Aquellas ferias de junio (y II)
Vida y muerte
La programación de las ferias y fiestas del segundo año fue tan ambiciosa y brillante como la del primero. Más aún, si cabe, en lo referente al sector ganadero por haberse construido un pozo y una charca en el propio rodeo. Con ambas realizaciones se completó un excelente abrevadero porque se disponía en la propia Dehesa Boyal de otras dos charcas, además de las dos cercanas Lagunas de Arriba y de Abajo, y sin excluir el recurso al intermitente arroyo de Monrobel. Con la inclusión del día 28 quedaron ampliadas a tres las jornadas feriadas y así se continuó durante bastantes años, aunque de vez en cuando se limitaron a dos, quedando finalmente reducidas a los días 26 y 27.
Hay que reconocer que, salvo en aquellos primeros años y con alguna que otra excepción que siempre confirma la regla, la feria de ganado nunca gozó de gran prestigio. No así los festejos. Quizás, y sin quizás, la presencia cercana de la ancestral feria de San Pedro en Coria, colindante en lugar y fecha, fue un serio obstáculo para conseguir el gran certamen ganadero que se pretendía. Ya en 1912 había bajado la inicial euforia y, en noviembre, los vecinos protestaban por la no celebración del mercado semanal en las inmediaciones de san Antonio al no tener el Ayuntamiento con qué pagar el arriendo del prado. Si se logró rehacer fue cambiando el rodeo a otro prado cercano más barato.
En años sucesivos son cada vez más numerosas las opiniones de que las fechas fijadas para la feria no son las más oportunas y en 1917 varias solicitudes vecinales consiguen cambiarlas a los días 6 y 7 de junio “que son días más desocupados para los agricultores y ganaderos que el 26, 27 y 28, toda vez que estas últimas fechas están todos ocupadísimos en las labores de siega”. Sólo un año después es preciso volver a los días habituales debido “a los desastrosos resultados del año anterior”. No había concurrido ganado y era muy difícil la presencia ganadera en esa semana cuando acababan de finalizar las ferias de Cáceres y se estaban celebrando las de Plasencia y Trujillo. El malestar por este asunto siempre existió. En 1969, casi ayer, numerosos vecinos vuelven a la carga y proponen que se celebren en torno al 1 de junio por quedar en medio de las de Cañaveral (20 de mayo) y de Plasencia (8 de junio). No hubo permiso superior para el cambio porque eso implicaba considerar la feria de “nueva implantación” y debía estar limitado el cupo, digo yo.
Mucho sí que se esmeraron las distintas comisiones en la elaboración de una amplia y amena planificación de las lúdicas actividades que tuvieron lugar en su no muy extenso discurrir. El éxito de los festejos superó ampliamente al de la feria que los motivaba. No faltaron en diversos años los festejos taurinos. En 1932 se celebraron dos novilladas, con la actuación del novillero Valencia III lidiando reses de D. Severiano Méndez. Al año siguiente se intentó repetir pero no lo permitieron las escasas 1000 pts del presupuesto de festejos, de las que ya se habían gastado 100 en los actos de la Fiesta de la República.
Tenemos datos de celebración de más novilladas y capeas. En los años 1944 y 1945 también las hubo pero celebradas el 2, 3, 4 y 5 de julio. Y en 1952, tres, una por cada día. Es habitual, cuando se pide el necesario permiso para la lidia, indicar siempre que son “tradicionales”, lo que puede dar una idea de que fueron numerosas, pero lo de “tradicional”, como en otros tantos casos, suena aquí a exagerado.
En los años de privaciones por precariedad económica solía suplirse el vacío taurino con proyecciones cinematográficas al aire libre, al “fresco” de junio. Lo que nunca faltó fue la música. Verbenas animadísimas en la Plaza Mayor con sus correspondientes fuegos de artificio, dianas al amanecer y conciertos a mediodía en el atrio de la iglesia. La música corría a cargo de bandas de gran prestigio a nivel provincial, bandas locales como la de Plasencia, Serradilla, la Municipal de Cáceres y selección de bandas militares como la del Regimiento de Argel, de la capital provincial, dirigida por el insigne D. Santiago Berzosa. En los primeros años también intervino la banda de música local con la que existía un contrato de dos actuaciones mensuales más los días de feria. Había que hacerles un templete en la Plaza para las jornadas feriadas, para días de Romería y otras fiestas y eso suponía un gasto considerable a las arcas municipales por lo que se proyectó la construcción de uno portátil.
