
¿Café solo?

Pero solo solo. Sin aditivos, sin añadiduras ni nada raro que nos distraiga. Solo en una taza, reluciente por fuera, agrietada y débil por dentro. Humeante, recién hecho, recién separado del grano, que este pobre también se queda solo.
Un trago rasca, dos espabila, con el tercero se llega al poso, al amargor que a unos gusta y a otros no. Jugueteas con las servilletas, usar y tirar, y miras la carta de cafés cual sección de sucesos del periódico ¡Mira que había dónde elegir! Nesspreso, con leche, macchiatto, americano… Pero finalmente y sin motivo aparente me lo pusieron solo.
Lo que pasa que el café no a todo el mundo sienta bien, incluso hay gente que lo odia, incluso gente que odia tomarlo solo. Pero en ocasiones la necesidad aprieta deambulando un domingo por la tarde calle arriba calle abajo, necesitas despertar de un plumazo y ese café se convierte en una cuestión fundamental para seguir avanzando, tristemente solo. ¿Y no valdría otra cosa? Ni pillándome los dedos, no tiene punto de comparación con refrescos y pócimas mágicas adulteradas de este siglo XXI, ya que soy de la opinión de lo clásico debe estar y está por encima de la novedad más suprema, que la normalidad se lleva la palma ante la suma excelencia y el complicarse la vida, tan de moda, tan hastiado.
Por tanto y aunque no se me entienda del todo, no tengan miedo a tomar cafés solos, no esperen encontrar un aditivo que les endulce o distraiga del sabor verdadero, del tradicional, del que fue y será; porque con el café pasa como con las cosas importantes de la vida, las buenas nunca vienen acompañadas, porque ya solo con llegar, salir o entrar, es suficiente premio. Saquen su vieja cafetera, la de antes, desenrosquen la tapa, café al gusto, agua, fuego… y disfruten del verdadero café solo. Vivan por los cinco sentidos, no es para siempre.
– ¿Café?
– Si
– ¿Solo?
– Solo contigo.
Mario Mirabel