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La partida de Perico

La partida de Perico

Torreoncillo Antonio AlvizBajo títulos bien sonantes o adjetivos plenos de contenido ético, ideológico, religioso, social o similares, amparados en los dudosos altruistas ideales y nobles fines de una minoría, han desfilado por la historia, y siguen haciéndolo, gran cantidad de seres cuyos objetivos muy poco han tenido o tienen que ver con el fin considerado primordial del grupo que los acoge. Así pasó con las partidas carlistas. No todos sus componentes, ni mucho menos, se adherían a ellas luchando por elevar al trono al infante D. Carlos o por motivos de honor o religiosos. El obispo de Ciudad Rodrigo llegó a definirlas como “hordas sanguinarias que osando apellidarse defensores del altar no hay clase de horrores a que no se entreguen, como si la causa de Dios necesitase de tan inmundos defensores”. La gran mayoría de sus componentes no sentía aquello de Dios, Patria y Rey. Sentía más bien hambre y miseria, productos de la grave crisis económica de aquellos años, especialmente en nuestra Extremadura donde la situación se agravaba por la carestía de productos esenciales en años excesivamente secos.

Para alivio de la situación, un buen remedio fue dedicarse al saqueo, al robo y la rapiña, todo justificable por el matiz ideológico que les otorgaba cierto carácter patriótico al quedar enmarcados como carlistas en cualquiera de las numerosas partidas que, con esa denominación, recorrieron Extremadura y España desde 1833, fecha de la muerte de Fernando VII. Por lo que respecta a esta comarca y a nuestro pueblo, la población vivía atemorizada ante la posible visita de cualquiera de ellas, en especial de la conocida como “facción Montejo”, con centro en la Sierra de Gata y con gran actividad en los pueblos serragatinos y en los de la zona de Coria.

Pese a severas derrotas sufridas por dicha partida un poco antes en Cadalso, Valverde y luego en Majadas del Tiétar, la facción Montejo seguía viva. Debió reagruparse rápidamente o hacer nuevos fichajes porque en octubre de 1837, según Domingo Valerio, entraron en Torrejoncillo unos sesenta hombres al mando del tal Montejo, zapatero por más señas.

Entraron en plan de rapiña, de la que sólo pudo librarse el pueblo gracias a unos cuantos pañeros que conocían por sus viajes al ínclito zapatero y consiguieron que se retirara a cambio de doce mil reales que juntaron entre la población.
Lo mismo que en Torrejoncillo sucedía en otros lugares bien a causa de esta partida o de otras similares. Fue raro el lugar que no fuera acosado o visitado por una de ellas: Casar de Cáceres y Malpartida fueron invadidas por cerca de cuatrocientos carlistas; Cáceres, capital, se fortificó; Casas de Millán y Cañaveral suspendieron el envío de mozos para proteger la capital por razones de protección propia; Garrovillas solicitó permiso para reforzar las defensas de la villa dando cuenta, a la vez, de robos efectuados por la facción de Gómez; en Serradilla y en Coria fueron saqueadas las casas de los liberales, ayudados por los de sus mismas ideas que les abrieron camino, etc, etc.

Las autoridades políticas, y en especial la Diputación Provincial, se vieron en la necesidad de aumentar las tropas al considerar muy escaso el número del que disponían ante tal cantidad de invasiones y saqueos. La Diputación informó a la reina del triste estado de la provincia a causa de las invasiones facciosas y del nombre de los cabecillas de las partidas: Cuesta, Sánchez, Pulido, Barbado, Jenaro Morales, y otros muchos. Se movilizaron más fuerzas para la defensa interior de la provincia y, además de a la Milicia Nacional, se recurrió a jóvenes entre 18 y 40 años aptos en el manejo de las armas y se compraron trescientos caballos con sus correspondientes monturas y equipos para sus jinetes. Quedaron así formadas y repartidas por la provincia diferentes partidas, todas de carácter liberal o cristino, cuyo fin no era otro que contrarrestar los ataques carlistas bien en la defensa de las poblaciones o yendo a su búsqueda.