Para evitar los dispendios musicales, en la sesión de 16 de mayo de 1936, próxima la feria, el alcalde D. Francisco Moreno pidió a la comisión de festejos que estudiase “la conveniencia de adquirir un amplificador gigante con fonógrafo para evitar la contratación de bandas de música pues son muy costosas y todos los años se vienen invirtiendo cantidades importantes en este solo número de las fiestas” Se contrata y después se adquiere el tal amplificador para que “pueda servir en las ferias, en otras fiestas populares y en los domingos que el Ayuntamiento señale”. Días después se compran, primero, cinco discos musicales y, al poco tiempo, diez más. Se adquiere también un aparato de radio, para que, conectado al amplificador, permita al vecindario oír en la plaza pública las noticias nacionales e internacionales. La historia de este amplificador merecería, ella sola, un capítulo aparte, pero resumiremos diciendo que durante la guerra civil fue requisado para fines militares por las tropas sublevadas, y devuelto averiado, tras la contienda, ante la insistencia de nuestro Consistorio para que pudiera ser utilizado de nuevo en la feria.
A ella volvemos. Los actos deportivos siempre fueron incluidos en su programa. No faltó el fútbol con la disputa de encarnizados encuentros entre el equipo local y rivales de localidades limítrofes o cercanas. Aún recuerdo (debía ser a finales de los años 50) un apasionante derby en el Prado del Mercado contra Cañaveral. Eran también habituales las carreras pedestres y siempre, siempre…la carrera ciclista. Veamos el recorrido de la contrarreloj de 1947: “La carrera ciclista consistirá en dar dos vueltas al pueblo por el itinerario siguiente: Partirán de San Albín por la calle de la Libertad, antigua charca de San Antonio a coger la carretera de la Vinagra, Parador de María Rosa, y ya en la carretera, la seguirán hasta el Cruce, cogiendo luego la de la Estación de Cañaveral, Crucita tomando ya la de los Pozos Viejos hasta San Albín donde se situará la meta de llegada”. Había que dar dos vueltas, con descanso de 15 minutos exactos entre ambas. Los corredores saldrían a intervalos de un minuto y según riguroso orden de inscripción.
Este ya de por sí apretado programa se completaba, según los años, con concursos como la subida a la cucaña, desfiles de gigantes y cabezudos, disparos de “morteros y volcanes”, suelta de globos grotescos… Y digo “según años” por no decir según la disponibilidad pecuniaria del erario municipal. La plaza era un hormiguero de puestos de comercio, de helados, de turrón y otros dulces, de juguetes, de alguna tómbola, de aquella ruleta con obleas. Los más viejos del lugar aún recuerdan los nombres de comerciantes asiduos. Algunos aún retenemos en la memoria – no hace tanto – el puesto de sartenes y peroles, que convivió con la feria casi hasta sus últimos años, asentado allí junto al atrio.
En calles adyacentes a la Plaza también se instalaban puestos y atracciones. Junto al actual Asilo se montaban los “caballitos” o aquel carrusel de cubas giratorias. En la plazuela de san Albín las “voladoras”, verdadero centro de atracción de niños, jóvenes y no tan jóvenes.
Pero todo pasó y en este caso, no puede culparse a las sucesivas Corporaciones de su ocaso. Fue más bien la apatía popular, esa “virtud” que tan bien nos caracteriza, la que dio al traste con las ferias de junio, ayudada, sin duda y en demasía, por el empuje, de los sanjuanes caurienses, coincidentes en fechas. El atractivo de los encierros taurinos vecinos y la facilidad cada vez mayor de desplazamiento a ellos provocaron en nosotros el olvido de lo nuestro, ya decadente, y, entre unas cosas y otras, se fue a mejor vida lo que con tanta ilusión y ganas iniciaron nuestros ascendientes allá por 1906.
El punto final a este artículo y a aquellas ferias y fiestas lo pone el punto 6 de la sesión ordinaria de nuestro Ayuntamiento, de 25 de abril de 1980. Era alcalde Martín Críspulo Manibardo: “Ante la decadencia de esta feria, por coincidir con la de Coria, no se programa ningún festejo, pero se mantiene por la posibilidad de alguna transacción de ganado” Descansen en paz.
Antonio Alviz Serrano