras.

En 1953 se les comunica a estas familias que tienen que cesar los trabajos y dejar libres las tierras, alegando razones mas o menos convincentes. La mayoría de ellos acatan. Pero hay 4 que en un principio se resisten, pues por aquellos entonces ya corría el rumor del principio del desarrollo del margen izquierdo del río Alagón, y que varias fincas podrían ser expropiadas para su posterior aparcelamiento. Estas cuatro familias son Julián Vergel y María Juliana Gómez, Emiliano Méndez y Brígida López, Juan Rodrigo y Cipriana Sánchez, y Cándido Crespo y Felisa Garría. Ojo con ésta última, pues en este escrito va a tener más de una mención. . Por lo que, aconsejados por vecinos colindantes entre otros, deciden que dos de estos se desplacen al ministerio de agricultura a Madrid, así, como suena. Y tenía que ser a Madrid, pues a Cáceres la información que llegaba es escasa y confusa.

Deciden que Juan Rodrigo y Julián Vergel sean los que se desplacen a Madrid. En una maleta de estas de “vente pa España, Pepe” meten un par de mudas, un par de panes y algo de chacina. ¡Y hala!, ¡a recorrer mundo! Recogen un encargo de Cándido Crespo y Felisa Garría: se trataba de una carta con una dirección y dos pollos (si, si, dos pollos), para entregárselos a la persona que ponía en la dirección. Embarcan en el tren, llegan a Atocha, y la primera “en la frente”: altercado con los limpiabotas y portamaletas y su pícara forma de ganarse la vida, conociendo a los dos, me los imagino: “que no te doy la maleta, que tu no me limpias las botas, que me las limpió ayer la mujer para venir a Madrid. ¿A que te endiño con el pollo pa la jeta?”, más o menos así lo recordaban entre risas cuando ambos lo comentaban. Se adentran en el Madrid de la época, con la maleta, la carta y los pollos. ¿Habéis visto la película de La ciudad no es para mí?, pues tal cual. Y como todos los caminos conducen a Roma, localizan a la familia en cuestión, terminan con el cumplido, desandan el camino, y llegan al ministerio de agricultura. Tras llamar a varias puertas y despachos, consiguen encontrar el adecuado, y efectivamente, se confirman los rumores: esas tierras entran en el plan de desarrollo del margen izquierdo del río Alagón, y van a ser expropiadas, para su posterior aparcelamiento. He ahí la aparente razón por las que se les comunicó el desalojo de las mismas. Estamos hablando que sería parcelas de regadío. Evidentemente se concederían mediante una serie de condiciones y requisitos, una de ellas es que tenías que haber sido excombatiente en la guerra civil por el bando nacional. Tres de ellos empezaban a ver la recompensa a la lucha y el esfuerzo. Pero, precisamente al de los pollos, le pintaba mal la cosa: nació en 1921 y al término de la guerra tenía 18 años. Perteneció a la, popularmente llamada, quinta el chupete. Además nunca hubiera ido, ya que, debido a un accidente de infancia, padecía una discapacidad en el brazo izquierdo de considerables dimensiones, por lo que empezaba a ver incumplidas sus expectativas. Pero se activa el plan B, que no era otro que moverse entre las influencias sociales que tuviera, en la vecindad de este pueblo. El plan B resultó, y un buen día le comunican que tenía las mismas opciones que sus compañeros.

En las inmediaciones de 1954, tras aviso a las partes implicadas, se presentan en la finca un notario con su escribiente, llevando consigo una orden judicial para la formalización de la expropiación de estas tierras. Una vez redactado el escrito, el notario le dice a Cándido Crespo, hijo: “oiga, joven, dígale usted al señor propietario que haga el favor de venir a firmar el manuscrito”, así lo traslada Cándido, y este contesta: “dígale al notario, que lo mismo hay de aquí a allí, que de allí a aquí”, así lo traslada Cándido al notario, el cual murmuró “me lo estaba esperando, por lo que rubrico, doy fe, y consumo la expropiación”.

La primera oferta de colonización era que la tierra podría ser para los cuatro, cuestión totalmente inviable, pues entraban en un periodo de tutela, que consistía en ventajas varias para arrancar a trabajar las tierras y pagar los aperos y yuntas, de tal forma que si era demasiado el compromiso de pago, este se alargaría en el tiempo.

Además, era demasiada tierra para realizar las labores con una yunta de vacas, que les proporcionaría colonización, las cuales tendrían que ser cubiertas por sementales, las crías que se dieran de estas cubriciones, si fueran machos se les daría al estado, y si fueran hembras serían para otro colono, para formar otra yunta. Con esta cría, la yunta quedaría pagada.

La solución que acordaron fue hacer ocho parcelas mas, que serían ofertadas a las personas que previamente estando trabajando las tierras como medieros, acataron la petición del anterior dueño de abandonar las tierras. Estas familias fueron:
Manuel Morcillo ya viudo.
Pedro Vergel y María Moreno
Emiliano Rodrigo y María
Gerardo Crespo y Juana Vega
Guillermo Morcillo y Eloísa Fernández
Pedro Vega y María Elvira Gómez

Además de Isidoro Vergel y Juan Canalo, que cuando recogen la primera cosecha, deciden dejar las parcelas y emigrar a distintos puntos de la geografía española. Por lo que estas dos parcelas se las reparten entre todos, quedando finalmente 10 parcelas.