Una de estas partidas fue la encabezada por Pedro García, un herrero de Portezuelo. La componían unos sesenta hombres, todos de conducta más reprochable que liberal. Estaba avalada por el diputado provincial D. Cándido Osuna García, natural también de Portezuelo, residente ya en Torrejoncillo donde estaba casado con D.ª Ascensión Sánchez Colmenero. Era D. Cándido un destacado y acérrimo liberal, un egregio político a nivel local, provincial y nacional, de quien hablaremos en más de una ocasión.

Volvamos a la partida de Pedro García, la conocida como “partida Perico”. Tiene como misión a primeros de diciembre de 1837 defender la línea del Tajo. Concretamente el 8 de diciembre se encuentra en Talaván. Allí recibe órdenes el día 11 de que cruce el río y pase a unirse a la tropa que va al otro lado. Sólo tres días después, hay cambio de orden “Se acordó oficiar a D. Pedro García, comandante de la partida franca, para que tan luego como se lo permitan las operaciones acordadas con los jefes militares para la persecución del rebelde Montejo, se ocupe de poner en el mejor estado posible de defensa la villa de Torrejoncillo, cuyo Ayuntamiento propondrá los arbitrios que crea necesario tomar para las obras de defensa”.

¿Qué ha pasado? Pues que la facción de Montejo, a pesar de las noticias que llegan de su destrucción, ha entrado cómodamente en Torrejoncillo en la madrugada del día 9 de diciembre. Los daños materiales y la rapiña no han sido muy importantes porque no era esa la finalidad de la visita. El objetivo era la venganza contra dos personajes que se habían distinguido en las derrotas de la facción en Cadalso, Valverde y Majadas, dos liberales de pura cepa: Caldera, acehúcheño aquí avecindado, a quien dan muerte en la calleja de Galindo, y Pedro Mateo Gil Guillén, escribano y destacado personaje local, fanático liberal del que algún día hablaremos, ejecutado a sablazos en la Plaza Mayor y rematado de dos trabucazos en una casa de dicha plaza.

Aquí llega en los últimos diez días del año la célebre partida Perico después de haber obtenido algún éxito en la lucha contra Montejo y después de ser recompensado el tal Perico por ello con veinte fanegas de tierra en los baldíos de Portezuelo. Previamente se ha ordenado “oficio al ayuntamiento de Torrejoncillo para que de los bienes de los sujetos que se fueron con la facción disponga la manutención de la partida franca de don Pedro García”. Aquí debe estacionarse para poner a la población en estado de defensa fortificando las entradas del pueblo ¡A buenas horas, mangas verdes! Desde aquí debe recorrer todo el partido y no abandonarlo “para reanimar el espíritu público y evitar las correrías de pequeñas gavillas de salteadores que asaltan a transeúntes y a pequeñas poblaciones”.

Calculo que mes y medio o dos meses permanecieron en nuestro pueblo Perico y sus adictos proyectando su fortificación y proponiendo ideas sobre su cierre. Se llegó incluso a proponer la venta del Rincón de la Hinojosa para soportar los costes de las obras. Pero la permanencia de este grupo en Torrejoncillo no supuso más que continuas quejas por sus delictivos actos. Comenzaron por pedir dinero primero a los tradicionalistas pudientes y luego a todo el mundo, después a requisar caballos de varios vecinos, a entrar en las casas sin permiso de los dueños, a disponer del dinero existente en las depositarías municipales, a violentar a mujeres e incluso a la destrucción de bienes municipales como la de una plantación de perales en la Dehesa Boyal. Así al menos lo cuentan las actas de la Diputación Provincial de Cáceres y nuestro paisano Domingo Valerio, quien añade que este pueblo parecía una ciudad sitiada y que no había casa segura con estos malandrines.

La sensación de inseguridad local era evidente. Entre carlistas y pericos, amparados unos por la ideología conservadora y otros por la liberal, habían conseguido que el miedo se apoderase del vecindario. Había que tomar otras medidas porque lo de la Partida Perico había sido algo así como poner la zorra a cuidar el gallinero.

Antonio Alviz Serrano.

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