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MAESTROS DE ANTAÑO II

¿Se acuerdan de Julia, aquella niña que nos contó cosas de su niñez en aquel artículo que yo titulé “Aquellos domingos de la infancia”? Unos sí y otros no; bueno, pues resulta que Julia es una cotilla de mucho cuidado y el otro día se presentó sin avisar, como siempre lo hace, pues los personajes que uno inventa tienen esas cosas. Julia tiene una verborrea que cansa al más paciente, y después de hablar y hablar, tuve que acceder a su ruego: contar ella misma las cosas de estos maestros de antaño que ahora nos ocupan. Lo que me convenció fue que, como ella es un personaje de ficción, podría adaptarse perfectamente a cualquier época, por muy pasada que fuese. Y nada, aquí os la dejo, espero que no os canse mucho; de todas formas, pienso estar pegadita a ella, por si empieza a desbarrar.


Queridos navegantes:

Como ya ha explicado la lianta de mi jefa, o eso es lo que ella se cree, yo soy Julia, uno de sus personajes, aunque difiero un poco con ella en eso de que soy ficción, soy mucho más real de lo que ella piensa. Eso sí, soy una niña; pero una niña especial, demasiado resabida para mi edad, por lo que no esperen que yo vaya a contarles ahora el cuento de Caperucita, aunque alguna de las cosas que yo pueda relatar les parezcan puro cuento, y es que a veces, la vida es eso, como un cuento.

Mi jefa me ha dicho que se quedaron por el año 1858; no se crean que yo ya había nacido, ni mucho menos; lo que pasa es que tengo línea directa con mis antepasados y me han puesto al día. Me contó mi tatarabuelo, o quizá fuera mi bisabuelo, la verdad es que esto de los parentescos no lo domino muy bien, ¡como soy una niña!. Pues me contaba que el día diez de Abril de 1858 se hicieron unas visitas a las Escuelas de Torrejoncillo por las máximas autoridades. Por lo visto, las de los niños las encontraron en un estado satisfactorio, “tanto en los adelantos de éstos como en las conductas de sus dignos profesores”. La que salió mal parada de la visita fue la privada de niños que regentaba Don Alonso Martín Franco:”…teniendo que lamentar el mal estado de la misma por las faltas marcables de aquel tanto al lleno de sus deberes cuanto en su reprensible conducta por los escándalos que produce en la vecindad…”.

Si quieren que les diga mi opinión, yo para mí que a este hombre le tenían tirria, pues como era un maestro privado, seguro que no se achantaba ante las autoridades y hacía lo que él creía más conveniente.

Cuando visitaron la elemental de niñas, resulta que Doña Francisca Sánchez no se encontraba en ella, estando las niñas al cargo de la vecina María Salomé Díaz. La buena señora, que nunca se habría visto en tal brete, o tal vez sí, pues entonces no era muy raro quedar la escuela a cargo de cualquiera; de cualquiera de confianza, no vayan a pensar que aquello era la ley de la selva que ni al león se respeta. Salomé explicó que la maestra había tenido que salir de viaje y la había quedado las niñas bajo su responsabilidad, pero que vamos, que ella ya lo había comunicado al Señor Teniente de Alcalde y éste había dado su aprobación. Por lo visto a las autoridades se les subió un pavo que no se puede ni contar, y se retiraron a parlamentar sobre el caso de la maestra que abandonó a las niñas y se fue de viaje tan ricamente, aquello era un caso digo de Sir Arthur Conan Doyle por lo menos. Y después de mucho discutir y de airear su bochorno repetidas veces, determinaron lo siguiente:

1. “ Que Doña Francisca Sánchez Granjo, maestra de niñas de repetido pueblo ha hecho un viaje de 18 o 20 leguas sin haber obtenido permiso de la autoridad…

2. Que en Febrero de este año pidió licencia para viajar con el pretexto de reestablecer su salud al Señor Gobernador Civil de la Provincia, que no le concedió a causa de los informes dados por esta Comisión…

3. Que en Junio del año anterior estuvo en su casa por espacio de 15 o 20 días, un primo suyo según decía, a quien trataba con demasiada confianza, en razón a comer en su misma mesa y dormir en dicha su casa compuesta por muy pocas habitaciones, cuyos hechos llamaron desde entonces la atención de los vecinos.

4. Que pasados algunos meses desde la estada del referido primo en su casa, esta señora se halla tan obstinada en viajar que no es suficiente impedirlo las prohibiciones de la autoridad cuyo hecho le constaba a la Comisión casi con certeza.

5. Que su salida de este pueblo ha sido tan disimulada que casi persona alguna podía creer en ella viéndola salir de su casa sin ningún preparativo.

6. Que es muy extraño que esta señora no haya marchado a la casa de sus padres para donde solicitó la licencia y sí a la de una su hermana donde a los nueve meses poco más o menos de la estada de su primo en su casa cae gravemente enferma en el puesto de Santa Cruz según manifiesta Don Pascual Cartagena, cirujano de aquel pueblo.

Les confieso que tenía ya la cabeza tarumba con lo que me estaba contando mi pariente, pero acabáramos, ¡si a la pobre señora le montaron un consejo de guerra sólo porque se había quedado embarazada! Mi pariente ante los aspavientos y convulsiones que yo estaba empezando a padecer, me contó también que en aquella época que una chica soltera se quedara embarazada era pecado mortal, y vamos si era maestra pues ya se la expulsaba del cuerpo y no le perdonaba ya el pecado ni el mismísimo San Pedro que bajara del cielo, porque menudo ejemplo para las niñas. En resumen, la comisión local que, para mí se había pasado tres pueblos, teniendo en cuenta los antecedentes tan pecaminosos de Doña Francisca, aunque a estas alturas de la película ya habría perdido el doña, amén de tratar a las niñas de su escuela con demasiado rigor y la poca constancia en el desempeño de su ministerio, decidió que aquellas pobre niñas ni estaban bien con su maestra ni con su vecina, que a saber qué clase de mujer sería si resultaba que le estaba cubriendo las espaldas a la otra, por lo que a la mañana siguiente a las niñas las trasladaron al local del teatro para hacerse cargo de ellas Doña Paula Rodrigo, mujer decente y de moral reconocida.

El día 10 de Diciembre de 1858 Doña Francisca, mandó su renuncia como maestra de la escuela de niñas a través de Salomé, la vecina, que la hizo llegar a las férreas autoridades, que una vez más alardearon ante sus convecinos de estar en posesión de la razón absoluta, que no era otra que: Quien no observara una moral impoluta y archicristiana no tenía derecho a estar en el mundo. Claro, el mundo que ellos pensaban haber creado a imagen y semejanza divina.

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