Pero faltaba algo, ¿qué faltaba?, pues alguien que se encargara de dar escuela a sus hijos, y aquí llega el primer maestro de la Sauceda, por supuesto no titulado.

En 1957, por mediación de Pedro Vega, contactan con un señor de Santibáñez el Alto que se llamaba Régulo, de profesión Sacristán en paro y que ya contaba una considerable edad. Llegan a un acuerdo con él y en uno de los barracones sobrantes, se ubica a este señor con su familia, y allí se instala la primitiva escuela. En 1959 este señor decide volver a su pueblo, y nos quedamos sin maestro. Pero para que no se perdiera lo ganado, Pedro Vega por las noches y en días de lluvia, además de cuando las labores del campo lo permitían, daba clases a los niños y a los adultos. Él siguió con la faena de enseñar mientras le era posible.

En 1960 empiezan unas obras de acondicionamiento para el regadío: represa, carretera, acequia y las casas de la Sauceda, que fueron entregadas en 1962, y por lo tanto derribados los barracones. En su lugar se construyó un almacén, y encima la casa para los maestros, y a continuación la escuela y la iglesia.

En 1966 llega Doña Rosa Domínguez y abre la escuela. Claro, una persona joven, venida desde Salamanca (bastante lejos para la época), sola en esta finca, le da miedo dormir sola en la casa, así que se buscan diferentes alternativas: que fuera a dormir con ella una de las mujeres jóvenes de la finca, o tal vez alguna alumna, o que ella fuera a dormir a casa de los colonos por turnos… cualquier cosa, menos que renunciara a la plaza. Finalmente, Felisa Garría, le ofrece a la maestra dormir todo el año en su casa. Por las noches daba clase a los jóvenes a la luz de los carburos (¡qué labor la suya!). Acaba el curso y regresa a su Salamanca natal. Quedándonos a todos marcados por el recuerdo de nuestra primera maestra.

Por aquel entonces se decide en Torrejoncillo que el San Pedro de toda la vida, por deterioro sea remplazado por otra talla nueva, a pesar de que tenía un alto valor histórico. A esta talla le salieron varios aspirantes para hacerse con ella, y ¿Por qué no?, todos a una, nosotros también queremos a San Pedro. ¡Hombre!, ¡San Pedro fue pescador!, pues, ¿qué mejor aposento que las orillas del Alagón? Aquello era como una meta a conseguir entre todos, y por cierto y por razones obvias, casi imposible, ya que todos exponían sus razones, y todas eran más o menos válidas y lógicas.

Una buena tarde, como otra cualquiera, se presenta el obispo de Coria a visitar la iglesia para asignarle un sacerdote, para decir misa en los domingos y días de fiestas. Salen todos a su encuentro, y le exponen sus razones, que no eran otras que las de los demás aspirantes. Es decir, queremos a San Pedro aquí porque sí, porque queremos a San Pedro, y punto, porque fue pescador, y no más. El obispo argumentaba: “¡si sois labradores, ya tenéis un San Isidro!”. Nada, queremos a San Pedro. Pienso que la verdadera razón era que todos habían crecido con esta talla, por lo que le tenían un particular afecto. El obispo dudaba, y mucho, concederles a San Pedro. ¿la solución? Felisa Garría entra en escena, y acompañada por la vecindad, no se anda con enredos, y no tiene otra idea que cantarle “Las Calzas” al obispo, y arremangándose las sayas, le canta y baila algunas estrofas de jotas populares. ¿Aquello sirvió para convencer al obispo de que allí habitaban devotos a San Pedro?, y: “¡señores míos, ahí tenéis a San Pedro!” ¿por qué se les iba a quitar la ilusión a aquel grupo de devotos? Con la concesión de la talla en las manos, mandan a restaurar al santo: lo acicalan, lo ponen guapo, ¡como buenamente pudieron!, y una tarde, como tantas, improvisan un jergón, lo cargan y amarran en una caballería y al son de cohetes, con la algarabía de los niños y al grito de “¡Viva San Pedro Bendito!”, se nos presenta al nuevo vecino en sociedad. Bienvenido Pedro, aquí tienes tu nueva casa. Y se colocó en el sitio que le teníamos reservado. Todos los años le hacíamos una fiesta y lo sacábamos en procesión, cuya mayodormía corría a cargo de los colonos. Con los años, y por razones compresibles, por falta de juventud en la finca, poco a poco, fue en decadencia. Así llegó San Pedro. Hoy, por razones que todos conocemos, se encuentra en la iglesia de San Andrés de Torrejoncillo.

Mención especial para los padres y madres de los alumnos desde la Barranca de la Risa-Cebollosa, y Salgada de la Torre, pues con estos alumnos alcanzó la escuela su máximo esplendor. Y cómo no, un abrazo fraternal a los alumnos, maestros y vecinos que ya no están con nosotros. Allá donde estéis, esta noche os hacemos regresar. En nuestro recuerdo y en nuestro corazón.

Y me despido haciendo una aclaración: es Sauceda solo documentalmente. Para todos es Zaudera. Sauceda viene saozal, y saozal de saoz, que es un árbol que crece en la orilla de los ríos, y que abundaba y abunda en la zona. Y como por aquí hablamus asina la llamamus ZAUDERA.
También la llaman el río, pues no en vano una de las salidas de este pueblo se llama “las callejas del río”, que conducen por caminos varios desde la Aceña del Duque a la Zaudera de abajo.

Sea como sea, lo importante no es el nombre…es la historia.

Dámaso Rodrigo Sánchez

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