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COCHES, CALLES Y BESOS SIN BURBUJAS

No hace más de diez días que abandoné mi exilio voluntario de la bella Marruecos y llegué a Torrejoncillo para iniciar el verano. Recién llegado, ya a la entrada del pueblo, pude ver las nuevas carreteras que circundan la localidad y la mejora en las redes viarias que nos comunican con la autovía y con la vecina Coria. Sólo una objeción, mínima y de poca importancia: el viraje a la derecha para acceder al pueblo según se viene del Puerto de los Castaños, es demasiado cerrado y aquellos que no conozcan la entrada pueden sufrir un pequeño despiste, pero siempre salvable. Luego, según cogía la circunvalación (M·30) a la altura del Butano, dirección a San Antonio, pude cruzarme con la procesión de viandantes que utilizan la carretera como sitio de recreo y esparcimiento. Esto normalmente sucede a lo largo de la tarde, pero, sobre todo, en las horas más peligrosas para los conductores: la puesta de sol. Y yo ya lo llevo diciendo muchos años, que una carretera estrecha, con curvas peligrosas donde se cruzan con dificultad un camión y un coche, y otros incautos se piensan que están en un circuito de velocidad; una carretera – decía- con escasos márgenes a izquierda y derecha, no es el mejor lugar para que la gente paseé a sus anchas, a veces ocupando todo el asfalto en escuadras de a tres, cuatro, o incluso cinco, cuando no en batallón. Antes de que tengamos que lamentarlo, recomiendo a estos el uso de caminos rurales, que también contamos con un buen número de ellos, más sanos, naturales, carentes de tráfico, y sin necesidad de alejarse del pueblo.

Al día siguiente, después de un descanso merecido, salí a dar una vuelta en coche por el pueblo. Pronto, sin ser doctor, la conclusión a la que llegué, simplemente observando, ofrecía el siguiente diagnóstico:
Que el pueblo está enfermo es más que evidente, y sólo la nostalgia y el apego a lo nuestro nos hace pensar lo contrario. Cuando hablo de enfermo no me refiero a síntomas humanos degenerativos, sino al deterioro constante que se puede observar en sus infraestructuras externas. Ya hace años, siendo yo aún un chaval, en un proceso lento que se ha ido prolongando hasta nuestros días, comenzaron a diseccionar las calles una a una, a corazón abierto, para cambiar el intestino del pueblo, las antiguas tuberías que llevaban desde tiempos inmemorables sin ser tratadas. Hoy, bastantes años después, aún sobreviven muchas de esas calles parcheadas con cemento, rellenas como si fueran un pollo al Estragón , y Torrejoncillo enseña a todo el que se acerca a conocerlo, una pobre imagen, una especie de pergamino raido o de zapato cosido por todas partes, como el Frankenstein de Shelley, o lo que es lo mismo, lleno de cicatrices igual que aquel torero que ya cortó su coleta.

Y ya que hablamos de toros, parece que tenemos plaza nueva para las fiestas, y un nuevo “tablao”. Serán seis días de disfrute, con muchos toros-toros, como siempre, y eso, desde luego, parece más efectivo a la hora de crear conciencia social. “Al pueblo pan y circo” ¿Les suena de algo? Aquí sobre todo circo. Pero, ¿acaso es más importante para los lugareños seis días de fiesta que un buen asfaltado de sus calles para una larga temporada? Hagan la prueba. Caminen por Jenaro Ramos, por las calles cercanas a la residencia de ancianos…etc, o mejor dicho, arranquen sus coches y escruten un poco el terreno. ¿Sufren los amortiguadores? ¿Golpean sus cabezas contra el techo? Quizá no sea para tanto, dirán aquellos acostumbrados a lidiar con caminos pedregosos. O, tal vez, aquellos que buscan el mejor agarre de sus ruedas a la “lija” para alcanzar una mayor velocidad estén doblemente contentos, pero no lo creo. A estos “fitipaldis de pueblo”, que lo más que saben de coches es lo que ven en las carreras de Fernando Alonso por la tele, e intentan emularlo, (yo tampoco tengo mucha más idea, pero sé que Fernando Alonso no lleva radio cassette en su Renault y, aunque tuviese, nunca lo llevaría a todo volumen por los circuitos para llamar la atención del público) les aconsejaría buscarse otro circuito; nunca vamos a acomodar las calles del pueblo como si fuese Montecarlo. Si quieren correr o demostrar alguna destreza como pilotos (“manos, manos es lo que hace falta”, dicen algunos) que prueben en Jerez. Y es que en Torrejoncillo, como en muchos otros pueblos de la geografía española, se está extendiendo, como una pandemia, el modelo “niñato descerebrado”. Tener 18 años, poseer un coche de alta cilindrada, tunearlo, darle volumen con los cristales bajados en pleno verano, y pensar que lo más “cool” de todo es dar vueltas por la terraza del Mélody para que la gente te vea, a mí, desde luego, no me convence. Luego los hay que salen haciendo rueda desde la residencia de ancianos hacia arriba, como si saliesen de boxes abriendo gas y la meta estuviese en las Tinajas. La edad puede ser un hándicap, pero eso no justifica el comportamiento de muchos de ellos. Un vehículo es simplemente un medio de transporte y como tal debe ser utilizado.

Ahora que han cambiado la señalización de las calles y los conductores estamos en proceso de adaptación, espero que todo funcione mejor, que no haya congestión de tráfico en las calles más angostas del pueblo y, sobre todo, que aquellos que salgan a comprar el pan con el coche se lo piensen antes de utilizarlo; ya saben cómo está el petróleo. Dar un paseo y ejercitar el cuerpo es la opción más saludable, luego, en casa, allá ustedes, hagan lo que quieran. Yo siempre recomiendo los besos sin burbujas.

Mario Lourtau

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