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Vida tras el fuego

Vida tras el fuego

Mucho habrán podido leer, ver y escuchar durante los últimos meses y especialmente durante la última semana, sobre los terribles incendios que han asolado y asolan de uno al otro costado de nuestra Península Ibérica. Conocerán ya estimaciones de hectáreas calcinadas, pérdidas humanas, animales y materiales, pueblos evacuados, etc. Seguramente también estén al tanto de que la mayoría de estos fuegos están provocados por la mano del hombre, que hay monstruos por ahí sueltos que disfrutan sembrando llamas y pánico por nuestros montes.  Por descontado, también sabrán o intuirán, las motivaciones de algunos de estos individuos que prenden el bosque, aunque intentar explicar esta problemática desde el punto de vista de la modificación de la Ley de Montes es, a mi modo de ver las cosas, demasiado simplista. E imagino, después de leer, escuchar, ver y conocer todo lo anterior, que también se encontrarán profundamente tristes como éste que aquí escribe.

Esta sensación de tristeza, mezclada con mucha rabia y mucha frustración, al ver que nuestra tierra se quema ha hecho que haya querido dejar pasar tiempo antes de escribir sobre el tema de los incendios forestales en este espacio. No porque no sea un tema que no merezca ser tratado, sino porque esto se habría convertido en una serie de párrafos tristes y llenos de rabia e improperios contra esos que se empeñan en robarnos vida de nuestro alrededor con sus manos de fuego. Pero no va a ser el caso, quiero centrarme en cómo los sistemas naturales responden una vez han pasado las llamas. Quiero hablarles de cómo la vida siempre vuelve a ganar la partida a los desalmados. Así pues, hablemos de aquellos mecanismos de regeneración que hacen que de las cenizas vuelvan a surgir nuevos bosques.

Los incendios forestales, bien naturales o provocados, solo son una más de las catástrofes naturales que pueden provocar serios daños al medio ambiente y modificar las características de los ecosistemas. El modo en que estos afecten a los ecosistemas, dependerá de diversos factores como la naturaleza del incendio, el tipo de desarrollo que éste presente, las características del cada ecosistema, los factores meteorológicos, etc. Así, no causará los mismos daños un incendio (provocado por el hombre o de origen natural) originado en condiciones atmosféricas favorables para su desarrollo en medio de una superficie de bosque homogénea y con gran cantidad de combustible disponible, que uno originado en ausencia de viento y alta humedad  en un área de monte cuidada y con gran variedad de especies forestales. Si bien, en ambos casos, la acción del fuego conduce a una degradación del ecosistema.

Tras ello, la naturaleza, que es sabia, activa un mecanismo destinado a la final recuperación del medio conocido como “sucesión ecológica”. Ésta se define como un proceso de cambio que sufren los ecosistemas a través del tiempo y el espacio y cuya última finalidad es alcanzar la composición más compleja (más rica en especies e interacciones entre estas y el medio físico) y estable. A este último estado de máxima complejidad y estabilidad ecológica se le denomina clímax, en el cual el ecosistema es mucho más resistente a cambios o alteraciones que puedan ser provocadas, por ejemplo, por nuevos incendios. Por tanto, que la recuperación del medio tras un incendio sea correcta y se tomen las medidas necesarias para ello, es vital a la hora de minimizar (en la medida de lo posible) el impacto de futuros incendios sobre un determinado ecosistema.

A su vez, dentro de la sucesión podemos distinguir entre: sucesión primaria (aquella en la que se parte completamente de cero, partiendo de un hábitat totalmente inhóspito, con un suelo completamente desprovisto de materia orgánica y semillas) y sucesión secundaria (se parte de un suelo con materia orgánica y con semillas). En el caso de los incendios es este segundo tipo el que tiene lugar. Tras producirse una degradación del hábitat que conduce hacia un estado de menor complejidad y vulnerabilidad ante fenómenos erosivos, invasiones biológicas, etc., comienzan a producirse en el ecosistema una serie de cambios (sucesión secundaria) cuya finalidad es ir aumentando la complejidad del ecosistema hasta alcanzar su estado climácico. Por ejemplo, en los bosques mediterráneos (que sufren recurrentemente de forma natural incendios forestales) muchas de las semillas presentes en el suelo (lo que se conoce como el banco de semillas) son activadas por las temperaturas generadas durante dichos incendios y están listas para comenzar a germinar una vez haya pasado este, comenzando de esta manera la sucesión. A partir de aquí, el proceso continúa y cada nueva plantulita que aparece atrae a nuevos insectos, estos a pajarillos, y así se van complicando las cadenas tróficas hasta alcanzar una gran complejidad.

 

 

 

 

 

Al hablar de ecosistemas, igual que al hablar de la sociedad, es muy importante fomentar la complejidad y la diversidad, ya que cuanto mayor sea esta más resistentes serán ante fenómenos adversos que puedan comprometer su estabilidad. Por ello, una vez que el mal está hecho y ya ha tenido lugar el incendio, es importante asegurarnos de favorecer la correcta recuperación del monte, intentando no cometer auténticas barbaridades como repoblar homogéneamente hectáreas y  hectáreas de terreno tal como habitualmente se ha venido haciendo en nuestro país. La razón es simple, si todo está poblado por árboles vulnerables a los incendios (léase eucaliptos, léase Pinussp.) el fuego se propagará sin nada que impida (o al menos retrase) su avance. Por el contrario, si se apuesta por ayudar a la recuperación mediante la repoblación con diferentes especies de árboles, matorrales y arbustos de diferentes especies (y a ser posible autóctonas) se favorecerá una mayor heterogeneidad de nuestros bosques, encontrando árboles (y arbustos y matorrales) con diferentes grados de combustibilidad, por lo que el fuego sufrirá cambios en su velocidad de propagación que harán que su virulencia no llegue a cotas tan exageradas como podría ocurrir en el caso de un monte homogéneo.

Y creo que ya está bien por hoy, que no quiero resultarles pesado con el tema de la sucesión. Para finalizar, solo quiero dejarles a modo de muestra cómo, tan solo unos días después de aquellos incendios que tuvieron lugar en nuestra localidad durante el mes de junio, este proceso comenzó a actuar en nuestros campos. La naturaleza y la vida (a no ser que nos empeñemos en no dejarlas) siempre terminan abriéndose paso.

 

Julián Cabello Vergel

 

 

 

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