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¡Ha nacido un niño!

¡Ha nacido un  niño! Y no me refiero al Niño Dios, por estar en época de Navidad, no. Hablo de un niño normal, Hugo, un coriano más, que Israel y Aroa han traído al mundo y que, afortunadamente, vivirá con sus padres en la plaza el Duque, frente a la catedral.

Hoy la ciudad antigua de Coria está de enhorabuena; hoy, silenciosamente, las campanas de la catedral: la Sermonera, la Gorda, la Continua y las cuatro Pascualejas, se habrán lanzado al vuelo por este nacimiento. Eso significa que dentro de unos meses oiremos sus gorjeos, al año sonreiremos con su parlotear, y dentro de varios, lo veremos juguetear con su perra Luna por los jardines de la plaza de la catedral; vendrá, quizá, con las rodillas desolladas por una caída, con la ropa embarrada… , pero nada compensa más que la figura de un  niño lleno de vida.

Hugo es, por ahora, el único bebé en las plazas de la Catedral y del Duque. No tendrá amigos de su edad para jugar, salvo su perra.

Me he permitido estudiar la población infantil y juvenil que tiene Coria en su parte antigua. Me ha sorprendido gratamente comprobar que, gracias a ciertos movimientos migratorios hacia algunas viviendas, contamos con veintiún niños/as de hasta quince años, y veintidós jóvenes de dieciséis a treinta.

La población intramuros es una población envejecida. Cada vez van quedando menos sillas de vecinos y vecinas que se sientan en el rincón de la catedral para recibir los tenues rayos de sol en invierno, y junto al muro en verano, para tomar el fresco de la tarde. Las ausencias de estas personas no tienen reemplazo, así, el corro se va reduciendo, inexorablemente, año tras año. Las sillas de enea, artesanales, con historia, se van reemplazando por butacas de plástico, fabricadas en serie.

Imagino esta parte de la ciudad en épocas romanas, judías árabes y visigodas, atiborradas de gentes que acudían diariamente al mercado, a los mesones y posadas, a los comercios, a la alhóndiga, o en busca del artesano de turno: zapatero, hojalatero, modista, sastre… Todo se concentraba de murallas para adentro; fuera, sólo los arrabales.

Los seminaristas poblaban sus calles hasta que se llevaron el Seminario a Cáceres; posteriormente, en los años setenta, la residencia para estudiantes, permitía contemplar la presencia de jóvenes, compartir sus afanes, idas y venidas del instituto al antiguo seminario. Primero salieron las escuelas, todas ubicadas en la parte antigua; hace unos años lo hizo el colegio Sagrado Corazón, dejando sin risas la plaza de San Benito. Como él, también el Centro de Educación Permanente de Adultos (CEPA) ha abandonado la plaza de Santiago; nuevas ausencias que se suman a las anteriores, nuevo abandono de la juventud.

Sólo queda la Escuela de Música para ver, diariamente, los rostros ingenuos de niños y niñas que no son conscientes de que con su presencia, no sólo se están formando, sino que aportan un poco de vida a estas plazas y calles, viejas y tristes.

Porque todo son modas; la comodidad del piso minúsculo ha ganado la batalla a la amplitud de las casas, con patio y varias plantas. Las gentes que las poblaban, han levantado el vuelo, cual golondrinas, a buscar sus nidos en otros barrios más modernos de la ciudad, que ha ido ensanchándose y creciendo a espaldas del recinto amurallado.

Sí se ve, casi a diario, alguna excursión, en pequeño y gran grupo, que patea sus calles, lee y relee los letreros con sus nombres, contempla los monumentos, visita algún museo y se va sin dejar huella.

Lo mismo que los viejos abuelos están deseando que lleguen fechas señaladas para recibir la visita de sus hijos y nietos, también las piedras, casas y calles de la ciudad antigua están deseando que lleguen eventos como el Belén viviente, por Navidad, el Jueves turístico, los Sanjuanes, las fiestas marianas: romería, venida de la Virgen, novenas, procesión…, para escuchar, complacidas, los ruidos, cantos, bullicio de la gente a su alrededor.

Las viejas murallas desean extasiarse con las voces y risas de los niños; los muros de la catedral ansían escuchar el retumbar de sus cánticos; las piedras bimilenarias aguardan, pacientes, oír sus pisadas, menudas, inquietas, como cuando van en hilera, desde los colegios,  a hacer la ofrenda a la Virgen, o a recorrer los monumentos con sus maestros.

El resto del tiempo, en esta parte de la ciudad,

existe

demasiada ausencia,

demasiada quietud,

demasiado silencio.

Os deseo feliz Navidad a todos.

Rosa Maria Lopez.

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