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UNA PISCINA LLENA DE LIBROS


“A todos los que de una manera u otra se sumergieron
hasta 654 veces en esta piscina llena de libros”

El verano, como cada una de las estaciones, marca una dirección y orienta en un sentido determinado el movimiento de nuestro mundo interior”

Las tardes sofocantes del verano y esa maña que se da esta estación para lentificar el tiempo, me han hecho reflexionar sobre este pensamiento de José Mª Toro. Es cierto, el verano, que nos despoja de ropa y deja al descubierto nuestro exterior tal y como es después de las sombras del invierno; es un camino, paradójicamente, hacia el interior de nosotros mismos. Al igual que los frutos, nosotros también vamos madurando como personas, y eso ocurre a fuerza de veranos. Nos tornamos frutos en sazón y nos ofrecemos a los demás para que aprovechen todo lo bueno que haya en nosotros, por dentro y por fuera.
Dándole vueltas a esa “sabiduría de vivir” tan peculiar del maestro Toro, llegaba más de una tarde a la piscina y comenzaba con el ritual de llenar de libros la gran mesa de madera, mientras me iba sacudiendo la modorra de la siesta.

_¿Podemos ya, Mª José?, clamaban vocecitas al unísono.
_ ¡Un momentito! ¡Los libros necesitan encontrar su lugar, si no, no estarán a gusto!, les respondía yo para que me dieran un poquito de tiempo.
Y ellos salían corriendo a zambullirse como locos en el agua, porque sabían que esta lenta bibliotecaria necesitaba tiempo para acomodar adecuadamente sus criaturas.
Cuando veían que me sentaba satisfecha, venían corriendo, las risas envueltas en la toalla; y secándose las manos, empezaba el trasiego de libros, de aventuras, de historias…Ponían especial cuidado en no mojar los libros, porque un libro mojado se vuelve viejo y triste y hasta las historias se le ahogan y terminan por ser olvidadas.
¡Qué cuadro tan especial y tan hermoso el que se me ha dibujado en la mente al recordar esos momentos! Y ahora que Septiembre ha puesto una luz desganada en los jardines y Octubre nos va cubriendo las piernas con la manta del otoño, se hace hora de dejar caer las hojas porque así está escrito en el Libro Sagrado de las Estaciones…
…y recordar una vez más aquel baile de libélulas veraniegas que danzaban cada tarde, adornando aquella vieja mesa de madera llena de historias. Una certeza azul palpita en las alas de esas libélulas al recordar hoy aquellos días alegres y lentos del verano en que la vida giraba en torno a una piscina llena de risas infantiles y de libros…muchos libros.

Veo la sonrisa tímida de Renzo y sus ojitos clavados en el suelo, mientras su manita retiraba con cuidado la historia que había elegido, y a su hermana Micaela recomendándole cuidado como buena hermana mayor…
…a Victoria y Claudia pregonando al viento solano que habían leído juntas..
…y las avispas que picaban a Elena porque su piel era muy dulce: “Y a mí no me des esto que esto no es un libro, esto es para leer…!

¡Qué frase tan estupenda esta de la “dulce Elena”! ¿Acaso los libros sólo han de servir para leer? Nada más lejos de la realidad, Elena. Los libros encierran mil y un mundos, legibles o no, que hemos de liberar. Sobre todo, “Dulce Elena” hemos de jugar con los libros, arbirlos, cerrarlos, pasar sus hojas sintiendo un vientecillo de papel en la cara…Porque no sólo de palabras se hace un libro, sino que en él han de caber todos los colores y deslumbrarnos con su luz. Los libros deben encenderte risas y sonrisas, deben invitarte a que los acaricies, a que los descoloques y vuelvan a reclamarte su espacio, a sentir alegría, tristeza, incluso un poquito de miedo como esa mascota Zarpalanas que acabas de leer a tu manera, porque cada cual tenemos nuestro modo de leer y entender las historias.
Algunas tardes giraban en torno al pañuelo de la abuela, negro como la noche. Un pañuelo que la abuela anudaba a su cabeza y bajo el que encontraban cobijo todo lo que eran capaces de imaginar Carolina y Elena, ¡hasta un puñado de lluvia!…
En las alas juguetonas de esa libélula se reflejan las caritas de María y Eva que casi no alcanzaban a ver lo que había encima de la mesa; y cuando yo les advertía: ¡Con cuidadito, eh?; ellas, dando saltitos hacia la toalla donde las esperaban los abuelos, me respondían: ¡Valeee…!
Y mientras se alejaban, yo reparaba en Sandra que, como una pequeña tuareg, esperaba bajo su toalla que alguien le trajera historias del desierto, por ejemplo la historia del camello que Nerea me pedía cada tarde y, como la vieja mesa no guardaba ninguna historia de camellos , Nerea se conformaba con la del elefante encadenado… ¡la de veces que le quitó las cadenas!
… aquella otra libélula me trae la sonrisa de Lucía, que no se cansaba de dar los “buenos días “ a Ernesto, un chico un tanto despistado que vivía cada tarde una auténtica odisea al ir a ver a su novia…¡cuéntamelo otra vez, porfa!, me pedía sin tregua Lucía.
También hubo tardes de sonrisas y rubores adolescentes: recuerdo un corrillo de quinceañeras con sus moños inalterables, ¡incluso después de haberse bañado!, que le cuentan por enésima vez la historia de Ernesto a la incansable Lucía…y a Luismi para quien nadie había escrito mejores poemas que los del 27: ¡Este de los ciclistas (por Contrarreloj de Eugenio Fuentes) tampoco está mal!
Me resultó tan maduro y tan de verdad el comentario de Luismi sobre los poetas del 27, que me salió un suspiro de satisfacción, de esos que decía mi abuela que te arrancaban todo lo malo; y, al tiempo, me vino a la cabeza un verso maravilloso de Cernuda: “Una sola palabra en estos días lentos”, palabras como las de Luismi, por ejemplo.
Luismi me hizo feliz aquella tarde y también aquellas chicas que regalaron a Lucía un poco de felicidad, para que luego digan que los adolescentes sólo piensan en tonterías.
En alguna de las historias que vivían encima de la vieja mesa de madera leí una frase que me llamó la atención: “Todos los niños nacen príncipes y los adultos se encargan de convertirlos en ranas”.
¡Claro, eso es precisamente lo que pasa con aquellos que piensan que los adolescentes sólo son capaces de pensar, sentir y dejarse llevar por tonterías! Los que así opinan, hace mucho tiempo que dejaron de soñar y por eso se dedican a convertir los príncipes en ranas; de todas maneras, que no cunda el pánico, porque aún nos quedan los libros, muchos libros para deshacer semejantes entuertos.
Mª José Vergel Vega
P.D.
Detrás de la vieja mesa de madera he tenido la satisfacción de anotar un total de 654 préstamos de libros entre los meses de Julio y Agosto en el servicio de Bibliopiscina de Torrejoncillo. Para los amantes de la estadística, el 67% de los préstamos corresponden al género femenino y el 33% al masculino, por supuesto en edad infantil en su mayoría. Gracias de corazón a todos los que os sumergísteis conmigo en esa piscina llena de libros. Espero que saquéis vuestras propias conclusiones, yo ya saqué las mías al escribir este artículo.

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