
CARTA ABIERTA A MAGDALENA ÁLVAREZ
Conste en primer lugar que el diminutivo es cariñoso y no desdén, y es afectuoso y no despectivo. Naturalmente, tampoco me refiero al tamaño corporal ni a la estatura, aunque sea usted más bien breve y amañosa, o como dicen los italianos una “Venus tascabile”, o sea, una Venus de bolsillo. Esto de la brevedad de su figura lo digo desde luego en su elogio y alabanza, porque en esa materia de mujeres grandes y pequeñas me considero un seguidor del Arcipreste, gran devoto, como usted sin duda sabe, de la dueña chica, a la que cantó en versos muy dignos de rememoración.
Bueno, dejemos ahora al pícaro del Arcipreste, que ya llevo mucho Arcipreste esta mañana, y no sólo con usted. Quería decirle que debería usted colgarse una medallita de san Cristóbal, patrón de los transportistas, para ver si le echa una mano con ese cirio de dos libras, o sea, ese amblehuelo, que tiene usted organizado en Cataluña con los trenes y los autobuses y los coches y los atascos y los apagones y las grietas y los hundimientos y los socavones. Esto le pasa a usted, mi pequeña amiga, por meterse en ese berenjenal de estructuras, planos, hierros, vías, generadores y planes de obra, que son cosas para personas mayores y no para que los niños jueguen a construir.
Hubo un ministro socialista, antecesor suyo, que en cuanto le nombraron para el cargo se puso a dar saltos de alegría y a decir que era un “bien del Estado”. Cuando a usted la hicieron ministra, que fue como hacer un milagro, empezaron a llegar las catástrofes, las desgracias y el desbarajuste en las infraestructuras, con que a usted, más que bien del Estado tendríamos que llamarla Calamidad Pública. Cuando la vean acercarse a un pueblo de Celtiberia, tendrán que echar las campanas al vuelo, como en los días de incendio, granizo, cellisca, riada o terremoto.
Yo no sé cómo se le ocurrió a usted, señora Calamidad Pública, aceptar un ministerio tan grande para una ministra tan pequeña. Pechar una medio ministra con un ministerio que hoy se llama de Fomento, pero que anteriormente se llamaba de Obras Públicas, Transportes y Comunicaciones, es decir, que es como tres ministerios, es tocar a un sexto de ministra por ministerio. Y así van las cosas, todas en el aire, menos las que se hunden.
En poco más de tres años ha conseguido usted irritar a los usuarios, soliviantar a los constructores, amedrentar a los viajeros, inquietar a los turistas y desesperar a los comunicantes. Cuando ustedes estaban dichosamente en los escaños de la oposición, se les llenaba la boca de acusaciones al señor Álvarez Cascos, que no es que sea santo de mi devoción, pero al que ustedes van a lograr que recordemos como a un nuevo Hiram de Tiro. Ahora, en cambio, en cuanto alguien les dice a ustedes que algo no funciona, se le llama catastrofista e incluso, como usted decía el otro día, antipatriota, que es una palabra que no se escuchaba en el hemicirco desde que don Blas Piñar dejó de ser diputado.
Lo que no me explico yo muy bien, señora Calamidad, es por qué estas cosas pasan precisamente en Cataluña, porque, hija, ustedes le han dado a los catalanes, para asegurarse el apoyo de la Esquerra, hasta el oro que enseña la sota de la baraja. Vamos, que han destinado allí en estos años más recursos que en todo el siglo pasado, y tendría usted que explicar por qué tanto dinero cunde tan poco y por qué cuanta más pastizara le sueltan a sus congéneres catalanes, peor están las cosas. Es que por aquí, los extremeños, que no tenemos problemas con los trenes de cercanías, ni con los aeropuertos, ni con las autopistas, porque no los hay, ya empezamos a pensar que en Cataluña se comen el hormigón como si fuera pan de Calatrava.
Explíquese usted, caramba, e intente hacerlo sin enjaretarle sietes y descosidos a la Gramática, mi sol, que el otro día le escuché decir que las obras se estaban realizando según “conveniaron” no recuerdo quiénes. Si la llega a coger a usted don Enrique Tierno, tendría que haberla amonestado severamente: “Es menester dar un repaso a los verbos irregulares este verano. Insista en ello, y no confíe demasiado en la gracia de estado, señora Álvarez. Su apellido y su cargo así lo exigen. Dedique alguna hora a ese quehacer. Puede retirarse”. Yo ya sé que el mejor escribano echa un borrón, que a la mejor furcia se le escapa un pedo, y que el más pulcro orador trabuca un “andé” por un “anduve”. Pero es que usted trabuca hasta los sustantivos, como aquella vez que dijo que era diputada por la “circuncisión” de Málaga. Claro que en esto último tengo mis dudas. No sé si es que se esfuerza usted en parecer una ignorante, o si lo de la “circuncisión” venía con segundas para tratar de unir al pueblo judío a esa gran aportación a la política internacional que es la alianza de civilizaciones de nuestro señor Zapatero, ilustre chorrada en la que de momento estamos España, Mongolia y Angola, con la adhesión condicionada de Venezuela. Vamos, el pasmo de Occidente y la pera en bicicleta.